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Una diputada que da esperanza al futuro de África

La gambiana Fatoumata Jawara, torturada en las cárceles de Jammeh, asegura no querer venganza, “pero sí justicia”

José Naranjo
Fatoumata Jawara en su casa de Banjul.
Fatoumata Jawara en su casa de Banjul. ÁNGELES LUCAS

La desnudaron, la golpearon hasta casi matarla y llamaron a una decena de hombres para que asistieran a la humillación. Entonces ella les dijo, con un hilo de voz, que iba a morir sobre aquella mesa si la violaban. Un año después de aquel horror que vivió en una lóbrega habitación de los servicios de inteligencia del Estado, Fatoumata Jawara se ha convertido en flamante diputada en la Asamblea Nacional de Gambia y miembro del Parlamento Panafricano. “Quiero justicia, no venganza. Puedo perdonar a quienes me hicieron todo aquello, pero deben reconocerlo, decir la verdad”, asegura esta mujer de 30 años y madre de tres hijos que se ha convertido en el rostro de un nuevo país que emerge sobre las cenizas del régimen dictatorial de Yahya Jammeh, hoy exiliado en Guinea Ecuatorial.

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Tras pasar ocho meses en la cárcel, Jawara regresó en diciembre pasado a su modesta casa de planta baja con un enorme patio en Talinding, un barrio popular de la capital gambiana atravesado por calles de arena. Jammeh estaba aún en el poder, pero su derrota electoral, que abrió las puertas de las cárceles a los presos políticos, anunciaba ya su partida, que tuvo lugar en enero, apremiado por la amenaza de una intervención militar de sus vecinos africanos. Después, las elecciones legislativas del 6 de abril alumbraron un Parlamento controlado por los antiguos opositores de la UDP (31 de los 53 escaños) y dirigido por otra mujer, Mariama Diack Denton. Fatoumata Jawara se convertía en diputada.

“No ha sido fácil llegar hasta aquí. Durante ocho meses no pude ver a mis hijos, que lloraban día y noche. Estaba aislada en una celda, oriné sangre durante semanas a consecuencia de los golpes. Aún hay cosas que no puedo contar ni explicar, es un trauma que no he superado”, asegura con gesto amargo. Con sólo 16 años se había quedado fascinada por la figura de Ouseinou Darboe, líder opositor y actual ministro de Exteriores gambiano, su auténtico mentor quien también por la cárcel en varias ocasiones. “Mi familia me decía que no siguiera a los políticos, que iba a acabar mal. Pero yo veía muchas cosas que había que cambiar en este país”, explica. “Rezo cada día para que lo que yo pasé no vuelva a suceder. Nunca más”.

En la actualidad, la diputada trabaja en el Parlamento en la reforma de la Ley de Prensa porque “los periodistas no tienen reconocido ningún derecho” y en la renovación de las fuerzas del orden. “Los soldados de la Misión de Comunidad Económica de Estados de África Occidental (CEDEAO) en Gambia (Ecomig) deben quedarse más tiempo y ayudarnos a crear un nuevo Ejército, una nueva Policía”. Las tropas africanas, lideradas por Senegal, aún hacen frente a cierta resistencia de partidarios del antiguo régimen dictatorial. La tensión es especialmente fuerte en Kanilai, el pueblo natal de Jammeh, donde el pasado 2 de junio falleció un hombre a consecuencia de un disparo en el abdomen cuando se manifestaba pidiendo la retirada de dichas tropas.

Así, con avances y retrocesos, se construye la nueva Gambia. Excluida de momento la opción de solicitar la extradición del dictador, el Gobierno trabaja en varios frentes con no pocas dificultades presupuestarias que se notan en los habituales cortes de luz que sufre la capital, más que en la época anterior, y los problemas de abastecimiento de agua. Una investigación abierta por el Ministerio de Justicia ha cuantificado ya la dimensión del dinero robado por Jammeh antes de su precipitada salida del país, 45 millones de euros, y ha congelado 88 cuentas bancarias a su nombre o de las 14 empresas que controlaba.

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Para hacer frente a los desafíos presupuestarios, la Gambia de Adama Barrow cuenta con el sostén de su vecino senegalés y el apoyo de nuevos aliados con quienes la relación se había enfriado en los últimos años, especialmente la Unión Europea que ha desbloqueado una primera partida de 225 millones de euros para ayudar a la transición, que debe durar tres años. El regreso a la Commonwealth y el respaldo gambiano a la Corte Penal Internacional, de la que Jammeh anunció la retirada, apuntalan la reconexión internacional del país.

Mientras el Gobierno trabaja a su ritmo en la creación de una comisión de la Verdad y la Reconciliación, las víctimas de la dictadura se organizan. Fatoumata Jawara expresa que le gustaría “que Jammeh sufra lo que hemos sufrido nosotros”. Por su parte, Phateema Sandeng, hija del opositor Solo Sandeng cuyo asesinato en abril del año pasado fue uno de los factores que desencadenó el vuelco electoral, asegura estar “feliz de volver a mi país, de empezar de nuevo. Nunca sabes lo fuerte que puedes llegar a ser hasta que vives algo así, la muerte de tu padre, el exilio”. Aisatu Kanji, esposa del opositor Kaniba Kanyi, desaparecido en el agujero negro de las cárceles del régimen en 2006, le dijo durante años a su hijo Abdoulsalam que su padre había emigrado a Europa. “Pero ahora ya sabe. Y está orgulloso de él”.

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Sobre la firma

José Naranjo
Colaborador de EL PAÍS en África occidental, reside en Senegal desde 2011. Ha cubierto la guerra de Malí, las epidemias de ébola en Guinea, Sierra Leona, Liberia y Congo, el terrorismo en el Sahel y las rutas migratorias africanas. Sus últimos libros son 'Los Invisibles de Kolda' (Península, 2009) y 'El río que desafía al desierto' (Azulia, 2019).

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