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La violencia acorrala a los líderes del G20

Merkel anuncia compensaciones para los comerciantes y vecinos de Hamburgo afectados por la violencia de más de 100.000 manifestantes

La policía alemana dispara gas pimienta a los manifestantes contra el G20 en Hamburgo (Alemania).
La policía alemana dispara gas pimienta a los manifestantes contra el G20 en Hamburgo (Alemania). CHRISTOPHE GATEAU (AFP)

Unos 100.000 manifestantes han ocupado las calles de Hamburgo para protestar contra la cumbre del G20 durante toda la semana. Algunas marchas han derivado en una violencia sin precedentes, que ha obligado a los mandatarios a cambiar sus itinerarios, cancelar encuentros como el de la primera dama estadounidense, Melania Trump, quien quedó atrapada en su hotel por unas horas. La canciller alemana, Angela Merkel, cuestionada por la elección de una ciudad grande y símbolo de los movimientos antisistema, anunció el sábado que compensará inmediatamente a todos los comerciantes y vecinos de Hamburgo afectados por las protestas. La ciudad ha amanecido surcada de cicatrices después de otra noche de batalla campal.

La última gran manifestación, la del cierre de la cumbre “solidaridad sin fronteras”, se ha desarrollado de forma pacífica. 76.000 manifestantes según los organizadores y 20.000 de acuerdo con las cifras policiales han vuelto a tomar las calles. Grupos ecologistas, feministas, indigenistas y todo tipo de ciudadanos de a pie se reunieron en el centro de la ciudad a partir de las 11.00 de la mañana en una ciudad desierta y tomada por la policía y en un ambiente de tensión provocado por los altercados de los últimos días.

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“El mundo arde”, rezaba el cartel que portaba Jannis en la manifestación del sábado. A su vera Anil, sostenía otra pancarta que complementaba la de su amigo. “Y vosotros sois el petróleo”. “Mire Siria, los intereses geopolíticos del G20 solo contribuyen a incendiar aún más la situación”, argumentaba Anil, trabajador de una ONG de derechos humanos. “El G20 no ha sabido mitigar los efectos del cambio climático, especialmente para los países más pobres que son los que más lo sufren a pesar de que históricamente son los que menos han contribuido a crearlo”, añadía su amigo Jannis, que trabaja en proyectos de desarrollo sostenible y que ha participado en el foro social alternativo celebrado también esta semana en Hamburgo. Junto a ellos, otros chicos desfilaban con un cartel en el que se leía: “Si el clima fuera un banco, ya habría sido rescatado”.

Organizaciones eclesiásticas han estado también muy presentes en la marcha y han ofrecido apoyo logístico a los manifestantes durante estos días. Las iglesias y sus terrenos han dado cobijo a los activistas llegados desde infinidad de países. Pilar Puertas, una doctorada latinoamericana de 60 años, sujeta un cartel en el que se lee: “Esta economía mata”. “Es una cita del papa Francisco”, aclara Puertas. “No estamos de acuerdo con estos líderes que no toman en cuenta a la gente y solo favorecen a los banqueros y a los grandes inversores.

Anke Selbmann pertenece a una red feminista y se lamenta de que el vandalismo antisistema monopolice la imagen de las protestas. “Esta semana he conocido a gente muy constructiva. Yo, donde va el Black block [el temido bloque negro] simplemente no voy, me da miedo”, dice.

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Selbmann se refiere a los 8.000 antisistema que la policía calcula que no se han querido perder la cita de Hamburgo y muchos de los cuales han protagonizado duros choques con la policía de la localidad, conocida en el resto del país por su política de mano dura. Esta ciudad portuaria es un lugar de referencia para los grupos antisistema de toda Europa y miles de ellos han acudido a la llamada de la lucha contra los poderosos. Pero aún así, la dureza de los choques dará probablemente pie en los próximos días a un intenso debate político en busca de responsabilidades por el caos que ha reinado en la ciudad. En total, en los últimos tres días, 143 activistas han sido detenidos y 200 policías han resultado heridos, sin que haya trascendido la cifra de manifestantes lesionados.

El barrio de Schanzen, próximo a la cumbre y donde estalló la noche del viernes la batalla campal, presentaba el sábado un reguero de cicatrices de guerra urbana. Coches quemados, escaparates rotos y aceras levantadas daban testimonio de la dureza del combate urbano. En el barrio huele todavía a neumáticos quemados y el asfalto está ennegrecido y salpicado de boquetes. Las lunas de algunos comercios están rotas. Otros, como un supermercado o una farmacia han sido saqueados. En el cielo, el sonido del rotor de los helicópteros es continuo. Por las calles circulan blindados y decenas de furgones policiales que van y vienen a toda prisa y con las sirenas ululando a todo volumen.

En un restaurante asiático, los empleados tratan de reparar un cristal que ha quedado hecho añicos. “Nos fuimos a las 22.00 de la noche y todo estaba bien. Esta mañana, nos hemos encontrado con esto. Ya estamos hablando con el seguro”, explica uno de los empleados. A su alrededor, cámaras de televisión, vecinos y curiosos toman imágenes para inmortalizar las noches de miedo y violencia que ha vivido Hamburgo.

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