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Brasil alimenta el misterio sobre la muerte de Zavascki

Las preguntas sin resolver siguen marcando el fallecimiento del magistrado del ‘caso Petrobras’

Tom C. Avendaño
El presidente de Brasil, Michel Temer, asiste el sábado al sepelio del juez de la Corte Suprema de Brasil, Teori Zavascki, en Porto Alegre.
El presidente de Brasil, Michel Temer, asiste el sábado al sepelio del juez de la Corte Suprema de Brasil, Teori Zavascki, en Porto Alegre.Diego Vara (Reuters)

Aún no se sabía con certeza si el juez del Tribunal Supremo Teori Zavascki iba o no a bordo de un avión estrellado el jueves pasado en el mar de Paraty (Río de Janeiro), pero las redes sociales brasileñas ya habían empezado a compartir un mensaje: “Es infantil pensar que criminales de la peor calaña vayan a decidir someterse simplemente a la ley. Si algo le pasa a alguien de mi familia, ya saben ustedes por dónde buscar. Ahí lo dejo”. Lo había escrito en mayo de 2016 Francisco Zavascki, hijo del ahora difunto magistrado, y hacía referencia a las amenazas que supuestamente recibía su padre, instructor en el Supremo del caso Petrobras, una trama corrupta de proporciones mayúsculas entre las élites políticas y empresariales brasileñas.

No hablaba de amenazas físicas y, de hecho, Francisco ya ha asegurado que duda de que la muerte de su padre haya sido un atentado. Pero eso ha dado igual. El juez del único tribunal con potestad y documentación para procesar a los políticos aforados del país había muerto en un repentino y para muchos misterioso accidente. Las sospechas cotizan mucho más alto que cualquier hecho demostrable.

Las redes sociales han empezado a manejar sus propios datos. Se habla de que Zavascki llevaba en el avión unos papeles clave para el caso y que se han perdido para siempre, sin que esto se haya demostrado. Se ha viralizado el extracto de una conversación, grabada por la justicia en 2016, en la que dos senadores se lamentan de que Zavascki esté demasiado alejado de la esfera política como para que ellos puedan impedir la sangría de imputaciones que provoca entre los partidos (Zavascki era famoso por aislarse de cualquier injerencia).

Otros argumentan que el 3 de enero, en una web con fotos de aeronaves, se consultó la imagen de un avión como el accidentado 1.885 veces. La causa se desconoce. Una teoría más sofisticada apuesta a que, una vez más, todo ha sido obra del expresidente Luiz Inázio Lula da Silva, que esconde un secreto tan nefasto que le impediría ser candidato en las presidenciales de 2018, aunque Lula no está aforado y por tanto no era competencia de Zavascki.

La obsesión nacional por estos datos, de origen y fiabilidad cuestionables, no nace de un deseo de encontrar algo en lo que creer. Al contrario, cuando se comparten siempre vienen acompañados de mensajes que recuerdan que no se puede creer nada. Si no viene de las instituciones del país, mal. Si viene de ellas, mal. Aún entendiendo que todo accidente mortal que termine con la vida de un juez que investigaba a las altas esferas políticas será siempre caldo de cultivo para la paranoia, la conversación nacional brasileña parece haberse entregado al nihilismo más profundo.

Conspiraciones

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La política lleva meses sembrando dudas sobre quién es responsable de qué y qué intenciones oculta. Durante el juicio político que culminó en su impeachment, la expresidenta Dilma Rousseff denunció repetidas veces “un movimiento conspiratorio” para alejarla del poder. Su sustituto, Michel Temer, ha tenido que ver cómo su hombre fuerte en el nuevo Gobierno, Romero Jucá, dimitía como ministro, acusado de conspirar contra la investigación del caso Petrobras. La fiscalía acusó días antes a Lula de ser “comandante máximo de una trama” nada concreta con la que realizó acciones que no se conocen. Y Lula, tras cada nueva denuncia, acostumbra a culpar de todo a una “conspiración”.

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Sobre la firma

Tom C. Avendaño
Subdirector de la revista ICON. Publica en EL PAÍS desde 2010, cuando escribió, además de en el diario, en EL PAÍS SEMANAL o El Viajero, antes de formar parte del equipo fundador de ICON. Trabajó tres años en la redacción de EL PAÍS Brasil y, al volver a España, se incorporó a la sección de Cultura como responsable del área de Televisión.

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