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EN CONCRETO
Columna
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Una nueva iconocracia

Jackson no es para Trump una guía de acciones concretas. Es sólo un marco general

José Ramón Cossío Díaz

La principal asesora hincada sobre un sofá de la Oficina Oval. La hija sentada en la silla presidencial en medio de su padre y del primer ministro de Canadá. Son fotografías que buscan construir sentido, tal como en su momento se hizo con los hijos de Kennedy jugando en ese mismo sitio o con la de algún otro presidente llamando por teléfono con los pies colocados encima del escritorio. En un espacio como ese se acota lo permitido y se elige y cuida el objeto a compartir. Sólo se muestra lo que se quiere mostrar. De ello depende la construcción de una narrativa del poder. ¿Qué se quiere enseñar y para qué? ¿Alguien afable y humano? Los consabidos detalles familiares resultan adecuados. ¿Alguien preocupado y trabajador? La presencia en la oficina a altas horas de la noche con un reloj que lo certifique es un buen modo de hacerlo.

El presidente Trump habla desde un podio colocado dentro de la Oficina Oval con un retrato de Andrew Jackson a su izquierda. Teniendo como fondo unas nuevas y relucientes cortinas doradas, su personal signo, las cabezas de Jackson y Trump aparecen a la misma altura. En el retrato, el séptimo presidente de los Estados Unidos mira a su derecha. El cuadro se ha colocado para que vea al recién llegado. El viejo líder contempla al nuevo presidente y este se sabe mirado por aquel. La imagen total produce su sentido: lo que Trump haya de realizar será hecho bajo la vigilante mirada de Jackson. El rebelde, el político inclasificable, ha decidido encomendar su actuar a un político calificado como rebelde y en su momento tenido también como inclasificable.

¿Trump quiere ser como Jackson? Algunos analistas así lo han sugerido. En la genealogía presidencial, Jackson fue el primer presidente no vinculado con el momento fundacional de los Estados Unidos. De Washington a Adams, todos habían estado relacionados con la Revolución y con el Constituyente de Filadelfia. Su distancia con los patricios le permitió hablar del hombre común y de su necesidad de ser considerado por la política. Le permitió la fundación de un partido con esas ideas. Le autorizó a buscar la elección presidencial directa y a organizar a la administración en torno a él mismo. Vetó diversas leyes y se opuso al statu quo de su tiempo. ¿En qué de todo ello Trump quiere parecerse a Jackson?

Evidentemente, los tiempos y los problemas de uno y otro presidente son diversos. Algunos elementos comunes existen en la política de movilización de masas blancas desplazadas y pauperizadas. Algo hay también de semejante en la retórica populista de apelación al pueblo como gran decisor de lo que unilateralmente se emprende. Al hacerse mirar por Jackson retratado, no es que Trump quiera ser como él ni que quiera copiar sus tácticas democráticas. Lo que de él quiere extraer, y a su vez producir, es el halo de la rebeldía, de la dificultad de ser clasificado y capturado por el establishment. Con ello busca mantener abiertas las posibilidades de tomar decisiones a partir de sus cambiantes intuiciones o corazonadas.

Los días pasan y las construcciones institucionales conocidas y esperables no llegan. Más allá de esta obviedad, lo que está en marcha es la producción de otras formas de ordenación del poder. El Brennan Center daba cuenta la semana pasada del modo como en diversas entidades de los Estados Unidos se están instrumentando reformas para restringir el voto público. Como estos, hay otras maneras de cerrar los caminos de la participación o de lo que a la larga será igual, para impedir los frenos y contrapesos. Jackson no es para Trump una guía de acciones concretas. Es sólo un marco general, un ánimo que le permitirá actuar por sí mismo, tratándonos de hacer creer que está inspirado en alguien que ya fue exitoso y ya está en la historia.

José Ramón Cossío Díaz es ministro de la Suprema Corte de Justicia de México. @JRCossio

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