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Tribuna
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Drogas, drogas y drogas (Casa Blanca, Washington)

Donald J. Trump, qué extraña su vida de magnate, nunca pensó –ya lo dijo– que gobernar su país fuera tan difícil

Ricardo Silva Romero

El jueves 18 de mayo de 2017 se reúne el presidente de la República de Colombia con el presidente de los Estados Unidos de América, en la Casa Blanca, en Washington, pero es un decir porque el presidente de los Estados Unidos es Donald J. Trump. Que extraña su vida de magnate. Que nunca pensó –ya lo dijo– que gobernar su país fuera tan difícil. Que ha roto el récord mundial de la impopularidad de un presidente: 38% de aprobación después de cuatro meses de gobierno. Y en vano se ha pasado la semana entera negando que sean ciertos los rumores de que fue puesto en su caótica, decadente, exasperante presidencia por los rusos: “¡esta es la más grande cacería de brujas que se le ha hecho a un político en la historia de América!”, exclamó, en su vieja cuenta de Twitter, el jueves a las 6:52 a.m., pero unas horas después pone su cara de tenerlo todo dominado en la rueda de prensa conjunta con el mandatario colombiano.

Suelta Trump allí una retahíla incomprensible sobre el crecimiento de los cultivos de drogas en Colombia, pero también sobre la horrible situación en las calles de Venezuela, pero también sobre lo grave que sigue siendo el problema de las drogas, pero también sobre las supuestas bandas que han sido capturadas en territorio estadounidense, pero también sobre las drogas que el presidente colombiano tiene que seguir combatiendo, pero también sobre el muro que se va a construir algún día –como el muro del absurdo de La música del azar– para impedir que los “bad hombres” sigan cruzando la frontera, pero también sobre las batallas que seguirán dándose contra las drogas, pero también sobre las drogas: cualquier gringo desinformado, “oh, Columbia: Pablo Escobar…”, podría haber soltado ese inventario de nada en los años ochenta.

–Ah, y congratulaciones, presidente Santos, por haber ganado el Premio Nobel de la Paz –exclama el sorprendido Trump–: es un gran logro.

De nada sirvió que días antes un par de expresidentes colombianos afincados en la oposición se colaran en el resort de Mar-a-Lago a expresarle a Trump, como dos niños resentidos de la clase a un profesor despótico, sus preocupaciones “sobre la región”.

Cuando le llega su turno, el presidente Santos, que tiene un 35% de aceptación luego de siete años de gobierno, recuerda el pasado de una alianza que está cumpliendo ochenta años e insiste en dar las gracias por el apoyo norteamericano en los peores días de la violencia de estas últimas décadas: se porta, mejor dicho, como un presidente de aquí, y al perdonavidas de Trump, que no entiende nada, se le ocurre exclamar “esa es una respuesta larga y diplomática”. Pero qué más puede hacer Santos: ¿revelarle que en Colombia ya no sabemos cómo más sabotear el proceso de paz?, ¿contarle que el fin de la guerra está a prueba porque ahora hasta la Corte Constitucional ha caído en la trampa de declarar que el acuerdo con las Farc no es un pacto político extraordinario, sino un callejón sin salida de abogadillos criollos?

Podría decirle que si sigue enfrentándose el negocio de las drogas como se ha enfrentado hasta el momento, si sigue hostigándose a los campesinos, levantándose muros para que los traficantes tengan que pasar por encima, persiguiéndose a todo aquel que hable de despenalización como a un degenerado, promoviéndose los paraísos temporales de la ilegalidad, subiéndose los precios de los narcóticos y exponiéndose más de la cuenta a los adictos a fuerza de librar las mismas batallas de siempre, entonces la guerra colombiana simplemente va a cambiar de siglas. Podría decirle la verdad al presidente de los Estados Unidos antes de que llegara el momento de sonreír para la foto, pero el presidente de los Estados Unidos es Donald J. Trump.

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