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Tribuna
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Dios santo (Palacio Municipal, Yopal)

Hay gobernantes que no saben que Colombia es un país laico

Ricardo Silva Romero

Dios va a ganar o va a perder las elecciones del próximo año, pero sin duda va a ser la propuesta a vencer. El Estado colombiano, de acuerdo con su Constitución progresista, de 1991, que aparte de una constitución ha sido un asediado acuerdo de paz, cumple veintiséis años de jugársela por la defensa de los derechos ciudadanos: por un país laico consagrado a sus leyes, por el aborto, por el matrimonio entre parejas del mismo sexo, por la adopción homoparental en una nación llena de niños sin padres, por la eutanasia. Y esa defensa estatal de la equidad, que ha sido lo mejor del país de estos años, pero a duras penas ha sido un respiro para las minorías y para las mujeres –que son, además, la mayoría de la población–, ha ido enfureciendo a esa vieja Colombia prometida a Dios desde la Constitución conservadora de 1886.

El viernes 9 de junio de este año, que sigue reponiéndose de los embates del año pasado, la alcaldesa encargada de Yopal –el alcalde titular, apodado John “Calzones”, estaba en la cárcel– sacó adelante el decreto 036 “por el cual se hace entrega simbólica del municipio de Yopal al Señor Jesucristo”: considerando “que Dios es nuestro padre y creador que ha conferido toda autoridad a su hijo Jesucristo…”, “que todo gobernante instituido por la voluntad de Dios tiene el deber de velar en primer lugar por el bienestar espiritual de sus gobernados…” y “que la comunidad de Yopal a través de su gobernante anhela la salvación de su alma…”. Y la noticia es una sátira devastadora, sí, pero también un vaticinio ominoso.

Recuerda de la peor manera que la crisis de Yopal no es espiritual, sino política. Demuestra que hay gobernantes que no saben que Colombia es un país laico: el 036 es, se crea en Dios o no, un decreto inconstitucional. Pero –luego de aquella marcha contra las cartillas de educación sexual, de la victoria de los religiosos del “no” en el plebiscito sobre los acuerdos de paz, de la noticia de que el candidato lefebvrista Ordóñez, que jura que “ateo” es insulto, ha elegido al pastor cristiano Name como vicepresidente: luego, en fin, de tantas señales del regreso de los fundamentalistas vivientes– la noticia de Yopal advierte no sólo que Dios será un tema fundamental en la campaña de 2018, sino que los políticos lo tienen mucho más claro de lo que uno cree: “la vieja Colombia” no significa “la Colombia que pronto va a morir”.

Hoy, cuando los partidos han perdido la capacidad de reunir a los electores, y a los caudillos les faltan votos para ganar en la primera vuelta, las concurridas iglesias con minúscula se han vuelto fundamentales para ganar las elecciones: a uno puede darle risa el decreto 036, pues imagina al pobre Cristo reclamando las llaves de la maltratada Yopal, pero lo cierto es que millones de colombianos no sólo no le ven la gracia al chiste, sino que resienten aquellas carcajadas como una afrenta más, como una prueba más de la dictadura de “la corrección política” –que así llaman algunos a la defensa de los derechos– y como una demostración de que en mayo de 2018 hay que votar por los candidatos que prometan la restauración moral de la nación.

Cómo organizarse, de aquí a 2018, contra los organizados por naturaleza: los fanáticos. Cómo no alienar, ni humillar, ni perder por el camino de la superioridad intelectual –tan pasajera– a los ciudadanos religiosos que han llegado a su fe sin pasar por encima de nadie. Habría que probarles que, así no lo parezca, la nueva Colombia ha estado entendiendo que “vieja” no es una mala palabra, que no puede tomarse la equidad como venganza. Pero los liberales, que se levantan tarde porque Dios ayuda al que madruga, tienden a dar esos votos por perdidos. Y así es que gana Trump.

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