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Estados Unidos sigue matando a los amigos de Bin Laden

EE UU ha aniquilado en los últimos dos años a un gran número de veteranos deAl Qaeda reunida ahora en el frente sirio

Óscar Gutiérrez Garrido
Imagen del ataque contra el Pentágono el 11-S de 2001, difundida recientemente por el FBI.
Imagen del ataque contra el Pentágono el 11-S de 2001, difundida recientemente por el FBI.EFE

El saudí Osama Bin Laden recibió una carta en su complejo de Abbottabad (Pakistán) unos meses antes de ser abatido por los Navy Seal. La fecha de la misiva era el 17 de julio de 2010. Es el día en el que se firmó, aunque su periplo da seguro para un buen largometraje. La carta estaba escrita por el libio Atiyah Abd al Rahman, uno de los hombres fuertes de Bin Laden en Al Qaeda desde los tiempos de Afganistán. Al Rahman, entre muchas otras cosas, reza por la puesta en libertad de tres individuos. Según la traducción de los servicios de inteligencia estadounidenses, se trataría de Abu Muhammad al Zayyat, Abu al Khayr y Saif al Adel. “Si Dios ordena su puesta en libertad”, dice el texto, “deberían pasar seis meses o un año con su familia para que puedan reanudar sus contactos, actividades y medio de vida”. Y vaya si lo hicieron. El egipcio Al Khayr, preso en Irán, salió en 2015 y viajó a Siria para unirse a la filial de Al Qaeda en el país árabe. A finales del pasado mes de febrero, cuando Al Khayr se movía en un coche Kia por la provincia siria de Idlib, fue alcanzado por un avión norteamericano. Murió a los 59 años.

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La historia y muerte de Al Khayr sirve para poner rostro a la siguiente frase: “Estamos matando a tipos que se unieron a la yihad en 1979, 1980 y 1981. Siguen en juego y aún sirven a Al Qaeda”. La pronunció en febrero el experto en terrorismo y editor de Long War Journal Thomas Joscelyn ante un subcomité de seguridad de la Cámara de Representantes de EE UU. La guerra de primera plana está clara y se dirige a aniquilar al Estado Islámico. Pero en paralelo, los cazas de Washington mantienen un martilleo constante con el punto de mira en la red de veteranos yihadistas de la que se rodeó Bin Laden para que no se repita el 11-S. A los campos de batalla tradicionales, Afganistán, Pakistán y Yemen, se ha unido ahora, eso sí, Siria.

Joscelyn dijo también ante el subcomité cosas como que “Al Qaeda ha construido en Siria su mayor fuerza paramilitar de la historia” o que “sigue planeando ataques contra Estados Unidos desde Afganistán”. Las cifras le avalan: solo en los primeros 20 días de enero, la aviación norteamericana mató en Siria a 150 miembros de Al Qaeda, según el Pentágono. Un centenar de ellos habría muerto en el último ataque de la era Obama, lanzado contra el campo de entrenamiento de yihadistas Sheikh Suleiman. Entre las bajas de aquel mes estaría el veterano Khattab al Qahtani, natural del golfo Pérsico —se desconoce su país natal— y con vínculos en el pasado con Bin Laden.

Antes de todo eso, antes incluso del fatídico 11-S, cinco líderes yihadistas se unieron para firmar una fetua (edicto religioso) en contra de EE UU. Fue el 23 de febrero de 1998. Entre los signatarios estaban Bin Laden, el egipcio Ayman al Zawahiri, actual líder de Al Qaeda, y su compatriota Rifah Ahmad Taha. A principios de abril de 2016, cuando contaba 61 primaveras, el egipcio Taha cayó en un bombardeo norteamericano. Como le pasó a Al Khayr, también viajaba en un vehículo por Idlib, bastión de grupos armados tras el asedio de Alepo.

William McCants, de la Brookings Institution, es autor de varios libros sobre terrorismo islamista, el último bajo el título El apocalipsis del ISIS (Deusto). “Estados Unidos”, señala McCants en un intercambio de correos, “se ha centrado en matar a los líderes de Al Qaeda y eliminar su capacidad [para perpetrar] operaciones en el extranjero”. Y aquí está la madre del cordero. El egipcio Taha formaba parte del selecto grupo de veteranos de la organización Khorasan, con fuerte presencia en Siria. Su objetivo: entrenar yihadistas y organizar atentados en Occidente. A esta agrupación pertenecía también el kuwaití Muhsen al Fadli, abatido por los aviones de Estados Unidos en abril de 2015. Sobra decir que también se encontraba en el noroeste de la provincia de Idlib.

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Dice la literatura en torno al 11-S que Al Fadli, pese a contar solo con 20 años cuando cayeron las Torres Gemelas, era de los pocos, muy pocos, que conocían los planes de boca de Bin Laden. También se le vincula al atentado en 2002 frente a la costa yemení contra el carguero francés MV Limburg. “Al Qaeda”, apunta McCants, “aún persigue meter una bomba en un avión americano y detonarla sobre Estados Unidos”.

Tras Al Fadli también han caído en Siria otros dos veteranos del grupo: el estratega saudí de 30 años Sanafi al Naser y el egipcio Ahmed Salama Mabrouk, de 59 años. Según escribió el premio Pulitzer Lawrence Wright en La torre elevada, Mabrouk fue secuestrado por la CIA en 1998 en Azerbaiyán. La información que se obtuvo de su ordenador permitió a Washington conocer la estructura de la red Al Qaeda.

Aquel grupo comandado por Bin Laden no logró tras el 11-S controlar un pedazo de territorio, algo que sí ha conseguido el ISIS. Pero la cosa ha cambiado y las circunstancias son otras. Al Qaeda ha aprovechado esos territorios sin Estado dejados por las guerras de Siria y Yemen para construir sus pequeños emiratos y formar a un nuevo ejército de yihadistas. Y Washington está al tanto. Solo en los primeros cinco días del pasado marzo, la aviación norteamericana lanzó 40 ataques contra objetivos en Yemen, una cifra sin precedentes. Y eso con Donald Trump ya al mando de las operaciones.

La carta que recibió Bin Laden en Abbottabad allá por 2010 de puño y letra de Abd al Rahman citaba también al egipcio Saif al Adel, jefe militar y peso pesado de la red. Washington ofrece todavía hoy cinco millones de dólares por información para su captura. Le vincula a los atentados de 1998 contra las Embajadas de Nairobi (Kenia) y Dar es Salam (Tanzania). Como Al Khayr, abatido en febrero, Al Adel fue puesto en libertad en 2015 en un intercambio pactado entre Teherán y AQAP, que tenía un diplomático iraní bajo su custodia. Así lo contaron la especialista en terrorismo de The New York Times Rukmini Callimachi y su colega Eric Schmitt. Pero a diferencia de Al Khayr, Al Adel sigue en libertad y paradero desconocido. Es un pez gordo en el punto de mira de EE UU. Y como coinciden los expertos en el fenómeno yihadista, es el que podría liderar Al Qaeda si Al Zawahiri desaparece

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Sobre la firma

Óscar Gutiérrez Garrido
Periodista de la sección Internacional desde 2011. Está especializado en temas relacionados con terrorismo yihadista y conflicto. Coordina la información sobre el continente africano y tiene siempre un ojo en Oriente Próximo. Es licenciado en Periodismo y máster en Relaciones Internacionales

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