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Caza al ‘Pablo Escobar de los Balcanes’

Una orden de arresto por narcotráfico contra un empresario albanés desemboca en un culebrón

María Antonia Sánchez-Vallejo
Miembros de la policía especial albanesa patrullan la localidad de Lazarat.
Miembros de la policía especial albanesa patrullan la localidad de Lazarat.Arben Celi (Reuters)

Saranda, o Sarandë según las grafías, es una localidad de la desconocida costa albanesa, a sólo dos millas náuticas de la isla griega de Corfú. Jalonada por un rosario de hoteles y apartamentos turísticos, disfruta en temporada alta de una animada vida nocturna y ofrece la posibilidad de visitar, a una veintena de kilómetros, el interesante recinto arqueológico de Butrinto. Pero en los últimos meses Saranda no ha saltado a los titulares como destino vacacional, sino por ser el epicentro de una red de tráfico de drogas capitaneada presuntamente por un tal Klement Balili, a la sazón director de Transporte de Saranda y con supuestos vínculos con las altas esferas políticas y administrativas del país.

La detención en mayo pasado de 15 personas en Grecia, ligadas a la red de Balili, y la emisión de una orden de busca y captura por parte de Atenas contra el (otra vez presunto) “gran señor de la droga de los Balcanes” ha envenenado de nuevo las relaciones entre Albania y Grecia, que nunca se han caracterizado por la cordialidad y que tanto recuerdan, por las suspicacias y recelos, las que España ha entretenido siempre con Marruecos, con el moro. Idéntica sospecha albergan los griegos: los albaneses son mayoritariamente musulmanes (y protagonistas también de la primera oleada de inmigración masiva, en los años noventa del pasado siglo). La presencia de una notable e irredenta minoría griega en territorio albanés, y la ocasional repetición de escaramuzas en la frontera, añade aún más complejidad al trato.

Pero volvamos a Balili, de cuyo paradero nada se sabe pese a la orden de búsqueda y a quien la fiscalía griega atribuye la financiación y dirección del grupo criminal desmantelado. Con la inestimable colaboración de algunos medios griegos, y de sus titulares hiperbólicos, Balili pasó en sólo unas horas de señor de la droga a convertirse en el “Pablo Escobar de los Balcanes”. Un reportaje del canal de televisión CNN Grecia aportó el valor añadido: a saber, que Balili gozaba de especial protección y “contactos con políticos de alto nivel”. La Embajada albanesa en Atenas negó esa información, lo que no impidió que, poco después, parte de la propia oposición albanesa recogiera el guante e identificara al mismísimo ministro del Interior como uno de los protectores de Balili. No tardó en divulgarse un vídeo en el que conspicuos altos cargos (incluido el titular de Finanzas) asisten a la inauguración de un hotel de lujo propiedad de Balili en su ciudad natal.

El resto de la historia, incluida la casi inmediata dimisión de Balili como director de Transporte de Saranda (topónimo de origen griego, por cierto), se embrolla en el habitual rifirrafe administrativo y político: si yo dicté una orden de arresto y tú te la pasaste por el forro; si yo tengo fotos de Balili surcando el mar Jónico ya en busca y captura; imágenes de lujosas fiestas veraniegas del presunto o de este en la boda del sobrino de su esposa, que le ha sustituido al frente del departamento de Transporte de Saranda. En noviembre, la fiscalía albanesa recibió desde Grecia un voluminoso dossier, de 10.000 páginas, sobre las actividades de Balili y, apenas un mes después, el responsable de la CIA, John Brennan, llegó a Tirana en lo que muchos interpretaron como un velado mensaje a las autoridades albanesas para que cooperen en operaciones internacionales contra el narcotráfico.

Lejos de aburrir con los pormenores del caso —Balili sigue desaparecido pese a un par de razzias policiales contra él—, lo que demuestra este caso es, por un lado, el arduo camino que deben recorrer muchos países de los Balcanes si desean integrarse en la UE (el combate al crimen organizado y la corrupción y unos estándares mínimos en la administración de justicia, como exigencias básicas) y, por otro, el pantanoso papel que los Balcanes, en general, desempeñan en todo tipo de tráficos y pasajes (trata de personas, drogas, armas, coches de lujo, y últimamente refugiados). Como muestra, valga el ejemplo de la bella ciudad balnearia de Kotor, en Montenegro, epítome del turismo de lujo y donde durante meses dos bandas mafiosas rivales han sembrado de cadáveres la localidad en una lucha sin cuartel por asegurarse más porción del negocio. Pese a los nuevos profetas de la estabilidad de los Balcanes, queda mucho por hacer para asegurar, o desecar, la compleja ciénaga geopolítica en que se hallan.

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