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ELIANE BRUM
Columna
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Brasil desatemorizado por las palabras fantasma

Cómo el sueño y el arte pueden ayudarnos a acceder a la realidad y a romper la parálisis

Eliane Brum

¿Cómo las palabras pueden volver a decir en Brasil? La actual crisis es también una crisis de palabra, como ya escribí aquí. En el sentido de que el movimiento de las palabras está interrumpido, como cartas enviadas que no llegan nunca a su destinatario. En parte, se debe al hecho de que lo absurdo integra el entramado cotidiano, como la realidad brasileña no se cansa de demostrar. Y lo absurdo se agranda un poco más cada día. Lo que se denomina realidad objetiva se ha convertido en una vivencia de lo inconcebible. Aunque estemos hiperconectados por las redes sociales, las palabras son solo repeticiones que vuelven sobre ellas mismas. Decir lo absurdo —y hasta gritar lo absurdo, ya que los gritos se han convertido en la preferencia nacional— no es suficiente para salir del absurdo o para minimizar el sentimiento de estar a la deriva. Es como si el remitente y el destinatario de las cartas fueran la misma persona, volviendo siempre hacia uno mismo, en un looping, en una especie de prisión del lenguaje.

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Pienso que en parte esto sucede porque damos prioridad a una forma de acceso a la realidad. Y también porque tomamos lo que solemos denominar realidad objetiva como si fuera toda la realidad. Y le damos a su “noticia” la representación por excelencia. Le damos a ella el estatus de “verdad”, aun cuando nos debatimos con la “posverdad”. Sujeta a interpretaciones y hasta a falsificaciones, pero absoluta. Tomamos por el todo lo que es solo parte.

Sospecho que sea necesario volver a ampliar las formas de acceso a la realidad, para retomar la textura del lenguaje, para que las palabras carta vuelvan a llegar a su destino, recuperando la potencia de producir movimiento, efecto y transformación. Y para que seamos capaces de romper esa forma de prisión que es la palabra que no dice, y que le vuelve a uno tras un recorrido vacío, le vuelve a uno como un bumerán. Para que seamos capaces de romper la parálisis provocada por la condena al absurdo.

El sueño y el arte son dos caminos para rescatar la palabra. El sueño no solo como vía de acceso a la realidad y como elaboración de lo real, sino también como realidad. El arte no solo como vía de acceso a la realidad y como elaboración y reinvención de lo real, sino también como realidad.

Para romper la parálisis, las palabras carta tienen que volver a llegar a su destino y producir movimiento
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Para pensar sobre ello, traigo dos ejemplos que me parecen bastante extraordinarios. Uno de ellos es un libro de la década de los 60 del siglo XX: El Tercer Reich de los sueños, de la periodista alemana de origen judío Charlotte Beradt. La edición brasileña cuenta con la excelente traducción de Silvia Bittencourt y un bello prefacio del psicoanalista Christian Dunker. El otro es Osso (Descarnado) – Exposición-Apelación al Amplio Derecho de Defensa de Rafael Braga, promovida por el Instituto Tomie Ohtake, de São Paulo, y el Instituto de Defensa del Derecho de Defensa (IDDD). Un grupo de 29 artistas ha colaborado para crear esta exposición que quiere romper la barrera de lo absurdo que es la prisión de Rafael Braga, detenido en las manifestaciones de junio de 2013 por llevar dos frascos: uno con lejía y otro con desinfectante.

Primero, el sueño. Como el que tuvo un médico de 45 años tras haber vivido un año bajo el régimen del Tercer Reich, en Alemania. Una noche de 1934, soñó esto: “Sobre las nueve de la noche, después de mis consultas, cuando quiero tumbarme tranquilamente en el sofá, con un libro sobre Matthias Grünewald, mi salón y mi apartamento de repente se quedan sin paredes. Aterrorizado, miro a mi alrededor y, hasta donde mis ojos alcanzan, ningún apartamento tiene paredes. Oigo que gritan por un megáfono: ‘De acuerdo con el decreto sobre la eliminación de paredes, con fecha del 17 de este mes...’”.

Charlotte Beradt recopiló los sueños de alemanes que vivieron bajo el Tercer Reich de 1933 a 1939. Antes, por lo tanto, del inicio de la Segunda Guerra Mundial. “Los sueños podrían ayudar a interpretar la estructura de una realidad que estaba a punto de convertirse en una pesadilla”, dice la autora. “Los ejemplos más aclarativos provienen de los primeros tiempos de un régimen todavía encubierto”.

Los sueños pueden ayudar a interpretar una realidad a punto de convertirse en una pesadilla

Como ella también estaba bajo el régimen de opresión, tuvo que camuflar en sus notas los sueños obtenidos mediante relatos orales. En lugar de partido, por ejemplo, utilizó “familia”. “Tío Hans”, “Gustav” y “Gerhard” para, respectivamente, Hitler, Göring y Goebbels. La prisión se disimulaba con una “gripe”. Al principio, escondía los relatos detrás de libros, en una amplia biblioteca. Después, pasó a enviarlos como si fueran cartas, a varias direcciones de diferentes países. Solo volvió a tener acceso a ellos cuando se vio obligada a emigrar de Alemania.

En el prefacio, el psicoanalista Christian Dunker llama la atención sobre algo que me parece fundamental también para pensar sobre lo que denomino crisis de la palabra: “Los sueños forman parte de la realidad factual. No provienen de otra realidad, que calificaríamos como ficticia o virtual. Los sueños son una experiencia real en sí misma. (...) Lo real no es individual o colectivo, psicológico o sociológico, científico o religioso: lo real es lo que es. Pero estamos demasiado acostumbrados a pensar lo real solo como los hechos positivos, presentes y actuales. Contra ello, el sueño nos presenta una curiosa combinación de hechos futuros y pasados inmersos en una situación de perturbación del presente”.

El médico que sueña con la vida sin paredes, impuesta por un acto burocrático del Estado totalitario, al anotar su sueño nocturno encontró el hecho ocurrido en la vigilia que lo habría provocado: “El vigilante nazi de la calle llegó preguntándome por qué no había izado la bandera. Lo tranquilicé y le serví un aguardiente, pero pensé: ‘En mis cuatro paredes, en mis cuatro paredes...’ (...) A pesar de no ser una persona política, todos los ingredientes de mi sueño y de mis fantasías son políticos”.

Como señala la periodista, el sueño se convierte para el médico en “la única posibilidad de alejarse de la vida sin paredes, la única posibilidad real de emigración interior”. El médico todavía diría: “Ya que los apartamentos se han vuelto públicos, voy a vivir en el fondo del mar para permanecer invisible”. La inmensidad del océano como metáfora para el territorio del inconsciente, donde los sueños se producen a partir de los vestigios del día, el inconsciente mucho más presente y movilizador en la vida de cada uno que el consciente. También por eso, en algunas culturas, los sueños conllevan algún poder premonitorio. Pero lo que aparece es aquello que el individuo intuye o percibe en su día a día, pero ese saber sobre la realidad todavía no ha emergido a la consciencia.

El horror totalitario irrumpe en estos sueños recopilados, como señala aquella que los recogió, mucho antes de que el horror se instalara por completo. “Lo que hoy son hechos políticos, incluso del día a día, en aquella época no eran ni hechos de una novela”. Mucho antes de la publicación de 1984, la clásica distopía de George Orwell, los alemanes del Tercer Reich soñaban con aparatos de control del Estado que ni siquiera existían. “Ellos representaban, en la oscuridad de la noche, de manera distorsionada, lo que les ocurría en el mundo sombrío del día”, escribe la autora. Sabían, sin saber.

En los sueños emerge un saber sin saber nacido de aquello que se percibe y se intuye en los vestigios del día

Los sueños de quien soñó en el Tercer Reich traen la singularidad de cada experiencia individual, pero comparten rasgos comunes. Otra mujer tiene el siguiente sueño, en 1933, al poco de la llegada al poder de Adolf Hitler: “Se colocan cuadros en cada esquina para sustituir las señales de tráfico, prohibidas. Los cuadros anuncian, con letras blancas sobre un fondo negro, veinte palabras que el pueblo tiene prohibido pronunciar. La primera palabra es Lord —por precaución, debo de haber soñado en inglés, y no en alemán—. Las otras las he olvidado o probablemente ni siquiera he llegado a soñar con ellas, a excepción de la última: Yo”.

¿Cómo expresar mejor la manera como el Estado totalitario aplasta al individuo? Este libro que habla sobre sueños de ciudadanos que se sienten impotentes de varias maneras ante lo absurdo que se convierte en cotidiano —y de lo imposible que sucede a su alrededor— tiene una potencia enorme para hablar de la realidad de aquel momento histórico y de las realidades que trascienden a aquel momento histórico. Incluso para quien se dedica a estudiar el nacismo y, sobre todo, lo que provoca el nacismo y lo que el nacismo provoca, hay algo que solo se ilumina a partir de la realidad de esta colección de sueños de ciudadanos comunes.

Eso me hace pensar: ¿qué soñamos nosotros en este momento de Brasil? ¿En este momento en que las palabras no están prohibidas, como en el sueño de la alemana, pero están vacías de sustancia? En esta condición, las palabras son como fantasmas que atraviesan el cuerpo del otro sin producir ningún efecto. Y no vuelven a nosotros, hablantes compulsivos, gritones contumaces, que producimos sonido, pero no movimiento. Y quizás esta sea una versión contemporánea, una versión de los tiempos de internet, de otro tipo de censura. Y de prisión por el lenguaje. Y las palabras fantasma, hay que decirlo, no atemorizan. Desatemorizan.

¿Qué sueñan los brasileños en este momento que en que las palabras no están prohibidas, pero sí que están vacías de sustancia?

Y entonces llegamos a la exposición: Osso (Descarnado). Es, como anuncia el nombre, una Exposición-Apelación al Amplio Derecho de Defensa de Rafael Braga. Joven, negro, proveniente de una favela, Rafael Braga encarna una esquina histórica. El recogedor de latas fue detenido durante las manifestaciones de junio de 2013, en Río de Janeiro. Llevaba dos productos de limpieza. Por eso, lo acusaron de “llevar material incendiario”, aunque el propio informe del Escuadrón Antibombas de la Policía Civil afirmara que difícilmente se podría hacer un cóctel molotov con aquello.

Tras cumplir parte de la pena de cinco años y diez días de prisión en régimen cerrado, pasó a régimen abierto. Trabajaba como auxiliar de mantenimiento y utilizaba tobillera electrónica cuando lo volvieron a detener. Basándose únicamente en el relato de los policías militares, un juez lo condenó a 11 años y tres meses de prisión por llevar supuestamente 0,6 gramos de marihuana y 9,3 gramos de cocaína.

¿Por qué Rafael Braga encarna una esquina histórica? Porque es el único ciudadano brasileño condenado a prisión en el contexto de las manifestaciones de junio de 2013. Sin pertenecer a ningún grupo político, el detenido es el joven negro y habitante de una favela que pasaba con desinfectante y lejía. Para mantenerlo en prisión, basta la versión de la Policía Militar que lo arrestó una vez y lo arrestó otra vez. En su prisión, se encuentran los Brasiles.

El único condenado de las manifestaciones de junio de 2013 es el negro que pasaba por allí

Junio de 2013 es insurrección. La prisión de Rafael Braga es la regla. La regla que cruzó la dictadura civil y militar. La regla que se mantuvo en la redemocratización del país sin molestar demasiado a aquellos que tenían poder para cambiar esa realidad, ni molestar demasiado el sueño de los ciudadanos brasileños sujetos a ella.

Todo lo contrario: Brasil pasó de 90.000 internos a principios de la década de los 90 a los actuales 600.000. La prisión en masa ha aumentado enormemente durante el período democrático. Y la violencia no ha disminuido. Todo lo contrario: la violencia se ha multiplicado. En este sistema penitenciario sobrecargado, los más pobres, la mayoría negros, están sometidos a condiciones torturadoras como política de Estado. Solo durante los primeros 15 días de este año, 133 internos fueron asesinados sin que nada cambiara tras la conmoción inicial.

El castigo llega rápido para los brasileños pobres. La impunidad es para los blancos, los más ricos y los escolarizados. Mientras se discute la prisión de los políticos y los empresarios en el contexto de la operación Lava Jato, el Tribunal de Justicia de São Paulo ha decretado que se mantenga la pena de más de tres años en régimen cerrado para la madre de cuatro hijos que robó 19 huevos de Pascua en un supermercado del interior del Estado de São Paulo. Está allí, junto a su bebé de un mes de vida, encerrada con otras 18 internas en una celda donde solo caben 12.

Contra los más pobres, como señala uno de los textos de Osso, “la justicia penal es extraordinariamente rápida y eficiente”. O la (in)justicia. En un vídeo en la sala de exposiciones dedicada a Rafael Braga, se escucha la voz de hombres y mujeres capturados por el sistema punitivo. Relatan lo que les pasa cuando entran en los corredores de los que ya no consiguen salir más, subyugados a una serie interminable de abusos y de ilegalidades. Y, así, los años se suceden entre rejas, con juicios aplazados y procesos obstruidos, mientras la vida no solo pasa, se desvanece. Para estos brasileños pobres, la mayoría negros, El proceso de Kafka no es literatura, sino su propia existencia.

Junio de 2013 es insurrección. Rafael Braga es repetición

También por eso Rafael Braga encarna una esquina histórica: lo absurdo, para brasileños como él, dura 500 años. Junio de 2013 irrumpe, y ahí está él. Rafael Braga es el no suceso que sucede.

Brasil no cambiará su forma estructural porque la operación Lava Jato responsabiliza y detiene a empresarios y políticos corruptos, por más importante que eso sea. Y lo es. Brasil cambiará su forma estructural cuando Rafael Braga no sea detenido. Brasil cambiará cuando los brasileños como Rafael Braga tengan amplio derecho de defensa.

Lo absurdo de la prisión repleta de ilegalidades de Rafael Braga está dicho. Pero, como las palabras han dejado de decir, no provocan movimiento. Osso, la exposición, pretende alcanzar esa realidad con el arte. Y, quién sabe, producir marca, memoria y suceso. Justo en la apertura, el bello texto del comisario del Instituto Tomie Ohtake, Paulo Miyada, anuncia:

“El arte insiste. El arte puede insistir. (...) Las obras de arte pueden hacerse con muy poco, casi que solo con insistencia y con abertura hacia el mundo. Las obras pueden sobrevivir incluso en el límite de la oscuridad y de la invisibilidad. Sin embargo, no debemos confundirlo con el elogio de la precariedad de la vida y, mucho menos, con el argumento de que todo tiene que aceptarse en contextos de crisis. (...) En algún punto hay que trazar una línea demarcando lo que no se puede aceptar, lo que no se puede rebasar en ningún caso. Si sobran escándalos, urgencias y disputas, ¿dónde trazar esa línea? Cualquier intento parece demasiado vago. Demasiado parcial. El esbozo de un límite: no deberíamos aceptar, por ejemplo, la arbitrariedad de las detenciones de Rafael Braga”.

Brasil no cambiará porque la operación Lava Jato detiene: cambiará cuando los brasileños como Rafael Braga tengan derecho de defensa.

Esta exposición descarnada, cortante como el filo de un cuchillo, traza el límite que señala lo que debe ser innegociable en cualquier construcción de un futuro para Brasil: todas las vidas importan.

La semana pasada, Vanessa Vitória dos Santos, una niña de 10 años, murió de un balazo en la cabeza cuando policías militares invadieron su casa disparando, supuestamente en busca de un sospechoso, en una favela de la Zona Norte de Río de Janeiro. La niña acababa de volver del colegio cuando se convirtió en otro cuerpo en la estela de niños asesinados de la “Guerra a las Drogas”, una política que enriquece a quien no vive en las favelas, encierra y mata a los más pobres y desamparados y se ha vuelto una de las principales causas de los crímenes de Estado. Como la mayoría de los muertos, Vanessa es negra.

La política de la “Guerra a las Drogas” deja una estela de niños asesinados

La tía de la niña hizo unas declaraciones mordaces porque eran desesperadas y desesperadoras. Dijo: “¡Se tiene que hacer algo para que esto se acabe! ¡Alguien tiene que hacer algo!”. Y dijo: “La Policía Militar entró en su casa sin que la invitaran y sin permiso para entrar. ¡No se puede entrar en casa de nadie disparando!”.

Dijo lo obvio: “No se puede entrar en casa de nadie disparando”. Ella nombra lo absurdo. Pero niños como Vanessa siguen muriendo sin que ni siquiera aparezca en los titulares de la mayoría de los periódicos. Solo un espasmo y enseguida se vuelven estadísticas. Y si lo absurdo se nombra, se dice y se repite y nada cambia, ¿qué hacer para que las palabras vuelvan a decir? ¿Para que las palabras dejen de ser espectros descarnados que solo atraviesan la pared sin dejar marca?

En los sueños de los alemanes bajo el Tercer Reich, hay un tema recurrente: el que sueña se ve viviendo lo absurdo ante la indiferencia y la impasibilidad de los demás. Aparece ora como “rostros inexpresivos”, ora como ojos y expresiones “vacías”. Ora como “mudez”. El horror se realiza y las miradas lo atraviesan. “Personas muy diferentes emplean el mismo código para presentar un fenómeno oculto del ambiente, o sea, la atmósfera de indiferencia total, que se produce por la coerción y ahoga el espacio público”, escribe la autora y recopiladora de sueños.

Los sueños y el arte capturan la mirada indiferente, la mirada que se desvía del horror

¿No es así nuestra mirada que se desvía y se desvía de Rafael Braga, de la niña Vanesa y de tantos? Incluso hoy, cuando los vídeos con ese horror se vuelven virales en internet, la mirada fija en la escena —vídeo tras vídeo— ¿no es sino otra forma de desviar o incluso de atravesar los cuerpos que mueren? Esa mirada que se desvía ¿no es lo que conecta lo absurdo que se grita hoy con el absurdo que se silencia siempre?

Pero no vivimos un siempre. Hay que tener mucho cuidado con el siempre. Hay un escalón más en este momento de Brasil. Hay esto. Hay palabras que pueden ser dichas. Hay este todo que puede ser dicho, como se constata en las redes sociales. Todo puede ser dicho porque las palabras ya no dicen nada. Después de tanto silencio, alcanzamos el grito que produce el sonido, pero no el movimiento.

Imaginar un futuro pasa obligatoriamente por descubrir caminos para volver a encarnar las palabras. Al desplazar el lugar de la realidad, el sueño y el arte pueden ayudar a derribar los muros que impiden que las palabras carta lleguen a su destino. Y arrancarnos del grito espasmódico y de la parálisis convulsiva. Sacarnos, tirándonos del pelo, de la prisión del lenguaje.

Eliane Brum es escritora, reportera y documentalista. Autora de los libros de no ficción Coluna Prestes - O Avesso da Lenda, A Vida que Ninguém vê, O Olho da Rua, A Menina Quebrada, Meus Desacontecimentos, y de novela Uma Duas.

Sitio web: desacontecimentos.com. E-mail: elianebrum.coluna@gmail.com. Twitter: @brumelianebrum. Facebook: @brumelianebrum.

Traducción: Meritxell Almarza

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