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TIERRA DE LOCOS
Columna
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Riña de gatos en Argentina

En estos días, el único consenso en el país consiste en sostener que la culpa es del otro

Ernesto Tenembaum

Hace muchos años, el general Juan Domingo Perón (Q.E.P.D.) dijo: "Los peronistas son como los gatos. Si gritamos, nuestros enemigos creen que nos estamos peleando, cuando en realidad nos estamos reproduciendo". Quienes conocen la historia del peronismo saben que las cosas no fueron tan sencillas: a veces, los gatos gritaban mientras se descerrajaban a tiros y otras veces, aullaban de goce, de disfrute multiplicador. En cualquier caso, es curiosa la manera en que los gatos aparecen, una y otra vez, en el folklore político local. En 1983, después de una derrota electoral, un sindicalista peronista dijo: "El peronismo va a renacer como el Gato Felix". Quiso referirse, claro, al Ave Fénix pero, ¿qué más da? Ahora, sus adversarios llaman Gato al presidente Mauricio Macri. #Macrigato, escriben en Twitter. En el argot nacional, gato no es solamente alguien que grita mientras llega al orgasmo o uno que tiene siete vidas: también se podría definir como el que te traiciona, te apuñala por la espalda.

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Cuestión que los gatos están a los arañazos limpios. Los primeros días de marzo, la conflictividad social y política argentina alcanzará el clímax. El lunes, por ejemplo, deberían empezar las clases. Pero eso no ocurrirá, ya que el gremio docente decretó un paro de 48 horas por mejores salarios. Ese mismo día 6, los docentes marcharán hacia la Casa Rosada. El martes, segundo día de paro de maestros, todos los sindicatos del país realizarán una masiva marcha contra Macri. El miércoles, los gremios estatales anunciaron que se adherirán al paro mundial convocado por el Día Internacional de la Mujer, entre ellos los maestros. Mientras tanto, organizaciones sociales diversas han interrumpido el tránsito en puntos neurálgicos de la capital varias veces en estos días. Y los sindicatos peronistas anunciaron que, de no torcerse el rumbo económico —y no se torcerá—, irán al paro general. Por si fuera poco, 15 diputados peronistas, seguidores de la expresidenta Cristina Kirchner, firmaron un pedido de juicio político contra Mauricio Macri, es decir, reclamaron que se fuera del poder. Entre los firmantes figura el presidente del Partido Justicialista, o sea, del peronismo.

Hay dos visiones extremas sobre el conflicto que se avecina. Una de ellas, la oficialista, sostiene que Macri está por enfrentar el clásico proceso de desestabilización que se ha puesto en marcha cada vez que, desde el regreso de la democracia en 1983, ha existido un presidente no peronista. Los sindicatos golpean en nombre de la justicia social, para que luego los políticos propios lleguen al poder y se roben, así dicen en la Casa Rosada, hasta las canillas. Eso le ocurrió a los dos presidentes no peronistas de las últimas décadas, que enfrentaron una conflictividad gremial muy agresiva, hasta que debieron entregar el poder antes de tiempo. La otra versión extrema de lo que ocurre, la opositora, sostiene que la Argentina está gobernada por un gobierno de ricos y para ricos, que puso en marcha un plan de ajuste que aumenta la pobreza y la desocupación y que, por lo tanto, la reacción sindical no es partidaria, sino que obedece a una simple lógica de autodefensa.

Las versiones extremas nunca alcanzan a explicar la realidad, pero yuxtaponerlas suele ser un buen ejercicio para tratar de entender qué es lo que realmente ocurre. Tal vez todos tengan un poco de razón. Durante el primer año de Macri, los pobres son más y están peor, la cifra de desocupados ha crecido y los sectores de mayor poder económico —los productores agropecuarios, los bancos— se han beneficiado. La economía empieza a dar algunas señales de reactivación, pero en un contexto social herido por las principales medidas del Gobierno. Aun cuando la oposición estuviera compuesta por ángeles, de aquellos polvos, al menos en la Argentina, surgirían igualmente estos lodos. Pero, por otra parte, también es cierto que en esas aguas revueltas aparecen los conspiradores de siempre, los gatos que huelen la sangre ajena, se relamen, se desperezan y empiezan a imaginar su regreso al poder, tal vez antes de lo planeado. En estos días, el único consenso en la Argentina consiste en sostener que la culpa es del otro, algo tan humano y tan dañino, por cierto.

La marea, como suele suceder, subirá la semana próxima y luego bajará. Macri se esperanza en que la conflictividad, asociada al peronismo, le acerque más votantes. El peronismo cree que lo dañará. Se verá cuántos jirones deja cada cual en la batalla.

Pero esto es una maratón, no una carrera de cien metros. Y, aunque el peronismo ha superado todos los desafíos en el pasado, nadie sabe quién tendrá más vidas en el futuro, en un país donde la supervivencia en el poder es una de las más finas y complejas disciplinas artísticas.

Solo los gatos lo logran.

Y tal vez ni ellos.

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