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TIERRA DE LOCOS
Columna
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El talón de Aquiles del papa Francisco

La condena a un cura argentino por abuso de niños abre dolorosas preguntas sobre el jefe de la Iglesia

Ernesto Tenembaum

El papa Francisco recorría la Plaza San Pedro con su sonrisa habitual. Besaba niños, bendecía feligreses, cuando escuchó una pregunta que lo obligó a detenerse. Un rictus de fastidio y sorpresa se instaló en su cara.

—¿Es cierto que usted intentó interferir ante la Justicia argentina por el caso Grassi?—fue lo que escuchó.

Francisco, en un hecho muy inusual para un papa, decidió responder: lo hizo con solo tres palabras.

—No, para nada —dijo mientras sacudía ambas manos, como quien quiere acentuar la negación.

Intentó alejarse de la periodista que lo había importunado. Pero giró nuevamente hacia ella.

—No, para nada.

Pas du tout —tradujo ella.

La escena, difundida la semana pasada por el programa periodístico francés Cash Investigation, pone el foco sobre uno de los temas más delicados para el papado del argentino Jorge Bergoglio. Se trata del inevitable análisis que, más tarde o más temprano, hará la prensa mundial sobre su curiosa actuación alrededor de las denuncias de abuso sexual infantil contra Julio César Grassi, el cura más popular de la Argentina. Grassi tiene condena firme a 15 años de prisión, confirmados hace una semana por la Corte Suprema de Justicia de la Argentina.

Para entender la trascendencia del caso hay que remontarse un cuarto de siglo atrás cuando Grassi, un cura joven y carismático, se hizo famoso por su obra de caridad en favor de niños pobres y abandonados. Con donaciones privadas y públicas, Grassi había construido un hogar donde residían cerca de 5.000 niños. Era el cura bueno, el cura de los niños humildes y, además, un asistente habitual a la televisión. Presidentes y ministros lo acompañaban en actos públicos e inauguraciones. En cada cabina de peaje del país las alcancías desbordaban de billetes y monedas donados por automovilistas para su obra. El show televisivo de mayor audiencia promocionaba concursos telefónicos y derivaba parte de lo recaudado las arcas de Grassi.

Todo iba sobre rieles hasta que en octubre de 2002 un prestigioso programa de investigación periodística recogió los testimonios de algunos menores que denunciaron los abusos sexuales del cura, ante los medios y ante la Justicia. Eran niños desamparados: de lo más débil que existe en el planeta. Y se decidían a enfrentar al cura más popular y uno de los más poderosos del país. David contra Goliat, versión argentina. La noche en que se transmitió el programa, la Argentina se detuvo. Lo vio casi tanta gente como a una final del mundial de fútbol. El país entero discutía si Grassi era culpable o inocente. La Iglesia, fiel a su estilo, no emitía opinión, ganaba tiempo. Pero mientras tanto Grassi, un cura raso, conseguía los abogados más caros del país.

Pasaron 15 años. Cada fiscal o juez que revisó el caso llegó a la misma conclusión: era culpable. Las pericias psiquiátricas eran lapidarias. Los testigos eran contundentes. Uno de los denunciantes describió el cuerpo de Grassi desnudo con precisión. Jorge Bergoglio, en esa época, fue arzobispo de Buenos Aires y luego cardenal primado de la Argentina. Nunca recibió a los denunciantes. Hasta hoy, Grassi sigue siendo sacerdote. ¿Qué otra organización —sindical, deportiva, educativa— esperaría tanto tiempo para investigar a uno de sus integrantes, si este fuera acusado de violar niños?

Pero si la omisión ya era un pecado, en este caso hay un elemento que explica por qué es pertinente la pregunta que le formularon al Papa en la Plaza de San Pedro. En los últimos años, jueces y obispos recibieron en sus despachos cuatro tomos de un libro titulado Estudios sobre el caso Grassi. Los firmaba un prestigioso abogado argentino. En esos centenares de páginas se presentaban argumentos en favor de la inocencia del cura, pero también se especulaba con que muchas veces los verdaderos abusadores denuncian abusos contra ellos para enmascarar su perversión, se comparaban las denuncias de abusos que involucran a sacerdotes con la persecución que sufrieron las brujas en la edad media, entre otras maravillas.

Ese libro, justamente, contiene un párrafo que complica al Papa. En su tomo cuatro dice textualmente: "Con ello, se concluyen estos estudios sobre el caso Grassi y así la labor encomendada en el 2010 por la Conferencia Episcopal Argentina, en particular por parte de su por entonces presidente, cardenal Jorge Bergoglio, hoy Su Santidad, Francisco, Papa". La existencia del libro se conoce desde hace meses en la Argentina. Nunca nadie aclaró nada.

En el final de la película Spotlight se enumeran algunas de las denuncias de abusos cometidos por sacerdotes en distintos lugares del mundo. En el capítulo argentino se mencionan seis casos. En realidad, son alrededor de 25, entre ellos dos obispos, excompañeros de Bergoglio en la Conferencia Episcopal.

Julio César Grassi pasará largos años en la cárcel.

La Iglesia argentina, y su hijo dilecto, el Papa, continúan en silencio.

Pas du tout.

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