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El sur de Italia enfrenta otra crisis de acogida

Calabria tiene dificultares para recolocar a los inmigrantes, que no dejan de llegar

El maliense Doudu, que perdió la pierna durante la travesía por el mar, retratado en la playa de Melito, en Calabria
El maliense Doudu, que perdió la pierna durante la travesía por el mar, retratado en la playa de Melito, en CalabriaOLIVIER PAPEGNIES (COLLECTIF HUMA)

En un viejo hotel de tres plantas de las afueras de Reggio Calabria, un chico vestido de traje, corbata y zapatillas blancas abre la puerta principal. Va a la moda de Eddie Murphy en la ochentera El príncipe de Zamunda. Tiene estilo, tiene clase, buena percha, pero no es el botones del lugar, es más bien un ocioso al que le gusta bromear. Porque ni esto es un hotel ya ni él tiene un empleo del que ocuparse.

Este centro de inmigrantes es uno más de los que hay en esta ciudad del sur de Italia, el tercer puerto en recepción de inmigrantes después de Lampedusa y Pozzalo, en la vecina Sicilia. Las habitaciones son ahora el lugar donde se alojan unos jóvenes que fueron llegando en barcazas. El cierre de la frontera entre Europa y Turquía y la ausencia de un mecanismo eficaz de recepción y distribución adecuada de migrantes a otros países de la UE han hecho que el sistema se sature.

Calabria pasó de recibir 16.000 migrantes en 2015 a más de 30.000 en 2016. Este año ha recibido, por ahora, más de 5.000 aunque esperan que el número se multique por seis durante los meses de verano.

“No hay jabón, ni papel de baño y la comida es malísima. No hay nada que hacer. Me paso el día recogiendo colillas por el suelo”, cuenta Seriba Couibly, un maliense de 25 años. El resto de sus compañeros no está de mejor humor y todos dibujan un panorama sombrío.

Otros centros de inmigrantes cuentan con el apoyo y el trabajo duro que realizan organizaciones internacionales como Médicos del Mundo. La ONG, que costeó el desplazamiento a Calabria de dos periodistas, uno de EL PAÍS y otro del francés Le Monde, lleva en el terreno desde 2015. Sus trabajadores ofrecen asistencia sanitaria en el puerto y en los centros, en especial a mujeres y menores no acompañados, y una mediación entre los inmigrantes y los médicos locales. No es un asunto menor. En Libia, las peligrosas milicias locales, descontroladas por la caótica situación que vive este país en conflicto, violan en ocasiones a las inmigrantes que pasan por su territorio. Si el asunto cae en manos de un doctor conservador, nada extraño por aquí, le oculta a las víctimas que tienen derecho a abortar.

Amputación

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Uno de los centros en los que trabaja la organización es el de Melito, un municipio de Reggio. Allí Doudu cuenta el peligroso viaje que hizo a través de Libia en el que se dejó una pierna y las ganas de vivir. Acompañado por otros menores de edad, Doudu relata que recibió un disparo cuando huía de unos criminales que pretendían secuestrarlos. La herida tenía orificio de entrada y salida, por lo que no se preocupó tanto. Se vendó y siguió el camino hasta zarpar rumbo a Europa. Al llegar, el primer médico que lo examinó le hizo un diagnóstico brutal: toca amputar.

El muchacho, de 17 años, se negó y durante tres semanas psicólogos y personal sanitario intentaron convencerlo de que era la única solución. La otra era acabar en el lado del cementerio adonde van a parar los inmigrantes que mueren en la travesía. Al final, acabaron amputándole casi toda la pierna pero eso no lo reconforta: “Así no le veo mucho sentido a seguir adelante. Mi viaje se acabó”.

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Sobre la firma

Juan Diego Quesada
Es el corresponsal de Colombia, Venezuela y la región andina. Fue miembro fundador de EL PAÍS América en 2013, en la sede de México. Después pasó por la sección de Internacional, donde fue enviado especial a Irak, Filipinas y los Balcanes. Más tarde escribió reportajes en Madrid, ciudad desde la que cubrió la pandemia de covid-19.

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