_
_
_
_
_

La sanidad en EE UU: vidas en la cuerda floja

Los republicanos buscan una alternativa con la que liquidar la reforma sanitaria de Obama. Millones de personas corren el riesgo de quedarse sin cobertura

María Edith Lau en su casa de Miami
María Edith Lau en su casa de MiamiANTONI BELCHI

María Edith Lau reza para que no ocurra. Yaya Kone está pensado en volver a su país, Costa de Marfil. Y Kaeley Pruitt-Hamm duda incluso de poder sobrevivir. Todos comparten un mismo temor: ven peligrar el Obamacare y con ello su propia salud. La reforma sanitaria del presidente Barack Obama se enfrenta en los próximos días en el Senado a su posible liquidación. Los republicanos, con Donald Trump a la cabeza, se aprestan a votar un sistema alternativo que finiquitará muchos de sus logros y, según cálculos independientes, dejará a millones de personas sin seguro. Aunque no todo podrá ser derribado, si la votación prospera, caerán los pilares de un modelo que en siete años ha dado cobertura médica a 20 millones de personas que no la tenían. "Fue mi salvación", dice María.

En un país donde aún quedan unos 29 millones de ciudadanos sin ningún tipo de asistencia sanitaria, el futuro del Obamacare se ha vuelto un debate trascendental. Los demócratas, apoyados por organizaciones médicas y sociales, defienden con uñas y dientes el actual sistema. Aceptan que posee lagunas y enormes ineficiencias, pero sostienen que es un avance respecto al vacío anterior y, sobre todo, que ofrece un refugio a millones de ciudadanos en la cuerda floja.

Los republicanos lo han convertido en un símbolo a destruir, en un monumento a los excesos de la burocracia y el intervencionismo. Pero hasta ahora han sido incapaces de definir una alternativa. Esa es la única esperanza del Obamacare. Dos senadores republicanos ya han rechazado la última versión, más moderada que la inicial. Y cualquier nueva fuga impediría su aprobación.

El miedo a un fracaso, que supondría un varapalo para Trump, ha desencadenado una intensa negociación de resultado impredecible. Pero pocos dudan de que supondrá un retroceso en la atención sanitaria. María, Yaya, Kaeley y Bill lo saben.

Estas son sus historias:

Únete a EL PAÍS para seguir toda la actualidad y leer sin límites.
Suscríbete

María Edith Lau, 53 años: “Me salvaron Dios y el Obamacare”

María Edith Lau guarda en una tina de plástico las facturas de los tratamientos que le salvaron la vida y que no hubiera podido pagar sin el Obamacare. "Son tantas que no me cabían en un bolso. Calculo que fueron unos 50.000 dólares", dice esta nicaragüense de 53 años, nacionalizada americana y "superviviente de cáncer".

Para mí el Obamacare fue la diferencia entre la vida y la muerte
María Edith Lau, beneficiaria del Obamacare

Lau llegó a EE UU en 1993 y en los primeros 20 años no tuvo ningún seguro médico. En 2013 se puso en marcha el modelo de Obama y logró su primera cobertura, subvencionada. No tuvo que usarla hasta que en 2016 le diagnosticaron un cáncer de colon. "Yo no sé que hubiera sido de mí. A mí me salvaron primeramente Dios, gloria al Señor, y después el seguro del Obamacare", afirma en su casa del barrio de la Pequeña Habana, en Miami.

En un hospital privado le hicieron "todos los exámenes habidos y por haber". Mientras, su hermana y ella seguían su propio plan: "Orar y orar y orar". Un oncólogo le dio un diagnóstico que requería una cirugía agresiva. Pidió un segundo diagnóstico y le asignaron otro oncólogo que no optó por la intervención. Recibió quimioterapia en el hospital y en su hogar, atendida por un enfermero a domicilio. También le dieron sesiones de radioterapia en la clínica. Pasado el proceso, los exámenes indicaron que estaba "limpia".

María Edith Lau está soltera. Vive con su hijo Juan Carlos, de 20 años, que quiere ser policía. Él también tiene Obamacare. Trabaja por 11 dólares la hora en una empresa de correo. Ella es empleada de una cafetería y el salario principal de los dos suma menos de 1.500 dólares al mes. El alquiler de la vivienda se traga más de la mitad y nunca logran ahorrar. Comen lo más barato que encuentran.

Obamacare es el único seguro que Lau se puede permitir. Paga 50 dólares al mes. Teme que con el cambio "suban las cuotas", no pueda pagarlas y se quede a la intemperie. Le quedan cuatro años de revisiones por el cáncer que superó. "Estoy completamente segura de que no me las voy a poder pagar".

Su mensaje a Trump: "Presidente, tome conciencia de que habemos otra clase que no es la suya. No sabe lo que puede ser no tener con qué cubrir una enfermedad. Se trata de que si no te atienden te vas a morir. Eso fue para mí el Obamacare. La diferencia entre la vida y la muerte".

Kaeley Pruitt-Hamm, 27 años: "Gasto 2.000 dólares al mes en mantenerme viva"

En el país más rico del mundo, hay gente que para sobrevivir no tiene otra alternativa que pedir donativos. "Gasto 2.000 dólares al mes en mantenerme viva", cuenta Kaeley Pruitt-Hamm, de 27 años. Sufre dos enfermedades (síndrome de taquicardia postural ortostática y de activación de mastocitos) fruto de una infección crónica que debilita su sistema inmunitario y necesita un par de años más de tratamiento para lograr una vida algo normal.

Su historia ilustra los límites del Obamacare y la amenaza existencial que implica para algunos la propuesta republicana. "Si los senadores deciden retirar este apoyo a los pacientes y derogar la ley, no podría pagar alojamiento, comida, medicación", advierte. "Y si no pudiera pagar mi medicación, me vería afectada en horas", agrega sobre los fármacos que le permiten abrir los ojos y evitan que se inflame su cuerpo.

Kaeley Pruitt-Hamm, en una fotografía reciente
Kaeley Pruitt-Hamm, en una fotografía recienteLayna Bennehoff

Pruitt-Hamm calcula que se ha gastado 70.000 dólares en atención sanitaria desde que en septiembre de 2014 sufrió una picadura de un insecto que, por un mal diagnóstico médico inicial, se propagó sin control. "Medicaid me ha salvado", dice. Sin la asistencia del programa público para personas con pocos recursos o discapacitadas, la cifra ascendería a 200.000 dólares. A ello hay que sumar los entre 1.000 y 2.000 dólares al mes que necesita para pagar comida y vivir en un alojamiento sin humedades ni tóxicos.

Recibe cobertura de Medicaid, de un seguro privado que le financia parcialmente el Gobierno y de un subsidio por discapacidad. Se mudó de Washington a Seattle para estar más cerca de su familia y obtener más ayudas públicas. Pero todo ello es insuficiente para su tratamiento: al margen de dinero para vivir, necesita los 2.000 dólares mensuales para asistencia médica que no le queda cubierta. Y sobrevivir para ella se traduce en impulsar "frustrantes y vergonzosas" campañas de recaudación para costear su tratamiento y tratar de vender música que compone ante la imposibilidad de tener un trabajo regular. "Gente como yo tenemos que recaudar fondos para nuestras vidas", explica con ironía.

La propuesta republicana la amenaza directamente porque recortaría la asistencia de los programas públicos. "Es realmente complicado cuando quieren hacer un modelo de negocio de algo que es un derecho humano", lamenta. "El sistema sanitario está completamente dictado por las aseguradoras y la única cosa que impide un monopolio completo y establece un poco de red de seguridad para la gente es el Obamacare".

Bill Knox, 66 años: "Pierden quienes menos se lo pueden permitir"

Bill Knox tiene 66 años y se jubiló hace tres. Vive en un barrio humilde de Washington capital y, ante la subida de precios que traerá la propuesta sanitaria de Trump, volverá a trabajar. "Lo pienso todos los días. Es una preocupación muy seria. Y la única manera en que puedo afrontar esto es consiguiendo una nueva fuente de ingresos", dice.

El plan de los republicanos permitirá que las aseguradoras cobren hasta cinco veces más a los mayores que a los jóvenes. Obamacare lo limitaba a tres veces. "Asumir que por estar 'jubilado' estoy asegurado es una ilusión. Tengo que verlo de una manera más realista", confiesa. "En 2009 pagué 200 dólares de una factura de 95.000 gracias a mi seguro. Pero… ¿te imaginas ahora?".

Bill Knox, en Washington
Bill Knox, en WashingtonNICOLÁS ALONSO

Knox tiene algunos ahorros y ya piensa cómo conseguir más. Los necesitará dentro de tres años, cuando su mujer deje de trabajar y no puedan beneficiarse de la póliza que recibe por ser funcionaria. El programa Medicare, al que pertenecerán por ser mayores de 65, apenas cubre la mitad de los costes sanitarios de sus usuarios. Entre otros, no ofrece subsidios para la salud dental, auditiva o visual —problemas comunes para personas de su edad—. "Todo eso lo tendré que pagar yo", reclama.

"Ella dice que trabajará hasta los 75", bromea sobre su mujer antes de confesar que él ya ha ojeado cursos online para aprender a invertir en Bolsa. Pero su angustia es mayor por su hijo, Bill, que padece diabetes de tipo 1. Para él los subsidios que ofrece el Obamacare han sido vitales. "Sin el programa de Obama habría sido catastrófico. Los aparatos, las visitas al doctor... todo. Literalmente le salvó", exclama mientras pausa para escanear a los viandantes.

"Ahora se anteponen los intereses del partido a los del país. Sabemos que unas de las razones principales de esta medida es beneficiar a los ricos. Es un juego: unos ganan y otros pierden. Y normalmente quienes pierden son los que menos se pueden permitir perder", afirma resignado.

Yaya Kone, 43 años: "Me estoy planteando volver a mi país"

Yaya Kone vive para trabajar. Entre semana, parte el día entre dos empleos para mantener a su familia; los sábados trabaja 12 horas, y el domingo otras tantas, y además se las ingenia para atender a los miembros de su comunidad en el Bronx, todos inmigrantes africanos. Los cambios que ve en el horizonte le aterran. No es sólo el odio al inmigrante, ahora también es la propia salud. "Estoy pensando en regresar a Costa de Marfil, la presión es enorme".

Yaya Kone, en Nueva York
Yaya Kone, en Nueva YorkSANDRO POZZI

El ejemplo de Kone, de 43 años, refleja los problemas que arrastra el sistema de salud en EE UU. "No me gusta Obamacare, pero el caso es que vamos a ir de mal a peor", aventura este guarda de seguridad en un edificio a cinco manzanas de la Trump Tower, en Nueva York.

Kone intenta moverse como puede por los recovecos del sistema. Su doble sueldo es demasiado alto para pertenecer a los programas para personas con pocos recursos (Medicaid), pero no gana lo suficiente como para costearse un seguro privado. "Estoy atrapado entre dos mundos como millones de personas que son autónomas", explica. Así que cuando se encuentra mal lo que hace es acudir al servicio de urgencias del hospital. "Nada de ambulancia, por favor", advierte.

Su mujer y sus dos hijos, de 12 y 6 años, sí que están cubiertos por Medicaid. "De momento, porque si cambian las reglas lo perderán. Van a cortar por todos lados". Ante estos nubarrones, Kone concluye: "Si los políticos quieren ver lo que va a pasar, que vayan a una sala de emergencia. Están llenas".

Las claves de la reforma

La reforma impulsada por Barack Obama y aprobada en 2010 impuso cambios estructurales al complejo y caro modelo sanitario estadounidense. Creó un mercado de compra de seguros para el 7% de la población (21,8 millones) que no obtiene cobertura a través de sus empleos o el Gobierno. También expandió Medicaid, el programa público para personas con pocos recursos o discapacitadas, y creó reglas para impedir abusos.

Los republicanos alegan que la finalidad de su contrarreforma es reducir los precios de los seguros, aumentar la competencia y eliminar regulaciones y subsidios. Con el Obamacare, han subido los precios y ha caído la oferta de planes.

La esencia del plan republicano es reducir subsidios y frenar la expansión de Medicaid (que beneficia a 62,4 millones, el 19% de la población), lo que amenaza a los más pobres y menos sanos. La última propuesta anula una rebaja de impuestos a los ricos y modera el recorte de ayudas.

También crea un mercado dual. Mantiene la obligación del Obamacare a las aseguradoras de ofrecer un plan a un único precio, independiente de los antecedentes del paciente, y que incluya una cobertura mínima. Y permite vender otros planes con menos cobertura que serán más económicos, pero eso presumiblemente disparará el precio de los programas completos. Además, en esos segundos se podrá volver a prácticas ahora prohibidas: limitar el gasto, denegar atención y cobrar más según el historial médico.

Más información

Archivado En

_
_