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Tribuna
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La migración internacional y las desigualdades de género en México

La migración internacional puede ser un motor de cambio, pero también puede perpetuar las desigualdades de género

Una mujer espera reencontrarse a través del muro con su marido en Tijuana.
Una mujer espera reencontrarse a través del muro con su marido en Tijuana.Griselda San Martin

La migración mexicana hacia y desde Estados Unidos tiene una larga historia. Son más de 100 años de ires y venires durante los cuales la participación de las mujeres y las formas en que esta migración ha modificado sus vidas han sido insuficientemente visibilizadas. La razón principal es que, en sus orígenes, la migración mexicana tuvo un componente en lo fundamental masculino: se trataba en su mayoría de hombres, jóvenes, que dejaban el país temporalmente en búsqueda de trabajo; por lo general permanecían en el vecino del norte por poco tiempo (menos de un año) y, en todo caso, repetían los viajes durante varios años. En esta historia de la migración, las mujeres parecían sujetos pasivos que vivían la decisión del marido o el padre de migrar y se quedaban a cuidar el hogar mientras el hombre regresaba. Esta narrativa no hace más que reproducir el estereotipo del hombre proveedor y activo y la mujer pasiva y cuidadora. Desconoce el profundo efecto que tiene en la dinámica familiar el hecho de que uno de sus miembros migre y el reacomodo de relaciones, responsabilidades y roles que se generan a raíz de esta migración.

En sus orígenes, la migración mexicana tuvo un componente en lo fundamental masculino

En realidad, en esta centenaria migración entre México y Estados Unidos, las mujeres han participado de diversas formas. Las mujeres que se quedan en las comunidades de origen, en muchos casos esposas con hijos pequeños, han tomado un rol activo en el manejo de los recursos que los hombres mandan desde el norte, tienen que tomar solas decisiones cotidianas sobre el cuidado de los hijos, los gastos y la organización del hogar y, en muchos casos en comunidades indígenas, asumen las responsabilidades de los maridos en las asambleas, sistemas de cargo y espacios públicos. Adquieren una voz en la comunidad que antes no tenían y se ven empoderadas al aumentar su capacidad de decidir y de manejar recursos económicos. Sin embargo, esta mayor autonomía depende del contexto específico. A la par de historias que reflejan este empoderamiento hay otras de mayor dependencia de los suegros o de otros familiares, de la supervisión y control que ejerce el hombre ausente a través de los mismos y de la vulnerabilidad que genera la dependencia de los recursos que envía alguien que pudo haberse ido hace muchos años. De hecho, conforme la migración mexicana hacia Estados Unidos perdió su carácter circular (desde mediados de los ochenta) y conforme se hizo más difícil y más costoso regresar, los tiempos de ausencia de los cónyuges se han prolongado haciendo más difícil e incierta la situación de las mujeres que se quedan en las comunidades de origen.

Quisiera ser optimista y decir que en general hay ganancias para las mujeres en su posición en el hogar y en las comunidades de los migrantes

Uno de los grandes cambios en la migración al norte ha sido la mayor incorporación de las mujeres durante los últimos treinta años. Aunque en general se les ve como “acompañantes” de un hombre que migró antes que ellas, esta movilidad también está asociada con un cambio en las relaciones de género. En el “norte”, donde hay menos familiares y menos redes sociales de apoyo, es común encontrar que los hombres participan más en labores del hogar y de cuidado de los hijos en lo cotidiano, especialmente cuando ambos padres trabajan. Adicionalmente, las mujeres tienen (o al menos tenían hasta antes de la era Trump) un mayor acceso a apoyos gubernamentales comparado con lo que tendrían en México, por ejemplo, en casos de violencia doméstica. Para algunos investigadores, esto explicaría el hecho de que con mayor frecuencia, sean las mujeres quienes prefieran quedarse con la familia definitivamente en Estados Unidos a comparación de los hombres. De hecho, entre las diferentes historias, es común encontrar también la narrativa de las mujeres que cuentan cómo el marido, al regresar a México, deja de participar en las tareas domésticas y busca reproducir las diferencias tradicionales de género. Esto nos dice que las ganancias que pudiera haber en términos de las relaciones de género cuando la pareja está en Estados Unidos no necesariamente se sostienen al regreso a México.

Es difícil encasillar los cambios que la migración puede generar en las relaciones de género en un solo modelo. Quisiera ser optimista y decir que en general hay ganancias para las mujeres en su posición en el hogar y en las comunidades de los migrantes. En realidad, el resultado es incierto. La migración internacional puede ser un motor de cambio, pero también puede perpetuar las desigualdades de género si no hay sinergia con el contexto más amplio.

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Ahora estamos ante una nueva etapa de la migración entre México y Estados Unidos caracterizada por la mayor incertidumbre que viven los mexicanos que están en el norte, los familiares que se quedaron con la expectativa de reunirse en el futuro y que ven más difícil el cruce y para quienes dependen de las remesas. En este contexto, conviene traer a colación el rol que las mujeres han tenido en la historia de la migración y anticipar las implicaciones de esta incertidumbre para las mujeres a ambos lados de la frontera.

Silvia E. Giorguli Saucedo es presidenta de El Colegio de México. sgiorguli@colmex.mx

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