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Jared Kushner se balancea en el abismo

El yerno de Trump, con el FBI pisándole los talones por la trama rusa, se ha vuelto el eslabón más débil del círculo presidencial

Jan Martínez Ahrens
Jared Kushner.
Jared Kushner.REUTERS

Los tiempos han cambiado para Jared Kushner. A sus 36 años, el yerno de oro, el hombre que todo lo podía en el Despacho Oval, ha entrado en crisis. Su última derrota ha sido la ruptura del Acuerdo de París, pero ya antes, Donald Trump le había mostrado signos de hartazgo, y lo que es peor, el escándalo ruso, esa bestia que todo lo devora en Washington, le había alcanzado. Con el FBI pisándole los talones, el antaño poderoso asesor es ahora el eslabón más débil del círculo presidencial y por primera vez ha dejado de pisar tierra firme en la Casa Blanca.

“Todo puede ocurrir. En este momento, su único aval es su esposa, Ivanka. Si le despiden, ella se iría también y el presidente perdería dos consejeros por uno”, señala el analista Walter Saphiro. “Tiene suerte de ser joven e inexperto, eso aún le otorga el beneficio de la duda, pero ha sido demasiado ingenuo en su trato con los rusos y en los asuntos diplomáticos”, explica Lynn Ross, profesora de Política Pública de la Universidad de Georgetown.

El yernísimo se ha visto sorprendido por un incendio que ha alimentado su propia ambición. Esposo de la hija predilecta del multimillonario, su ascenso rompió los cauces habituales en la meritocracia americana. Jamás había ocupado cargo público ni se había presentado a elección alguna. Como muchos seguidores de la primera hornada, recibió la púrpura exclusivamente por su proximidad a Trump.

Boda de Ivanka Trump y Jared Kushner.
Boda de Ivanka Trump y Jared Kushner.

Hijo de Charles Kushner, un magnate del ladrillo de New Jersey, su boda en 2009 con Ivanka fue vista como la unión de dos linajes áureos de la Costa Este. Rascacielos, fama y lujo. Esa era la combinación. Ella aportaba el esplendor rubio y siempre excesivo de los Trump, él los 4.000 pisos del padre y una capacidad innata para mandar. Había poderío, pero nadie atisbaba la Casa Blanca en el horizonte. Ni siquiera Kushner.

En aquel tiempo, más que un político en ciernes, era un joven consumido por sus contradicciones. Un mal estudiante que tras haber ingresado en Harvard gracias a una donación paterna de 2,5 millones de dólares, todavía expiaba un pecado familiar. Su progenitor, uno de los grandes donantes demócratas, había sido condenado en 2005 a 14 meses de cárcel por evasión fiscal, pagos ilegales en campaña y presiones a un testigo. Algo hasta cierto punto asumible en el juego sucio inmobiliario de Nueva York si no fuera porque la sentencia revelaba una singular vileza. Cuando Kushner padre descubrió que su hermana estaba colaborando con las autoridades, contrató a una prostituta de lujo para que se acostará con su marido, y con el vídeo intentó un chantaje. La hermana no se arredró y denunció la maniobra, que acabó engrosando la pena.

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En el centro, Charles Kushner, padre de Jared.
En el centro, Charles Kushner, padre de Jared.

En prisión, Jared nunca dejó de visitar a su padre. Maduró, tomó las riendas del imperio familiar, lanzó grandes operaciones, pero nunca mostró una matriz política clara. Judío ortodoxo, al punto de no subir a un coche ni teclear un ordenador los sábados, su panteón ideológico mezclaba a partes iguales conservadurismo republicano, amor por el dinero y admiración hacia John F. Kennedy.

No fue hasta las elecciones presidenciales cuando Kushner se completó a sí mismo. Con enorme pericia dirigió la campaña en redes sociales de su suegro y se ganó su confianza plena. Cuando asumió la presidencia, Trump lo hizo saber. Le nombró consejero y le dio acceso al restringido informe diario de inteligencia. También puso en sus manos la negociación comercial con México, le aseguró un puesto privilegiado con China, le concedió influencia en Oriente Medio y le entregó las llaves, mucho antes que al secretario de Estado, de la gestión diplomática con Israel.

Pasó a ser el hombre fuerte. El mejor situado. Uno de los pocos capaces de entrar sin llamar al Despacho Oval. A ojos de muchos era además el contrapeso a los excesos de Trump y su corte de extremistas, el moderado capaz de templar los ánimos del presidente y convencerle, por ejemplo, de retirar leyes antigay.

En este ascenso, Kushner marcó con hierro su territorio. Forjó alianzas con el pujante estamento militar y se apoyó en el influyente consejero económico, Gary Cohn. Sintiéndose fuerte por las constantes atenciones del presidente, hace un mes llegó a exigir el despido de su principal enemigo, el estratega jefe, Steve Bannon, el líder del sector ultra. Ese fue el cénit. Luego han venido los errores.

Trump y Kushner, en el Despacho Oval.
Trump y Kushner, en el Despacho Oval.

El mayor ha sido su apuesta por despedir al director del FBI, James Comey, cuando se volvió incómodo para el presidente por su insistencia en investigar si hubo coordinación entre su equipo electoral y la campaña lanzada por el Kremlin contra la demócrata Hillary Clinton. Kushner, enfrentándose a Bannon, animó a Trump a que procediese a la destitución bajo el argumento de que le apoyarían los demócratas, aparentemente molestos por la conducta de Comey en el caso de los correos de Clinton. Pero ocurrió justo lo contrario. Y lejos de cerrarse el capítulo se abrió otro más amenazador, que incluye al incorruptible Robert Mueller, como fiscal especial.

Tampoco le beneficiaron las revelaciones sobre los intentos de su familia por vender un rascacielos a una compañía china o el ocultamiento en su declaración patrimonial de 1.000 millones en préstamos a sus empresas. En este clima de desconfianza, han emergido sus nexos con la trama rusa. Los múltiples y oscuros contactos con el embajador ruso en Washington, Sergéi Kislyak, al que llegó a pedirle un canal secreto de comunicación con Vladímir Putin, su cercanía con el destituido consejero de Seguridad Nacional Michael Flynn, e incluso su trabajo durante las elecciones, mientras el Kremlin saboteaba a Clinton, le han situado al borde de la sospecha oficial.

“Si hay más información en contra, el Congreso exigirá que se aparte de todo lo relacionado con Rusia”, indica la profesora Lynn. “De momento, va a tener que pasar más tiempo con sus abogados que con su familia. Y sea cual sea el final, desde luego esto no acabará con Ivanka y Jared bailando de alegría en el Despacho Oval”, remacha Saphiro.

El FBI le sigue los pasos. Nada hay demostrado. Pero su proximidad con el presidente se ha vuelto tóxica. Aunque en público Trump le reitera su apoyo, en privado la distancia es cada día mayor. El mandatario ya le ha hecho saber que no piensa despedir a Bannon, le ha reprochado los deslices con China y le ha enmendado la plana con el cambio climático. Y eso no es todo. El presidente, según medios estadounidenses, ha tomado consciencia del enorme riesgo que entraña para él una posible implicación de su yerno en la trama rusa. Un peligro nuclear ante el que ahora busca asesoramiento externo y rumia una crisis interna. Kushner se balancea en la cuerda floja.

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Sobre la firma

Jan Martínez Ahrens
Director de EL PAÍS-América. Fue director adjunto en Madrid y corresponsal jefe en EE UU y México. En 2017, el Club de Prensa Internacional le dio el premio al mejor corresponsal. Participó en Wikileaks, Los papeles de Guantánamo y Chinaleaks. Ldo. en Filosofía, máster en Periodismo y PDD por el IESE, fue alumno de García Márquez en FNPI.

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