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El joven, la pistola y una incógnita: ¿Por qué disparó el tirador de Monterrey?

Un consultor en seguridad y una psicóloga con 30 años de experiencia con niños opinan sobre los motivos del ataque en el colegio del norte de México

Pablo Ferri
Velas y flores a las puerta del colegio de la agresión en Monterrey.
Velas y flores a las puerta del colegio de la agresión en Monterrey. CUARTOSCURO

El miércoles de la semana pasada, Roberto Garza Ruzafa convocó una junta de emergencia con sus consultores senior. El día estaba nublado en Monterrey. El ambiente, enrarecido. Garza, consultor en seguridad que ha trabajado con los gobiernos de la ciudad, del estado y del país, buscaba una explicación a lo inexplicable. ¿Por qué un muchacho de 15 años había disparado contra su profesora y sus compañeros en el colegio?

Apenas habían pasado unas horas de aquello. En la mañana, un adolescente había sacado una pistola en clase. Con una sangre fría y una puntería extraordinarias, había empezado a disparar. Primero a su profesora, luego a sus compañeros. A la maestra y a dos alumnos les dio en la cabeza. A otro, en el codo. Después había intentado darse un tiro en el cráneo, pero se quedó sin balas. Fue por su mochila, tomó más y se disparó en la barbilla. Todo en pocos segundos. El muchacho murió horas más tarde. Tres de los cuatro heridos siguen graves. El último fue dado de alta.

Garza y los demás estaban asombrados. Nunca había ocurrido algo así en Monterrey. Tampoco en México. Al día siguiente, el consultor compartía las conclusiones a las que habían llegado el día anterior en la junta. “Primero”, decía, “lo que ocurrió denota falta de formación del muchacho o formación distorsionada. Su percepción del bien estaba distorsionada. ¿Por qué? Eso está por ver. Segundo”, añadía, “el muchacho tuvo manera de acceder a un arma y a adiestramiento. Tercero, evidentemente hay un elemento psicopatológico que le lleva al asesinato”.

Mientras Garza daba sus argumentos, el vocero de seguridad del Estado de Nuevo León, Aldo Fasci, explicaba a los medios que la pistola que había usado el muchacho era del padre, aficionado a la caza. Horas más tarde, funcionarios de la fiscalía estatal acudirían al domicilio de la familia y encontrarían más armas. El diario El Norte publicaría que en total eran ocho. La pistola, cinco rifles y dos escopetas, todas registradas.

“Aquí hay muchas armas”, dijo Garza cuando escuchó las palabras de Fasci. “Primero porque es una sociedad que tradicionalmente es de cazadores. [Y luego porque] tenemos un problema de tráfico de armas. Hay mucha facilidad para conseguir... Pero este muchacho las tenía en casa”.

De acuerdo a información de la Secretaría de la Defensa Nacional actualizada a mediados de 2016, en México hay 2.850.102 armas registradas. Nuevo León es el quinto estado con más registros, 151.167. Un arma cada nueve hogares.

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La psicóloga Maricela Escamilla, que tiene más de 30 años de experiencia con niños y jóvenes, apunta al contexto en que ha vivido la región en la última década. “Siento que a partir de la violencia de estos años, los niños han desarrollado mecanismos de defensa. Se han insensibilizado. Hemos visto casos de brotes psicóticos. Los hemos atendido y así han mejorado. Pero, ¿cuántos hay que no conocemos?”.

La doctora Escamilla divide su tiempo entre la consulta que gestiona en San Pedro Garza, un municipio de clase media alta de la zona metropolitana de Monterrey, y el área de psicología de una organización que atiende a familiares de personas desaparecidas. En el segundo caso ella y sus colegas tratan a jóvenes que sufrieron la pérdida de un familiar en estos años de guerra contra el narco. Escamilla maneja, por decir, todo el espectro.

“Los niños que han crecido en ese medio hostil sienten miedo, odio, inseguridad”, dice. Desarrollan una dureza que a veces les impide ver qué consecuencias vas a tener sus acciones. Lo grave es que este tipo de ataques puedan replicarse porque haya niños que no estén de acuerdo con el mundo. Comienzan a fantasear y llega un momento en que confunden realidad y fantasía”.

Escamilla critica que el Gobierno de Nuevo León no haya lanzado programas de atención a la salud mental de los menores. “Aquí llegó un punto en que los niños no podían salir a jugar a la calle”, dice la especialista, en referencia a los años más duros del enfrentamiento del Gobierno con los grupos criminales, entre 2009 y 2012.

Además de la atención psicológica, Escamilla defiende que los profesores deberían recibir entrenamiento para detectar casos como el del joven tirador de la semana pasada. Más aun, cuando los padres carecen de esta habilidad. Este domingo, el diario El Norte recogía las declaraciones una fuente de la fiscalía estatal, que aludía al testimonio de los padres del agresor. “En la entrevista”, decía la fuente, “los papás dijeron que el muchacho no presentaba ninguna conducta anormal, ni de explosiones violentas, o de pleitos o agresiones”.

Ante lo sucedido, la propuesta de las autoridades se reduce a construir escuelas militarizadas. Jaime Rodríguez, conocido como El Bronco, anunciaba la semana pasada la construcción de cuatro centros para jóvenes rebeldes. “Nuevo León no puede seguir perdiendo a sus jóvenes por rebeldes o porque los padres no puedan con ellos. Ustedes lo saben y yo lo sé, la única manera de atacar eso es dándole una oportunidad al joven, pero poniéndole disciplina”, dijo.

Escamilla dijo que “eso es someter a través del miedo, la violencia. La disciplina debe ser positiva, humana. Con más agresión no se van a componer”.

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Sobre la firma

Pablo Ferri
Reportero en la oficina de Ciudad de México desde 2015. Cubre el área de interior, con atención a temas de violencia, seguridad, derechos humanos y justicia. También escribe de arqueología, antropología e historia. Ferri es autor de Narcoamérica (Tusquets, 2015) y La Tropa (Aguilar, 2019).

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