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DE MAR A MAR
Columna
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Los Camisas Caquis

La ampliación de las Milicias Bolivarianas expresa la desconfianza de Maduro en las fuerzas armadas oficiales

Carlos Pagni

Nicolás Maduro busca sobrevivir radicalizándose. Va a retirar a Venezuela de la OEA, para evitar que se le aplique la Carta Democrática, por la cual su régimen sería tratado como una dictadura. No es el único extremo que ha alcanzado. También anunció que las Milicias Bolivarianas, una formación civil anexada a la Fuerza Armada Nacional, incrementaría sus integrantes hasta llegar a 500.000. El argumento es defenderse de esa invasión que Maduro siempre está profetizando. Pero la operación tiene otro sentido. Es una amenaza. Al militarizar a sus simpatizantes, el chavismo está indicando que, acorralado, desatará una guerra civil. Esta advertencia es la que motiva nuevas negociaciones para evitar que corra sangre en el país.

Las Milicias Bolivarianas fueron organizadas por Hugo Chávez en 2007. Ese año, Chávez nacionalizó la telefónica CANTV y Radio Caracas Televisión; fracasó en un intento de reforma constitucional; y arrestó a cinco militares, acusados de planear un golpe de Estado. Las Milicias Bolivarianas están comandadas por un general retirado. Cuentan con el armamento de infantería ligera. Fusiles belgas FN FAL, fusiles rusos Mosin-Nagant y dispositivos antiaéreos capaces de voltear un avión a 4.000 metros. El uniforme de estos milicianos es de color caqui. A diferencia de Chávez, que usaba la indumentaria del Ejército, a Maduro le agrada vestirlo. Igual que a Benito Mussolini le gustaba identificarse con la vestimenta de sus brigadas fascistas, los Camisas Negras.

La ampliación de esta formación especial expresa la desconfianza de Maduro en las fuerzas armadas oficiales. Y sugiere que cualquier desestabilización desatará un enfrentamiento cruento entre venezolanos. Es la reacción de un líder amenazado por la combinación de tres debilidades que suelen producir el derrumbe de los Gobiernos. Un Poder Legislativo en manos de la oposición; una crisis económica que elevó la pobreza a un 80%; y un aislamiento internacional que quedó de manifiesto en la salida de la OEA.

Al militarizar a sus simpatizantes, el chavismo está indicando que, acorralado, desatará una guerra civil

Maduro se propone ahora neutralizar el tercer problema. Mientras su canciller, Delcy Rodríguez, busca respaldo en la Celac, un club que agrupa a los países de América Latina y el Caribe, el régimen encontró de nuevo una gota de oxígeno en el Vaticano. El viernes pasado, el papa Francisco avaló que se reinicie el diálogo que propiciaban el secretario general de la Unasur, Ernesto Samper, y los expresidentes José Luis Rodríguez Zapatero, Martín Torrijos y Leonel Fernández. La Santa Sede participó de esas frustrantes negociaciones a través del arzobispo Claudio María Celi.

El aparato de comunicación chavista celebró las palabras del Papa. El noticiero de Telesur subrayó la idea de que la falta de unidad de la oposición era uno de los motivos del fracaso. El propio Francisco equilibró su posición el domingo, al describir la situación venezolana con las palabras prohibidas: crisis humanitaria. En conversaciones reservadas, Bergoglio ha sido más claro.

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Él cree que la mayor dificultad para una mediación es la falta de voluntad de Maduro para cumplir con los compromisos que se le proponen, y la dispersión de estrategias que se verifica en la oposición. Esos criterios los habría expuesto, por ejemplo, en una larga conversación con la canciller argentina, Susana Malcorra, quien le visitó hace 15 días. En ese momento, Malcorra estaba impulsando, en el marco de la OEA, la formación de un grupo de países para relanzar el diálogo.

El contexto para estas gestiones se ha modificado mucho desde que comenzaron las conversaciones lideradas por la Santa Sede. Sobre todo, por dos novedades. Desde el ascenso de Donald Trump, la Casa Blanca está revisando su conducta hacia Caracas. Trump se solidarizó con Lilian Tintori, la esposa de Leopoldo López, el líder opositor en cautiverio. Y los legisladores republicanos preparan un proyecto para aplicar más sanciones a Venezuela, con el aval de los demócratas. La iniciativa está prevista para las próximas horas. Además, el nuevo Gobierno de los Estados Unidos analiza retroceder en otro proceso muy ligado a la relación con el chavismo y a las negociaciones de paz en Colombia: Trump piensa volver atrás en algunos de los pasos que dio Barack Obama para restablecer relaciones con Cuba. A pesar de este endurecimiento, Maduro puede estar tranquilo: las refinerías norteamericanas seguirán comprando el petróleo de PDVSA.

El otro cambio significativo es que Samper dejará la secretaría general de la Unasur. Entre sus posibles sucesores aparece, casi solitario, el argentino José Octavio Bordón. Es el embajador de Mauricio Macri en Chile. Entre 2003 y 2007 ejerció esa función en Washington, donde conserva un vínculo siempre activo.

El aislamiento del chavismo no se debe, sin embargo, al avance de sus críticos en el poder de la región. También se distancian los amigos. Dos días antes de la segunda vuelta presidencial en Ecuador, el canciller de ese país, Guillaume Long, denunció una campaña malintencionada para identificar al Gobierno de Rafael Correa con el de Maduro. Y hace una semana, en medio de las protestas sociales que se desataron en su provincia, Cristina Kirchner se quejó de que sus rivales compararan a su querida Santa Cruz con la convulsionada Venezuela.

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