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Brotes de capitalismo en Corea del Norte

En Pyongyang se han multiplicado los restaurantes con carteles de neón, los rascacielos, los zoos y los cines

Macarena Vidal Liy

Las diminutas crías en la Piscifactoría de Siluro de Pyongyang se abalanzan voraces sobre el alimento que acaba de echar al agua una de las cuidadoras. En cada uno de la veintena de tanques se agolpan miles de alevines. “Hemos aumentado la producción de 2.000 a las 2.500 toneladas”, alardea uno de los directivos de la compañía, Hong Sun-kwon, en unas instalaciones recientemente renovadas. Está orgulloso de su trabajo: esta fábrica, asegura, es un ejemplo del desarrollo económico de su país “siguiendo las instrucciones de nuestro brillante camarada Kim Jong-un”. Las sanciones internacionales -afirma, repitiendo lo que el régimen de Corea del Norte sostiene una y otra vez- “no nos afectan”.

Soldados marchan por la calle Ryo Myong tras una ceremonia de inauguración de un nuevo proyecto de desarrollo residencial en Pionyang, en abril
Soldados marchan por la calle Ryo Myong tras una ceremonia de inauguración de un nuevo proyecto de desarrollo residencial en Pionyang, en abrilEFE

Es cierto que Pyongyang está cambiando a ojos vistas. En el ambiente se palpa una mejora económica que hasta hace cinco años era aún casi inexistente, fruto de un crecimiento que el Banco Central surcoreano calcula entre un 1 y un 5% anual.

Se han multiplicado los restaurantes, muchos con unos letreros de neón impensables hasta hace bien poco y con una notable variedad de oferta: menús coreanos, italianos, japoneses o incluso, como pudo constatar esta corresponsal, vino español en tetrabrik; los tétricos almacenes de años atrás, con escasos productos a la venta y ocultos tras cristales esmerilados, se están reconvirtiendo rápidamente en comercios con una gama relativamente amplia de productos, casi todos locales o importados de China. Los puestos callejeros ofrecen patatas fritas, manzanas y pastelillos. Los nuevos centros comerciales, pantallas de plasma y bolsos de diseño.

En las calles del centro, casi completamente a oscuras dos años atrás, lucen ahora farolas. Hay mucha mayor variedad en los trajes y los peinados; abundan las ofertas de ocio en megacentros recién estrenados, una de las prioridades de Kim Jong-il que su hijo, Kim Jong-un, ha continuado desarrollando con entusiasmo: parques acuáticos, un zoológico, cruceros por el río, cines… El centro se ha convertido en un mar de grúas: al menos en las zonas en las que se permite el acceso a los periodistas extranjeros, no parece haber calle en la que no se construya un nuevo edificio de múltiples pisos. Una novedad sintomática: ahora los dos o tres primeros niveles de cada bloque se destinan sistemáticamente a comercios.

Con este alarde de prosperidad, el régimen de Kim Jong-un quiere enviar el mensaje de que no le importan las sanciones contra su programa de armamento, endurecidas tras las pruebas nucleares y de misiles del año pasado.

Ya hacía hincapié en ello el primer ministro, Park Pong-ju, cuando la semana pasada el Líder Supremo inauguró una nueva avenida, Ryomyong, una espectacular amalgama futurista de edificios de viviendas, uno de ellos de 70 pisos. La calle se construyó a toda marcha, en menos de un año, como desafío explícito a las amenazas externas. “Haber construido esta calle es más importante que un centenar de cabezas nucleares”.

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El año pasado, Kim Jong-un dio, con la aprobación a un nuevo plan quinquenal, el espaldarazo definitivo a la política que el régimen ya había ido adoptando: byungjin, o el desarrollo simultáneo de la economía y de su programa de armamento. Se da más libertad a las empresas para buscar clientes y proveedores, y a los agricultores para disponer de sus excedentes.

Es, según ha escrito el profesor de la Universidad Kookmin Andrei Lankov en el portal especializado NK News, un proceso de reformas “notablemente similares a la adoptadas por China a comienzos de los ochenta”. Ambos comparten objetivo; apuntalar la legitimidad del régimen y complacer a la población, especialmente a sus clases más privilegiadas. Aunque con diferencias: “la política norcoreana es significativamente más cauta que la china”, puntualiza el experto. El control político es mucho más duro incluso que en su país vecino.

¿De dónde sale este dinero? Principalmente de las exportaciones de carbón, mayoritariamente a China (aunque este país ha anunciado un embargo a esas compras); de la mano de obra barata que se exporta al exterior, en condiciones de esclavitud según han denunciado las organizaciones internacionales; y de una modesta economía informal, ilegal sobre el papel pero tolerada por el régimen. Tolerada por su importancia para la supervivencia y porque, en muchos casos, son las propias élites quienes la practican.

No es oro todo lo que reluce. Los residentes extranjeros en Pyongyang hablan de un aumento de los cortes de luz este invierno. El suministro de gasolina, afirman, también parece más dificultoso este año.

Y, por supuesto, esta capital de tres millones de habitantes es solo una burbuja en un país de casi 25 millones. Fuera de esta ciudad, afirman quienes han podido desplazarse, el panorama es muy diferente. En el campo “las condiciones son terribles, africanas”, comenta alguno. Según la ONU, cerca de 18 millones de personas se encuentran en situación precaria.

Incluso en la propia Pyongyang, empiezan también a verse diferencias significativas, entre ricos y pobres, la clase privilegiada que puede permitirse ir en taxi y salir a beber cerveza, y los que tienen un mal songbun (antecedentes familiares).

Expertos como Lankov son pesimistas acerca de la sostenibilidad del modelo, si no acomete reformas. Este catedrático percibe dos grandes problemas, “la ausencia de un marco institucional para las actividades de mercado y transacciones económicas relacionadas; otro es la notable incapacidad del país para atraer inversión extranjera”.

Pero este modelo ha sembrado una peculiar semilla en este país que presume de Juche, su ideología autárquica y colectivista. Poco a poco, los residentes de Pyongyang están desarrollando un gusto por la economía de consumo a la que, una vez que se disfruta, puede ser muy difícil renunciar. Y a la que muchos ya se han acostumbrado sin darse cuenta.

En el vasto parque acuático Munsu, un área está dedicada a bares y cafeterías. “Hay también tres restaurantes, todos abiertos al mismo tiempo. Compiten entre ellos para hacerse con la clientela, y eso les obliga a tener que esforzarse por mejorar todo el tiempo”, dice nuestra guía. Sin darse cuenta, acaba de resumir admirablemente el funcionamiento del capitalismo.

El coste del desarrollismo

Macarena Vidal Liy

El desarrollismo también tiene un coste. Los peces de la Piscifactoría de Siluros se alimentan con un “pienso 100% norcoreano”, asegura Hong: un compuesto químico que lleva incorporado antibióticos y al que se le suman más medicamentos un par de veces por semana, para evitar infecciones que diezmen la producción. Los animales -que en estado salvaje pueden llegar a los cien kilos- se comercializan con apenas un kilo de peso, a los seis meses de vida. “Dejarlos más tiempo no resulta económico”, explica el directivo.

La construcción acelerada -“con un cemento especial para que se seque antes y se pueda terminar más rápido”, explica la guía del Gobierno que nos acompaña a todas partes- también resulta en una calidad muy baja. En 2014 el gobierno admitió el derrumbe de un edificio de viviendas por una “construcción descuidada”. En la avenida Ryomyong, es imposible abrir más que a medias la puerta del cuarto de baño de un piso piloto: choca con un muro de separación del excusado.

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Sobre la firma

Macarena Vidal Liy
Es corresponsal de EL PAÍS en Washington. Previamente, trabajó en la corresponsalía del periódico en Asia, en la delegación de EFE en Pekín, cubriendo la Casa Blanca y en el Reino Unido. Siguió como enviada especial conflictos en Bosnia-Herzegovina y Oriente Medio. Licenciada en Ciencias de la Información por la Universidad Complutense de Madrid.

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