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‘Arreglao’, pero informal

El primer ministro de Albania se presenta con zapatillas deportivas en una cumbre sobre los Balcanes

María Antonia Sánchez-Vallejo
Rama con el presidente Macron, el miércoles en Trieste.
Rama con el presidente Macron, el miércoles en Trieste. MARCO BERTORELLO (AFP)

El socialista Edi Rama, flamante primer ministro de Albania, se presentó la semana pasada en una cumbre sobre los Balcanes en Trieste con un curioso desaliño indumentario. Con traje y corbata, como el resto de dirigentes invitados, pero calzado con zapatillas de deporte. Y no unas bambas discretas, oscuras, como las que lució en mayo en Bruselas en un encuentro informal de los líderes balcánicos con Federica Mogherini, jefa de la diplomacia europea, sino con unas deportivas de un blanco refulgente y franjas rojas; de esas que estaban tan de moda hace unas décadas y que ahora se publicitan como vintage. Las Adidas de toda la vida, vaya.

Así que, tanto en la foto de familia como en los encuentros bilaterales que mantuvo en Trieste, esa decadente ciudad italiana que abre la puerta a los Balcanes, Rama no sólo destacaba, como de costumbre, por su considerable altura, sino sobre todo por su estilismo. Nadie supo explicar —tampoco los principales medios balcánicos, que elucubraron hasta el infinito mientras se hacían incontables cruces estéticas— si la elección del calzado respondía a alguna molestia plantar, a unos inoportunos juanetes o a una eventual pérdida del equipaje en el avión que le llevó de Tirana a Trieste. La incógnita podal continúa, pero conocer algunos detalles biográficos de Rama puede ayudar acaso a entender su elección.

Antes que dirigente político, Rama fue, y sigue siendo, un artista en toda la extensión de la palabra. Estudiante de Bellas Artes en la cerrada Albania de Hoxha —una época antitética de la belleza y la estética—, y profesor luego de generaciones de artistas, es también el único líder político en ejercicio que sigue creando y exponiendo sus obras en galerías nacionales e internacionales. Su forja como artista, en un país donde estaba prohibido el arte contemporáneo y toda influencia foránea, fue igualmente curiosa. Para orillar la prohibición de viajar al extranjero, Edi Rama se enroló gracias a su altura en la selección nacional de baloncesto (los deportistas eran la otra élite, junto a la del Partido, en los antiguos países comunistas). Gracias a los viajes del equipo, conoció países y museos que cualquier albanés tenía vetados. Más tarde, logró una beca para ampliar estudios en París y sació su curiosidad estética en la capital francesa.

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Así, hasta los noventa, cuando la caída del régimen comunista le arrastró a la actividad política y poco después le aupó a la alcaldía de Tirana, a cuyo frente destacó por curiosas intervenciones ideadas para maquillar la horrible arquitectura estalinista con una capa de pintura… abstracta. A falta de dinero —Albania es uno de los países más pobres de Europa—, las brigadas echaron mano de cubos de pintura y renovaron desoladoras fachadas de nihilismo socialista con dibujos geométricos y colores chillones. Tras la alcaldía, donde permaneció 11 años (2000-2011), dio el salto al Gobierno en 2013, y hace apenas unas semanas logró ser reelegido.

Personalidad sin igual en el cada vez más tecnocrático panorama político, confeso y gozoso perpetrador de abstracciones —como la miríada de dibujos improvisados que tapizan su despacho oficial—, puede que la respuesta a su curiosa apariencia en Trieste haya que buscarla en su carrera: lo de las deportivas no fue pues un desatino estilístico, sino una de esas (mal llamadas) excentricidades de artista.

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