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¿Quién gobernará en un mundo roto?

Intelectuales europeos y norteamericanos ven con pesimismo el futuro de Occidente

Marcha de las mujeres en San Francisco, el  pasado 21 de enero. 
Marcha de las mujeres en San Francisco, el pasado 21 de enero. Jeff CHIU (AP)

La palabra es pesimismo. 2017 ha arrancado con los ecos del año anterior, en el que el populismo, la polarización y la xenofobia pusieron el mundo patas arriba. El Brexit y la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca son percibidos por los grandes gurús solo como el principio de una etapa de incertidumbre y desconfianza. Debemos prepararnos para peores noticias, para un escenario de riesgo de ruptura política, económica y social.

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Lejos de tranquilizar al mundo, el discurso de toma de posesión de Trump y las primeras actuaciones del 45º presidente de Estados Unidos han confirmado la deriva hacia el populismo, el nacionalismo y el caudillismo, que busca enemigos dentro y fuera de su país para hacerse fuerte. China, México, la Unión Europea, el islam, los emigrantes, las mujeres, los periodistas…, el presidente dispara contra todo y contra todos, con el riesgo de provocar un incendio incontrolado.

Dirk Helbing, profesor suizo de informática y ciencias sociales, planteó la pregunta fatídica durante un encuentro en Zúrich (Suiza) la semana pasada: “¿Quién gobernará en un mundo roto?”. Y la cosa no quedó ahí; dos minutos más tarde, lanzó otra bomba de profundidad: “¿Cómo responder a los riesgos de inestabilidad total?”. El silencio fue la primera respuesta de los asistentes a la ­reunión, seguida inmediatamente por una profunda sensación de pesimismo que invadió la sala.

“No solo se cuestionan las élites”, afirma Elif Shafak, “sino el sistema. El pueblo parece preferir un líder que los guíe, y eso es peligroso”

Esto sucedió el día anterior a la inau­guración del Foro de Davos, en el Gotlieb Duttweiler Institute (GDI), en Zúrich. Este instituto organizó una reunión sobre “el futuro del poder” y convocó a media docena de los más destacados intelectuales del momento. Figuras de Estados Unidos y de Europa acostumbradas a debatir sobre el futuro de la humanidad y que no pudieron evitar su enorme preocupación ante el rumbo que ha tomado el mundo en el siglo XXI.

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Además de Helbing, participaron en la jornada (más de cuatro horas de intenso debate) Moisés Naím (autor del libro El fin del poder), Branko Milanovic (economista experto en desigualdad), Robert D. Kaplan (del Centro para una Nueva Seguridad de Washington), Nathan Gardels (cofundador del Berggruen Institute) y Elif Shafak (politóloga turca miembro del Consejo Europeo de Relaciones Exteriores).

Los asistentes a esta sesión de tormenta de ideas salimos apesadumbrados ante la falta de soluciones posibles frente a un mundo en el que el poder “está cambiando, mutando y decayendo y se ha convertido en algo fácil de adquirir, duro de ejercer y fácil de perder” (Naím). Palabras como populismo, incertidumbre, irracionalidad, militarismo, polarización, desconfianza… se repitieron una y otra vez sin que se viera una luz al final del túnel en el que parece inmerso el mundo en este nuevo siglo.

La llegada de Trump a la presidencia de Estados Unidos forma parte de una tendencia global que puede seguir esparciéndose por todo el mundo desarrollado. En 2017 hay elecciones presidenciales en Francia y legislativas en Alemania y Holanda, entre otros. El poder ya no es lo que era. La democracia representativa está en entredicho por el propio descontento de los ciudadanos, que se dejan llevar por las promesas de falsos mesías. La gente se moviliza enarbolando los más bajos instintos agitados por los líderes populistas.

“El poder está en crisis”, recalcó Moisés Naím, “ante la revolución de las tres emes: la del más (hay más de todo), la de la movilidad (desde cualquier sitio) y la de la mentalidad (la población es cada vez más inconformista y exigente)”. El problema es que esa enorme masa está siendo dirigida por nuevos caudillos que fomentan una nueva lucha de clases: el pueblo contra las élites.

Ese movimiento empieza a ser peligroso, a juicio de Robert D. Kaplan. “Se evitan las tragedias pensando de forma trágica”, afirma para justificar su temor ante un enfrentamiento mundial. “En el siglo XXI no es previsible una gran guerra nuclear que lo destruya todo”, añade Kaplan, “pero EE UU, Rusia y China están desarrollando armas no nucleares para una posible guerra; eso sin olvidar los ataques cibernéticos que pueden destruir los cimientos de los países en conflicto”. Esas guerras ya están vivas, como se ha demostrado en la reciente campaña electoral norteamericana.

Nathan Gardels insistió en la pregunta de Helbing, aunque con matices: ¿cómo se gobierna después del fin del poder? Aquí surge el gran debate sobre el papel que deben jugar unas élites deslegitimadas por los ciudadanos que siguen a los grandes líderes populistas. “El exceso de información pone en riesgo a las élites”, dijo Gardels, “separando la influencia del conocimiento”. Aunque no hay que olvidar que esa supuesta información que circula por Internet y las redes sociales es poco de fiar y suele ser utilizada y manipulada por los nuevos caudillos populistas.

“No solo se cuestionan las élites”, dijo Elif Shafak, “sino el sistema y la propia democracia representativa. El pueblo parece preferir un líder que los guíe, y eso es muy peligroso”.

La pensadora turca fue especialmente crítica con la nueva cultura que surge de Internet: “Crea una especie de pancake del conocimiento; poco profundo y muy desparramado, lo que genera una cultura superficial y que proviene de las mismas fuentes, que suelen ser poco fiables”. Naím fue un paso más allá: “Internet iba a ser una herramienta de liberación, pero los dictadores y el poder los usan para controlar, partiendo de las mentiras”.

Branko Milanovic ofreció una opinión menos pesimista, basada en datos sobre los efectos positivos de la globalización sobre los países más poblados del planeta: China, India y el resto de Asia, en donde la desigualdad se ha reducido de forma notable en lo que va de siglo. Aunque reconoció que los grandes perdedores de la crisis de 2008 fueron las clases medias de Estados Unidos y Europa. Helbing le apoyó en la visión optimista, “siempre y cuando Occidente sepa afrontar esta nueva era con tres transformaciones profundas: ecológica, digital y financiera”.

El intento de ambos por levantar el ánimo no tuvo demasiado éxito. La velocidad a la que se están transformando las sociedades y, sobre todo, el rumbo elegido ofrecen pocas razones para el optimismo. Shafak destacó las razones para ser pesimistas: “Cuando los pueblos se dirigen desde el miedo y la antiintelectualidad, el peligro acecha, y cuando los populistas llegan al poder, se aprovechan de él y se fortalecen”. O, como dijo el papa Francisco en la entrevista publicada por EL PAÍS el domingo pasado: “El peligro es que en tiempos de crisis busquemos un salvador”.

Los rasgos del populismo

Moisés Naím definió el populismo no como una ideología, sino como una estrategia para llegar al poder, y enumeró los principales rasgos de esa tendencia ahora global:

  • Nosotros frente a ellos: el pueblo contra las élites.
  • Catastrofismo: el pasado es terrible.
  • Ellos son el enemigo, interno y externo, que hay que criminalizar.
  • Militarismo frente a diplomacia.
  • Deslegitimar a los expertos por formar parte de las élites.
  • Deslegitimar a la prensa.
  • Debilitar los checks and balances (control y equilibrio).
  • Aproximación mesiánica: la solución soy yo.
  • Esta definición vale tanto para los líderes populistas de la ultraderecha como los de la izquierda radical. Los extremos se tocan.

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