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Europa busca reinventarse a los 60

Los líderes celebran este sábado el aniversario del Tratado de Roma marcado por el 'Brexit' y la última década de crisis y auge de los populismos

Manifestación a favor de la Unión Europea convocada por Pulso de Europa en Berlín (Alemania).Foto: reuters_live | Vídeo: FILIP SINGER (EFE)
Claudi Pérez

La UE son sus 1.000 kilómetros de muros: quien busque un ejemplo de la debilidad del proyecto no tiene más que contemplar la valla que levanta Hungría ante la marmita borboteante que vuelven a ser los Balcanes. Europa es un restaurante de comida grasienta en Kirkcaldy (Escocia), donde uno puede reflexionar sobre el Brexit y los estragos de la desindustrialización junto a una placa que dice que Adam Smith escribió allí La riqueza de las naciones. La Unión puede relatarse desde un mitin de Le Pen, con una descripción de las cicatrices que deja un paro del 40% en el Campo de Gibraltar. O en Prato, cuna del zapato italiano, para descubrir sus 3.000 negocios de propiedad china, en los que se trabaja en condiciones de semiesclavitud. Crisis migratoria, económica, de seguridad, social: hay mucha crisis en los 10 últimos años. Pero la Unión celebra este sábado 60, y seis décadas dan al menos para otro punto de vista: para ver cómo funciona Europa hay que pasar unas horas en el triángulo formado por Sarrebruck (Alemania), Metz (Francia) y Luxemburgo. Aquí, los prósperos ciudadanos de los tres países se mueven libremente por fronteras invisibles; viven en un Estado, trabajan en otro, van de compras a un tercero. Las conversaciones viajan de un idioma a otro "ajenas a las enemistades históricas que los niños siguen aprendiendo en la escuela pero ya no se corresponden mucho con lo que ven", dejó escrito Tony Judt.

Nada es más esencial al comenzar que asegurarse de la riqueza del punto de vista: en medio de una policrisis existencial hay que escribir sobre el alambre de espino de la valla de Ceuta y sobre el alambre de espino metafórico de los ultras, pero este diario elige Schoeneck, un pueblo tranquilo en la zona francesa de ese triángulo, para empezar a contar el 60º aniversario del Tratado de Roma, que se celebra este sábado con una sobria ceremonia en el Campidoglio de Roma.

Una acera de la calle Pasteur de Schoeneck es el final de Francia; la otra es ya el Sarre alemán. En el lado francés del adoquinado, la conversación con Daniel Schuller, guarda forestal de 62 años, deriva en las elecciones presidenciales, el peligro que supone Marine Le Pen y, en fin, “el malestar de Francia”. Al cruzar la calle-frontera, Daphne, de 33 años, cuenta cómo los jóvenes de la localidad “trabajan indistintamente en Francia, Alemania e incluso Luxemburgo”, y relaciona los comicios de este fin de semana en el Sarre con las presidenciales francesas y las alemanas de otoño: “Año de elecciones, año de riesgos”, apunta condensando el spleen de una época.

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Un aniversario tiene siempre una doble dimensión. Exige una mirada hacia atrás, y ahí la foto sale borrosa si se arranca en 2007 —“hay evidencias de divergencia económica entre los 12 países que adoptaron el euro”, según el BCE—, pero brilla con luz propia si se amplía el foco hasta 1957: de 6 a 28 países, de 185 millones de personas a 510, de una renta per cápita de 15.000 euros a 52.000, y sobre todo una historia de relativa paz y estabilidad en la que se han ido asentando las jóvenes democracias de Grecia, España, Portugal o el Este. Los 60 requieren también prospectiva: el resultado es peor. Europa ha sido resistente a una enorme variedad de crisis. Pero está encogiendo: Reino Unido se va. El Este se encierra sobre sí mismo. El ascenso de los ultras genera un equilibrio inestable, con una narrativa cargada de negatividad. Y aquel leit motiv, "una unión cada vez más estrecha", parece ahora un puñado de palabras de charol.

“Es un aniversario agridulce”, cuenta con un hilo de voz Charles Kupchan, ex asesor del estadounidense Barack Obama. “Con las luces largas, el proyecto es un éxito inclasificable. Pero Europa es ahora más vulnerable que nunca. No ha solucionado sus cuestiones existenciales. La crisis del euro está por resolverse: si vuelve, el continente no tiene defensas. El desencanto es indiscutible. Los populismos pueden poner patas arriba Francia e Italia. El Brexit es la máxima expresión del punto de ruptura. Todo eso, más la agresividad de Putin y Trump, obliga a Europa a reinventarse”.

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La Unión entra en una edad muy respetable, pero sus problemas proceden de no haber sabido resolver la crisis de los 40. "Después de asegurar la paz, Europa abrazó el mercado común y así se amarró al mástil imaginario de la prosperidad: esa ha sido la esencia del relato en los últimos tiempos, salvo por el detalle de que los resultados no acompañan", explica Peter Hall, de Harvard. La UE aún es un éxito: el Estado de bienestar fue una especie de tratado de paz. Pero la última década ha sido demoledora: Paul de Grauwe, de la London School, subraya que los beneficios de la integración se han repartido de forma muy desigual: "La UE se olvidó de integrar a los perdedores. Es una historia parecida a la de la globalización. Y ese olvido es la base del populismo, el mayor desafío para su supervivencia”.

El proyecto da la impresión de sobrevivir sumergido en una especie de crisis líquida, cambiante pero casi perpetua, como para darle razón al padre espiritual de la criatura, Jean Monnet y su “Europa se forjará en las crisis”. El inconveniente de esa profecía es que da a entender que todas las crisis tendrán un final feliz: la tentación del optimismo, a pesar de los pesares, es relativamente habitual en Bruselas. “Los franceses se lo pensarán dos veces antes de votar a Le Pen. Alemania no es problema. Italia sí, por su situación económica y política, pero si el eje francoalemán se recompone todo será más fácil. El Brexit va a ser un divorcio doloroso e impide la música triunfal de otros tiempos, pero nadie debería subestimar la capacidad de resistencia europea”, resume una alta fuente comunitaria.

En la carretera de Luxemburgo a Sarrebruck hay media docena de ciudades industriosas, con ese paisaje idílico salpicado de granjas, casas y bosquecillos de la Europa central. Pinos, hayas, robles: buena parte de los árboles que crecen junto al río Sarre, justo al lado de Schoeneck, hunden sus raíces en un fértil manto de cadáveres. "La paz es uno de los grandes dividendos de la construcción europea", reflexiona el analista Throsten Beck, "pero es evidente que aún hay riesgos enormes. Izquierda y derecha han fracasado en la gestión de la crisis y han abierto la puerta a fuerzas extremistas. El mayor desafío ya no es una crisis financiera, sino una sacudida política, una Le Pen, una mayoría eurohostil en Italia”.

Los expertos e incluso los eurócratas coinciden en que un salto adelante federalista no es posible. Ni las cancillerías ni la ciudadanía están por la labor: Berlín defiende un enfoque más pragmático. “Frente al idealismo de la unión cada vez más estrecha, se impone un realismo basado en la Europa de las múltiples velocidades con un nuevo énfasis en la seguridad. Eso puede ser un antídoto para el resentimiento contra la UE”, subraya Eric Kauffman, de la Universidad de Londres. Ni rastro de ese resentimiento en Schoeneck, donde Le Pen es una especie de Moriarty de andar por casa. Pero Schoeneck no es la medida de todas las cosas: Roma será una buena piedra de toque para ese examen continuo al que se enfrenta el continente, con sus líderes firmando solemnes declaraciones y dos manifestaciones en la calle, una a favor y otra en contra de la Unión. Así están las cosas: la gran partida, en Europa, se juega en la mente de sus ciudadanos. Si se confirma la ruptura piscológica con la idea de unidad, la crisis dejará de ser una forma difusa de hablar.

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Sobre la firma

Claudi Pérez
Director adjunto de EL PAÍS. Excorresponsal político y económico, exredactor jefe de política nacional, excorresponsal en Bruselas durante toda la crisis del euro y anteriormente especialista en asuntos económicos internacionales. Premio Salvador de Madariaga. Madrid, y antes Bruselas, y aún antes Barcelona.

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