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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

‘Tuits’ frente a misiles, de momento

Corea del Norte anuncia la conquista del umbral de la disuasión justo con la llegada de Trump

Lluís Bassets
Un hombre sigue en televisión el discurso de Año Nuevo del líder norcoreano, Kim Jong-Un, el pasado 31 de diciembre en Seúl.
Un hombre sigue en televisión el discurso de Año Nuevo del líder norcoreano, Kim Jong-Un, el pasado 31 de diciembre en Seúl. JUNG YEON-JE (AFP)

Al parecer, Corea del Norte estará pronto preparada para lanzar un misil intercontinental con carga nuclear sobre territorio de Estados Unidos. Lo ha anunciado su líder, Kim Jong-il, pero se lo temían los analistas estadounidenses desde hace ya tiempo.

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El régimen norcoreano lleva trabajando en este proyecto desde hace más de 30 años, bajo la dirección de cada uno de sus tres líderes, el fundador Kim Il-sung, su hijo Kim-Jong-il y el nieto y actual mandatario Kim Jon-un, y en esa tarea concentra prácticamente todos sus recursos y su acción política exterior.

Su forma de comunicarse con el mundo son las pruebas nucleares y sobre todo los anuncios y amenazas. Sus relaciones exteriores se reducen a utilizar su programa nuclear para negociar contrapartidas, especialmente para paliar la indigencia de su economía.

La fiabilidad del régimen es nula. Firmó el Tratado de No Proliferación en 1985 al igual que se retiró en 2003. Los inspectores de la Agencia Internacional de la Energía Atómica conocen bien la capacidad norcoreana de tergiversación y ocultamiento.

A las habilidades propias, los Kim han añadido las lecciones aprendidas de la experiencia ajena. De Sadam Husein, que se juega la cabeza quien llega tarde a esta carrera por obtener un arma nuclear efectiva, es decir, que sirva para amenazar a la primera superpotencia. De Gadafi, que la pierde quien entrega el arsenal sin suficientes garantías. De Irán, que un buen programa nuclear puede servir para regresar a la comunidad internacional.

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La carrera nuclear es un instrumento de supervivencia, y más todavía en la geopolítica endiablada de la península de Corea. Para China es esencial la estabilidad en la región. Nada teme más el régimen de Pekín que una crisis que expulse a millares de refugiados coreanos en dirección a China. El horizonte de una unificación de las dos Coreas dirigida por Washington tampoco entra dentro de los escenarios apetecibles para el régimen comunista.

Un ejército norcoreano con capacidad de disuasión nuclear sería una amenaza para Corea del Sur, para Japón y para el propio territorio estadounidense, empezando por algunas islas del Pacífico, como Guam. El anuncio de que Pyongyang está a punto de alcanzar el umbral de la disuasión, aunque sea una simulación, llega en un momento especial, con una crisis política en Corea del Sur, tras el impeachment de la presidenta Park Geun-hye; el ascenso del nacionalismo desde India hasta Japón, pasando por Filipinas; y, naturalmente, la llegada de Trump, con sus dudas acerca del paraguas defensivo estadounidense, que constituyen un estímulo a la carrera armamentística y a la proliferación en la región.

El presidente electo responde de momento a las amenazas de Kim Jong-un con sus tuits nocturnos, difíciles de descifrar tanto en Pekín como en Pyongyang. A partir del 20 de enero, Trump tendrá en las manos otro botón para responder a las bravuconadas norcoreanas y no será el de su móvil sino el de la maleta nuclear. Para echarse a temblar.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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