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Melilla, la fortaleza

El enclave español en África nació para impedir invasiones, ahora frena inmigrantes. De los casi 7.000 que intentaron entrar en 2015, lo lograron 500

Vídeo: ANTONIO RUIZ/ PAU SANCLEMENTE
Laura Delle Femmine

Ibrahima, 18 años, de Guinea Conakry, está eufórico por viajar a la península. Llegó en febrero a esta ciudad española de unos 80.000 habitantes y 12 kilómetros cuadrados desde la que es imposible viajar al continente europeo sin pasar por un control de documentos. Quien no los tenga se queda varado hasta que la Policía Nacional le autorice a zarpar. Ibrahima, que está a punto de subir a un ferry a Valencia, lleva tres meses en el centro de inmigrantes. Hace unos años la espera hubiera sido más larga porque los saltos multitudinarios y el desembarco de sirios empujados por la guerra desbordaron el Centro de Estancia temporal de Inmigrantes (CETI). “Llegó a acoger a 2.500 personas cuando su capacidad era para 480”, explica Carlos Montero, director de este recinto del que los inmigrantes pueden salir libremente y que no fue diseñado como centro de acogida.

En su interior, un grafiti resume el último desafío de la travesía: de un lado, la valla vigilada por policías y guardias civiles; del otro, el centro de inmigrantes.

Ha sido ampliado a 796 plazas con una superficie de 17.000 metros cuadrados y un coste de mantenimiento de siete millones anuales. “Ahora podemos a acoger a entre 1.000 y 1.200 personas añadiendo literas”, asegura el director Montero. ”Pero no nos podemos relajar”.

Un inmigrante subsahariano celebra su inminente salida hacia la península a las puertas del CETI de Melilla el pasado mes de mayo.
Un inmigrante subsahariano celebra su inminente salida hacia la península a las puertas del CETI de Melilla el pasado mes de mayo.ANTONIO RUIZ

Si salir de Melilla es difícil —hay quien la apoda la ciudad de la espera—, entrar lo es aún más. Baluarte defendido por dos vallas de seis metros de altura y 12 kilómetros de longitud —con una sirga trimidensional en el medio— que imitan la silueta tortuosa del paisaje, el enclave está vigilado las 24 horas del día los 365 días del año. Este talante defensivo viene desde el siglo XV, cuando la ciudad fue tomada por tropas del ducado de Medina Sidonia para impedir una posible invasión africana en la península. Su función hoy es contener a los inmigrantes.

José Alonso, abogado experto en inmigración y portavoz de la Asociación Pro Derechos Humanos, recuerda en su despacho de Melilla la primera valla, en 1972. “Era de risa", matiza. “Tenía una función simbólica, marcar el límite entre España y Marruecos”. Cuando la UE firmó los acuerdos de libre circulación de Schengen (en 1995), este enclave y el de Ceuta ya no separaban simplemente dos países: se convirtieron en la única frontera terrestre europea con África. La valla empezó a partir de entonces, con el conservador José María Aznar al frente del Gobierno, a ser lo que es hoy.

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The New Arrivals

Cuatro millones de inmigrantes han llegado a España en dos décadas en avión, en patera o saltando la valla. Más de un millón de personas pidieron asilo en Europa en 2016. EL PAÍS cuenta, en un proyecto de 500 días con los diarios The Guardian, Der Spiegel y Le Monde, cómo se adaptan estos nuevos europeos y cómo Europa se adapta a ellos. Una mirada a un fenómeno que está transformando España y el continente

“Antes los inmigrantes eran invisibles; cuando cerraron las fronteras empezamos a verlos porque se quedaban en Melilla”, resume el abogado. Ni el aumento de la alambrada hasta los seis metros, ni la concertina, ni la malla antitrepa frenaron las llegadas. “Ceuta y Melilla han supuesto un aprendizaje”, dice Moreno, del CSIC. Pero “esa intensidad de control es irreplicable en [otros límites exteriores como] la frontera de Polonia con Ucrania o la de Bulgaria con Turquía”.

De las 6.800 personas que intentaron saltar la valla para entrar en 2015 España, unas 500 lo lograron. Es la ruta que Issa Abdou (26 años, banda izquierda de Alma de África, Camerún) usó. Asentado en Jerez, acaba de reunir, por fin, todos los papeles para casarse con su novia, la española María. Lo que no logra es empleo estable. Tampoco Hicham Aidami (23, lateral derecho, Marruecos), que ha logrado trabajo para algunos días con motivo de la feria en varios pueblos andaluces. Ni Hamza, que está de prácticas de jardinero en un hospital gestionado por la orden católica de San Juan de Dios en Jerez y hace la compra mensual como 1.300 familias en el economato subvencionado que gestionan.

Soldados del Regimiento Mixto de Ingenieros número 8 de Melilla comienzan a alambrar el perímetro de la frontera con Marruecos para 'reparar, mejorar y perfeccionar' la alambrada que se construyó en 1971.
Soldados del Regimiento Mixto de Ingenieros número 8 de Melilla comienzan a alambrar el perímetro de la frontera con Marruecos para 'reparar, mejorar y perfeccionar' la alambrada que se construyó en 1971.Laureano Valladolid (EFE)

Abdemalik El Barkani, delegado del Gobierno de España en Melilla, insiste en que “por la valla no se puede ni se debe entrar”. En 2015, el Ejecutivo de Mariano Rajoy legalizó las devoluciones en caliente, la expulsión inmediata de inmigrantes que han pisado suelo español sin que se les identifique ni puedan pedir asilo. El Ministerio de Interior los llama “rechazos en frontera”. La UE discrepa de que sean legales y las ONG están indignadas. “La Guardia Civil complementa un elemento estático, que es la valla”, remacha El Barkani. Añade que “hay unos puestos fronterizos habilitados y una oficina para solicitar asilo”, inaugurada en 2015, cuando en el gran desembarco de refugiados en la UE los sirios también tocaron la puerta de España. Ahora llegan con cuentagotas.

Pero el color de piel de los subsaharianos los delata y los marroquíes, que en los acuerdos de contención de la inmigración juegan el papel del poli malo, no los dejan ni acercarse al puesto. “Ningún subsahariano pide asilo en frontera porque le es imposible llegar”, recalca Teresa Vázquez, coordinadora de la Comisión Española de Ayuda al Refugiado (CEAR) en Melilla. La única manera de cruzar es pagar a las mafias y ocultarse en los fondos de un coche, subirse a una patera o saltar la valla en el momento más propicio, tras meses o años esperando en el monte Gurugú, en Marruecos.

La muy sofisticada y cara tecnología malamente frenaría por sí sola la llegada de africanos a la idealizada Europa. El factor clave es fruto de la política de toda la vida. “Si el SIVE (sistema de vigilancia marítima) y Ceuta y Melilla funcionan como frontera es gracias a los acuerdos con Marruecos. España ha externalizado una parte importante de su política de control de fronteras, los marroquíes frenan buena parte del flujo”, explica el investigador del CSIC.

Ibrahima está feliz de dejar atrás Guinea Conakry, el monte Gurugú y Melilla, una ciudad (de militares y funcionarios) donde no se abre una industria desde hace 40 años, salvo la de la inmigración. “Se dice que Melilla es un ejemplo de gestión de la inmigración a exportar”, asegura Alonso, de la Asociación Pro derechos Humanos, “pero ahora estamos exportando muerte”.

Parte III: Tarifa, vigilancia y rescate

Parte IV: Dakar, cooperación por expulsiones

Parte I: España, laboratorio migratorio de Europa

Con información de Naiara Galarraga.

El proyecto The New Arrivals está financiado por el European Journalism Centre con el apoyo de la Fundación Bill & Melinda Gates

Sobre la firma

Laura Delle Femmine
Es redactora en la sección de Economía de EL PAÍS y está especializada en Hacienda. Es licenciada en Ciencias Internacionales y Diplomáticas por la Universidad de Trieste (Italia), Máster de Periodismo de EL PAÍS y Especialista en Información Económica por la Universidad Internacional Menéndez Pelayo.

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