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De los sobornos de Odebrecht a las clases de cocina

Ejecutivos implicados en la trama corrupta de la constructora brasileña se enfrentan a penas de años de casa por cárcel

Marina Rossi
Marcelo Odebrecht, tras su detención en 2015.
Marcelo Odebrecht, tras su detención en 2015.RODOLFO BURHER (REUTERS)

Mientras parte del mundo se prepara para el ajetreo internacional que pueda ocasionar la llamada Confesión del fin del mundo —la descripción de varios ejecutivos de la multinacional brasileña Odebrecht sobre cómo sobornaban a Gobiernos de toda América Latina—, hay un reducido grupo de personas que está más que preparado para sus efectos.

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Son los 77 directivos que han recibido una sentencia reducida a cambio de esta delación y que, en consecuencia, tras años de vivir en un frenesí de reuniones, viajes y cenas de negocios, ahora están obligados a quedarse dentro de sus casas para cumplir con sus arrestos domiciliarios. "Lo que más me va a afectar es no salir los fines de semana", suspira en entrevista con EL PAÍS uno de ellos, el ejecutivo O, que prefiere no dar su nombre. "Al fin y al cabo, soy una persona", justifica.

Sentado en su salón, O no transmite la imagen de un preso normal. Es más, es la viva imagen de la tranquilidad. Acaba de dejar atrás meses de angustia, de detallar sus corruptelas a la policía, de negociar la sentencia que le sería aplicada: el régimen cerrado (sin salir de casa), semiabierto (salir de casa solo en horario de oficina) o abierto (salir de casa con libertad menos el fin de semana).

Ahora lo único que le queda por resolver es qué hará con tanto tiempo libre. Él es más partidario de apuntarse a clases de historia. "Pienso en discutir un tema por semana, como por ejemplo, Getúlio Vargas", anuncia, en referencia al revolucionario que sucedió a la junta militar y presidió Brasil hasta que se suicidó 18 años más tarde. De él van algunos de los muchos libros que se empiezan a amontonar en el salón.

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"He comprado varios [libros], pero ya he leído bastante desde finales de año. Voy a tener que comprar más. Como me quede parado, me vuelvo loco", confiesa O. Con esta última idea comulga buena parte de sus colegas. Según diversas fuentes, otros ejecutivos van a estudiar mandarín, alemán o inglés. Otros prefieren los cursillos: de mecanografía, de cocina, lo que sea. Hay quien se plantea matricularse en la universidad a distancia. Un ejecutivo, dicen, ha insonorizado un cuarto de su casa: piensa aprender a tocar la batería. Casi todos quieren mudarse a casas en la playa o en campo, o, al menos, a alguna urbanización bien armada de zonas comunes al aire libre: la privación de libertad les prohíbe pisar la calle pero no disfrutar del sol.

En hora y media de conversación, O no toma café, toda una anomalía en el protocolo brasileño. Tampoco parece necesitarlo: se le ve descansado. Su vida está más o menos resuelta, en ese salón, con sus libros. Desde allí todavía puede ver cómo, ahí fuera, el mundo se estremece.

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Sobre la firma

Marina Rossi
Reportera de EL PAÍS Brasil desde 2013, informa sobre política, sociedad, medio ambiente y derechos humanos. Trabaja en São Paulo, antes fue corresponsal en Recife, desde donde informaba sobre el noreste del país. Trabajó para ‘Istoé’ e ‘Istoé Dinheiro’. Licenciada en Periodismo por la PUC de Campinas y se especializa en Derechos Humanos.

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