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“Prefiero volver a Guantánamo a soportar el acoso policial en Túnez”

Un tunecino ex preso de Guantánamo solicitó volver al controvertido penal, pero le fue denegado

“El propietario de mi apartamento me llamó hoy y me ha dicho que tengo que irme. Es la sexta vez que me ocurre en tres años. La policía les acosa y me echan. Ya no puedo más”, dice apesadumbrado Hedi Hammami, un tunecino que pasó ocho años en Guantánamo y volvió a su país en 2011. El hostigamiento de las fuerzas de seguridad es tal, que le llevó a tomar una decisión sorprendente. “Prefiero volver a Guantánamo a soportar el acoso de la policía en Túnez. Estoy desesperado, no tengo futuro en mi país”, declara Hammami, que llegó a contactar a la Cruz Roja Internacional para que mediara con el Gobierno estadounidense y le transmitiera su petición, pero ésta se negó.

Hedi Hamammi mira desde un balcón una concurrida calle de Túnez
Hedi Hamammi mira desde un balcón una concurrida calle de TúnezRicard Gonzalez

Mientras camina, arrastra levemente la pierna derecha, secuela de las torturas sufridas en las cárceles estadounidenses. Sin embargo, peores son las secuelas psicológicas. “Tengo dolores de cabeza muy fuertes, oigo un zumbido constante y no puedo dormir más de tres o cuatro horas... Las condiciones en Guantánamo al principio eran muy duras. Me pasé años en una celda de aislamiento, y los soldados no te dejaban dormir. Más adelante, mejoraron”, recuerda con un gesto cansado. Es primera hora de la mañana, y llega a la entrevista directamente de su trabajo: conductor de ambulancias en el turno de noche.

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Durante varias semanas, tuvo que interrumpir su trabajo, porque las autoridades le forzaban a presentarse en comisaría a fichar varias veces al día. Entre las medidas de acoso, los continuos registros en su casa para interrogarle, que provocan los recelos de los vecinos, la prohibición de salir no solo del país, sino de la capital, y la retirada a su esposa, de nacionalidad argelina, de su permiso de residencia en Túnez. “Todo esto empezó en 2013, dos años después de mi vuelta. Cuando los responsables del antiguo régimen volvieron al poder, y comenzaron a vengarse de todos aquellos que hicieron lo que ellos llaman un 'golpe de Estado'”, afirma este hombre de 47 años, ojos menudos y barba canosa de tres días.

Su caso no es aislado. La organización de derechos humanos Amnistía Internacional presentó recientemente un informe muy crítico con las políticas antiterroristas de Túnez, único país sacudido por la primavera árabe que culminó el tránsito de una dictadura totalitaria a una democracia imperfecta. El documento recoge numerosos abusos contra los sospechosos de terrorismo, incluidas las torturas, los arrestos arbitrarios en función de la apariencia o las creencias religiosas, y la intimidación de sus familias para que proporcionen información. Como Hammami, hay centenares de tunecinos que padecen continuos registros en sus viviendas, que a veces se prolongan durante horas, el arresto domiciliario o estrictas restricciones de movimientos que les dificultan estudiar o trabajar. Y todo ello, a menudo, sin haber recibido condena alguna.

Dos versiones diferentes en Guantánamo

El atribulado periplo de Hammami hacia Guantánamo se inició a finales de los noventa, cuando pidió asilo político en Pakistán. “Trabajaba en Italia, y era crítico abiertamente con el régimen de Ben Alí dentro la comunidad. Aunque no pertenecía a ningún partido político, el régimen pidió a Italia, estrecho aliado con Berlusconi, que me deportara”, explica. En aquella época, entró en contacto con el movimiento religioso islámico, Tabligui Jamaat, originario del subcontinente indio, y que le facilitó el traslado a Pakistán.

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Según un documento del Gobierno de EE UU filtrado por Wikileaks, Hammami participó en un campo de entrenamiento de Al Qaeda en Afganistán. Su nombre habría aparecido en unos papeles hallados en Tora Bora, último refugio de Bin Laden en este país. No obstante, él lo niega vehementemente: “Eso es falso. Es un documento fabricado. Después del 11-S, los pakistaníes empezaron a arrestar a todos los árabes que vivían allí y, a los pobres y sin conexiones, los entregaban a los americanos a cambio de 5.000 dólares. Me vendieron por dinero”.

Es imposible verificar la historia de Hammami. En todo caso, si en algún momento representó un peligro para la sociedad tunecina, ahora ya no lo parece. Con dos hijos pequeños ahora, hace cuatro años que trabaja conduciendo ambulancias y afirma que su principal preocupación es ser un buen padre. “No he hecho nada malo. Si no, no estaría en libertad... La figura del padre es muy importante, es un modelo para los niños. ¿Cómo puedo serlo si estoy en este estado de desesperación?”, se lamenta. De ahí, su idea de volver a Guantánamo, y que su esposa se lleve a sus hijos a Argelia para que crezcan allí, sin el acoso de la policía.

Después de los tres brutales atentados que padeció Túnez en 2015, la opinión pública no parece inmutarse ante denuncias de las ONG respecto a las violaciones de derechos humanos. Además, la falta de ataques durante los últimos 15 meses refuerza esta actitud. Sin embargo, la actual política de mano dura preventiva puede generar un efecto bumerán a medio plazo. “Te empujan a que te lances al Mediterráneo, a que te suicides... Hay muchos jóvenes en esta misma situación que yo. Les impiden tener un trabajo y una vida normal. Luego se vengarán”, advierte Hammami.

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