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Nick Clegg: “La izquierda tendrá que reinventarse”

Como líder del partido Liberal-Demócrata logró un éxito sin precedentes. Su pacto con Cameron le llevó a la vicepresidencia del Gobierno británico, antes de precipitar su caída. Ahora planta cara al ‘Brexit’ duro

Andrea Rizzi
Nick Clegg, durante la entrevista
Nick Clegg, durante la entrevistaSanti Burgos (EL PAÍS)

La política en Occidente es un campo de batalla en el que, cada vez más, se difuminan las categorías de derechas e izquierdas y cobra protagonismo el enfrentamiento entre los partidarios de subir los puentes levadizos y los defensores de mantenerlos abiertos, de sociedades abiertas o cerradas. Un pulso que abre inquietantes brechas entre jóvenes y mayores, ciudades y campo, clases prósperas y desfavorecidos. La trayectoria y discurso de Nick Clegg arroja luz sobre esta gran metamorfosis de la arena política occidental. Su partido, el liberaldemócrata, es la voz más explícita en defensa de las sociedades abiertas en el Reino Unido contemporáneo.

Clegg, de 50 años, lideró la formación hacia un histórico éxito electoral en 2010 y fue vicepresidente del Gobierno británico hasta 2015 en coalición con los conservadores de David Cameron. Tras el desgaste de esa difícil cohabitación en plena resaca de la crisis económica de 2008, sufrió en las legislativas de 2015 una dura derrota, por la que dimitió como líder del partido. Pero mantuvo el escaño en Westminster y, con su perfil cosmopolita y elaborada dialéctica, es uno de los referentes del ahora debilitado frente de quienes se oponen al Brexit duro de Theresa May.

La entrevista —concedida en Madrid, donde Clegg acudió para dar una conferencia en la Fundación Rafael del Pino— se celebra dos días después del sorpresivo anuncio de elecciones anticipadas en su país. Clegg, que volverá a competir para obtener un escaño, ofrece un análisis inquietante del momento político británico. “La convocatoria es una maniobra para explotar la debilidad del partido laborista, con un líder, Jeremy Corbyn, con grandes problemas de credibilidad. Por otra parte, Theresa May sabe que pronto la realidad del Brexit va a remplazar la utopía del Brexit. Así que para ella, es mejor convocar elecciones ahora que más adelante. Busca una mayoría tan grande como para hacer lo que quiera. Un mandato para imponer cualquier Brexit. Intenta, con el apoyo muy agresivo de los intereses comerciales y de la prensa afín, no solo ganar el referéndum sino también destruir a la oposición”, argumenta Clegg. “Así que la clave de estas elecciones es más que un debate sobre el Brexit, es qué tipo de democracia queremos en Westminster. Estamos ante un momento importante para la cultura política británica. ¿Vamos a vivir en una sociedad con un partido y un primer ministro —acompañados por todos esos intereses poderosos— que aniquilan a toda la oposición o vamos a recuperar las muy británicas tradiciones del debate, el equilibrio y la transparencia?”.

La batalla por el Brexit obviamente marca la incipiente campaña. Si el referéndum de junio de 2016 trató sobre la permanencia o abandono de la UE, el resultado de estas legislativas tendrá una influencia decisiva en la definición conceptual del acuerdo que buscará el Reino Unido con los Veintisiete. “Nosotros defenderemos dos ideas. La primera es que hay varios tipos de Brexit: duro, suave, rápido, lento. Diremos que elegir un modelo duro, radical, extremo, que represente una ruptura completa, no solo en las instituciones políticas sino también en las académicas, aduaneras, etcétera, no es necesario y va a hacer mucho daño a la sociedad británica. Segundo, vamos a decir que no puede ser que la decisión final sobre el acuerdo la tome solo May y un grupo de políticos en Westminster. No, tiene que regresar al pueblo”, sostiene.

“La convocatoria de elecciones que ha hecho May es una maniobra para explotar la debilidad del partido laborista de Corbyn”

La cuestión de la celebración de un segundo referéndum toca una fibra muy profunda. El ex primer ministro laborista Tony Blair, entre otros, dio un paso al frente para agitar la idea, pero las fuerzas que propugnan esa hipótesis parecen todavía muy débiles. ¿Es realista pensar en la conformación de una plataforma común, entre sociedad civil y política, más allá de las líneas partidistas, que trabaje de forma coordinada en aras de un Brexit suave y de una consulta sobre el acuerdo final? “No en estas siete semanas [hasta las elecciones del próximo 8 de junio]. El mapa político no cambiará. Pero en el largo plazo el panorama político sí. El laborismo cae por razones estructurales, mucho más potentes que el liderazgo actual. La izquierda en Reino Unido tendrá que reinventarse en los próximos años. Por otro lado, hay esta reencarnación del grupo conservador, convertido en un partido nacionalista, más inglés y menos británico. Evidentemente las fuerzas que se oponen a ese proyecto no tienen alternativa: ¡hay que cooperar!”, alega.

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Clegg ofrece duras consideraciones sobre el partido conservador. “Los tories son uno de los partidos más exitosos del mundo democrático porque les interesa el poder más que cualquier otra cosa. Pueden decir una cosa y hacer otra sin problema. Los objetivos cambian, la clave es controlar el poder. Ellos están dispuestos a considerar todo como un instrumento para mantenerse en el poder, incluido el futuro del país. Ahora afrontamos un riesgo de ruptura del Reino Unido, un gran riesgo para la economía, una traición a las jóvenes generaciones. Pero no les importa, mientras sigan en el poder, eso es lo que cuenta. Theresa May comparte esta cultura tory”.

—¿Cómo es ella en la acción de gobierno?

“Los ‘tories’ son uno de los partidos más exitosos del mundo democrático porque les interesa el poder más que cualquier otra cosa”

—Como uno se la imagina. Muy organizada, muy metódica. Es excelente en entornos en los que controla todo. Ser ministra del Interior era perfecto para ella, instalada en el sector del Gobierno con la estructura jerárquica y la cadena de mando más clara. Lo hizo bien. Pero no es una política especialmente innovadora, ágil. No mostraba gran curiosidad por otras áreas fuera de sus responsabilidades. Y la realidad tiende a colocar a los políticos frente a problemas que requieren agilidad. Hasta el momento ha podido controlar bastante todo en sus términos, pero eso no durará. No, sin duda, en las negociaciones con los Veintisiete. El gran problema es que tiene un método de trabajo bueno para Whitehall (cuerpo de administración británico), pero no para las tareas que tiene por delante. Se necesita sutileza, agilidad, inteligencia emocional.

Clegg muestra su inquietud ante la brecha generacional que se ensancha con el Brexit que empuja May. “El 70% de los jóvenes entre 18 y 24 votaron por un futuro diferente del que van a tener con May. Por eso soy pesimista en el medio plazo. En el largo, no creo posible que en una democracia madura las viejas generaciones impongan su visión de futuro a las jóvenes que no la votaron y no la quieren. No es sostenible. La cuestión política es cómo mantener la energía y la participación de los jóvenes. El peligro más grande es que no participen”.

La fractura generacional es una de las fallas expuestas por el gran reflujo antiglobalización — contrario al libre comercio y a la inmigración— de los últimos años, y del que el Brexit y la victoria de Trump son dos grandes símbolos. La brecha entre urbes por un lado, y campo y periferias por otro también es grave. Pero Clegg considera que la clave de la bóveda es la cuestión económica —y en concreto la crisis de 2008—. “Creo que es imposible exagerar el impacto de esa crisis. Sin ella, no tendríamos a Trump como presidente de EE UU y, probablemente, los británicos no habrían apoyado el Brexit. Ese colapso dejó a millones de personas legítimamente furiosas. Con razón. Hay gente de mi circunscripción que en la campaña del referéndum me decía: ‘Nick, yo no voy a votar por el status quo. Los políticos dicen que nos estamos recuperando, pero yo lo estoy pasando mal, estoy cobrando menos dinero y han pasado 9 años desde la crisis. ¿Tenemos que continuar en esta senda? No’. Entiendo totalmente estos argumentos. Hay otras fuerzas de espectro más largo como la revolución tecnológica, la inseguridad del mercado laboral, el fin de la Guerra Fría que acabó con las viejas certezas ideológicas que estabilizaban la política. Pero seguimos en la era política de la poscrisis 2008”.

Un año después de aquella debacle, poco antes de que Clegg liderara su partido hacia un gran éxito, los liberaldemócratas alemanes también lograron un excelente resultado en las legislativas, con un 14,6%. Y ellos también formaron una con los conservadores, y acabaron triturados en las siguientes elecciones. Varios factores contribuyeron: el abrazo del oso de un socio mayoritario, la difícil gestión de tiempos de crisis, pero también la percepción de que las concesiones naturales en una coalición eran una traición a los principios. “La cuestión es cómo formaciones socialmente progresistas —que por definición tienen ideales frente a la realpolitik de los conservadores—pueden abrirse camino en gobiernos de coalición, alcanzar acuerdos sin luego fustigarnos, sin quedarnos paralizados preguntándonos si somos suficientemente puros”, dice Clegg. Esta es una cuestión clave en tiempos de creciente fragmentación parlamentaria en muchos países del arco occidental, en los que las formaciones progresistas sufren un declive. Las tradicionales categorías políticas se difuminan y se antoja cada vez más necesario hallar nuevas fórmulas de cooperación entre nuevas políticas.

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Sobre la firma

Andrea Rizzi
Corresponsal de asuntos globales de EL PAÍS y autor de una columna dedicada a cuestiones europeas que se publica los sábados. Anteriormente fue redactor jefe de Internacional y subdirector de Opinión del diario. Es licenciado en Derecho (La Sapienza, Roma) máster en Periodismo (UAM/EL PAÍS, Madrid) y en Derecho de la UE (IEE/ULB, Bruselas).

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