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Las dos caras de la moneda ‘Brexit’

El pesar de unos y la satisfacción de otros se mezclan en un ambiente general de "la vida sigue"

Manifestación pro-UE, junto al Parlamento británico, este miércoles en Londres.Foto: atlas | Vídeo: JUSTIN TALLIS (AFP) | EPV

“Todavía tengo que hacerme a la idea, vaya día horrible, lo que de verdad me gustaría es estar ahora muy lejos, en un lugar remoto...”. Vicky confiesa su aprensión ante lo inexorable del Brexit, mientras despacha las lubinas y lenguados de Cornualles que cada miércoles vende en un mercado callejero del norte de Londres. Una de sus clientas asiente en silencio, pero nadie abre la boca. Los ingleses no son muy dados a este tipo de expresiones públicas –al menos que medien varias pintas de cerveza ya entrada la tarde en el pub-, y mucho menos en el día D que señala la cuenta atrás para la salida del Reino Unido de Europa. El comentario de la pescadera es una de las pocas excepciones a lo largo de una jornada que discurre como cualquier otra cita semanal en el Farmer´s Market de Swiss Cottage. O en cualquier otro punto de la ciudad.

Todo el mundo sabe que en ese mismo momento, al filo del mediodía, la primera ministra Theresa May está proclamando el adiós a la UE desde la tribuna del Parlamento. Pero el británico es un pueblo pragmático, muy contenido en el caso de los ingleses (no tanto escoceses ni galeses) y, bajo esa pátina de imperturbabilidad y del espíritu de que “la vida sigue”, está en realidad a verlas venir. Para bien o para mal después de que el Reino Unido haya decidido “adentrarse en lo desconocido”, en expresión del titular de portada de The Guardian ilustrado con un puzle del mapa europeo en el que las casillas de estas islas han sido desplazadas, dejando un enorme hueco.

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El vecino del puesto de Vicky, que vende carne de su granja de Leicestershire (centro de Inglaterra) aparece como la otra cara de la moneda con su enorme sonrisa. Se le nota radiante, pero cuando le preguntamos por el Brexit despacha el asunto con un “es una gran oportunidad”. Punto. Sólo a base de insistencia conseguimos que Mike nos cuente por qué está al 100% con la decisión de May: “Los británicos no firmamos (la adhesión, en 1973) para cumplir las órdenes de los burócratas de Bruselas, lo único que queríamos era el mercado único”.

La inquietud ante el impacto económico que pueda tener la salida precisamente de ese mercado europeo “es cosa de los londinenses, porque a nosotros, la gente del campo, nos gusta la idea de ir solos, a nuestro aire, y estamos seguros de que saldremos adelante”, sostiene en línea con la optimista y un tanto arrogante proclama servida en primera página del Daily Mail (“!Libertad!”).

Un hombre con la careta del líder del eurófobo UKIP Nigel Farage protesta junto al Parlamento británico, este miércoles en Londres.
Un hombre con la careta del líder del eurófobo UKIP Nigel Farage protesta junto al Parlamento británico, este miércoles en Londres.Carl Court (Getty Images)
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“Los británicos tienen la gran ventaja de la libra, eso lo saben bien tantos franceses que están hartos de Europa pero atados al euro”, asiente Pierre, que lleva muchos años en Londres al frente de su puesto de quesos y embutido de su país de origen. Al parisino no le gusta cómo ha evolucionado la UE en los últimos años (“somos demasiados, no tenía que haber entrado todo el bloque del este”) y considera que acuerdos comerciales como el recién cerrado con Canadá anuncian una invasión de productos extranjeros en detrimento de los locales. Los jóvenes italianos que venden productos de su tierra en el mercadillo prefieren no hacer comentarios. Como muchos ciudadanos comunitarios residentes en el Reino Unido están en una actitud de cuerpo a tierra. Quienes regentan otros chiringuitos expresión de la multiculturalidad –el puesto de falafel, el de platillos jamaicanos o el de fideos tailandeses- no muestran la más mínima curiosidad: el asunto no va con ellos.

“No tienes que preocuparte de nada, nosotros los franceses, los españoles o los italianos no vamos a tener ningún problema, sólo hay que arreglar lo del permiso de residencia”, me asegura un convencido Pierre. Mucho menos optimista se muestra una catalana que trabaja en la otra punta de la ciudad como gestora de inversión en la City –pide que no se reproduzca su nombre- a la hora de explicar el estado de ánimo entre sus colegas. “Hoy es un día triste para la City. El Brexit plantea muchas dudas sobre la condición de Londres como centro financiero, porque los bancos y gestoras de fondos usamos un 'pasaporte' que nos permite operar en Europa. No se sabe si este 'pasaporte' se mantendrá, y su ausencia haría ilegal la venta de muchos productos en Europa, con la consiguiente caída de beneficios, y la necesidad de ampliar las oficinas en otros países de la UE.

Ahora todo depende de lo que negocien”. El Times, un diario que nunca ha sido filoeuropeo pero que al tiempo ha defendido la necesidad de la permanencia en la Unión (un “no nos gusta pero la necesitamos”, resumiría su posición) resumía ese sentir con una advertencia en su portada: “Los ojos de la historia nos vigilan”.

Muy lejos del mundillo financiero, Mike recoge sus bártulos al principio de la tarde con la convicción de que el día de mañana y los siguiente no van a ser muy diferentes para él. Si acaso se sentirá todavía más orgulloso de su britishness. Para Vicky, hija de una familia de activistas pro-UE que desmiente la noción de la eurofobia unánime entre los pescadores (“la cuestión de las cuotas no es sólo europea”), ha sido una jornada nefasta. A sus treinta y pocos años encarna el rostro más abierto de los jóvenes británicos, aquellos que quieren vivir y viajar por una Europa sin fronteras. Como ella misma, que cuando puede se escapa a España para disfrutar de su pasión por el fútbol y la buena comida, y que ayer no quería estar en el epicentro del terremoto del Brexit, sino tomándose unas navajas en Cal Pep de Barcelona.

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