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Columna
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El último de Santos

El presidente colombiano inicia un nuevo periodo del que depende el éxito de la implementación del acuerdo de paz

A menos de 24 horas de la fiesta patria en Colombia y cuando anda ya sobre el último año de su Gobierno, el presidente Juan Manuel Santos recibió la renuncia protocolaria de todo su gabinete, que lo deja libre para conformar el equipo que deberá acompañarlo hasta el final de su mandato, en pleno año electoral y en medio de la discrepancia ideológica visiblemente profundizada.

Lo que se demostró durante los 45 minutos que duró el discurso de instalación de la nueva legislatura colombiana, con los 42 trinos que lanzó el jefe de la oposición en su ejercicio opositor vía redes sociales. Lo que no tiene nada de criticable pues cada quien hace uso del lugar que le ha dado la democracia como lo considere y deben ser los ciudadanos quienes juzguen y establezcan la validez de la argumentación, si la hay.

El gabinete que debe ajustar Santos plantea varios retos: garantizar que los escogidos representen a unas fuerzas políticas que acompañen al Gobierno en el Congreso y de paso recuperen el apoyo de la alianza partidista que se resquebraja naturalmente de cara a las elecciones, pero además hacerlo sin alimentar las prácticas clientelares. Ese es el primero.

El segundo, es que los cambios a que haya lugar en las áreas económicas privilegien a quienes cuenten con la aceptación en la distante clase empresarial colombiana, que se siente castigada por los impuestos y entregada al imaginario de un castrochavismo en el que advierten el fin de su modelo, aunque en la práctica, la política económica nada tenga que ver con el fantasma de la revolución bolivariana.

Válida advertencia la que se ha hecho en el sentido de evitar un ruptura en la continuidad administrativa de políticas públicas como la acceso a educación superior, formalización laboral y apoyos a adultos mayores, vivienda gratuita y subsidiada, control de precios en medicamentos, la misma política de equilibrio fiscal y la de conquistar el favor de la OCDE, entre otros. Y no menos importante que por el afán de recomponer las precarias mayorías con las que se cuenta en el Congreso, se termine privilegiando nombres y, sobre todo, las dinámicas que castigan los votantes en las urnas.

Santos instaló un nuevo periodo del Congreso con el enorme desafío de sacar adelante 13 proyectos y/o decretos de los que depende el éxito de la implementación del acuerdo de paz. En especial el que tiene que ver con la reglamentación de la Justicia Especial para la Paz, la Ley de Tierras y la Reforma Política. Y lo hizo ofreciendo “hasta el último punto de la popularidad que me queda”, pues es consciente que ese, el legado que escogió, se lo juega en la legislatura que comienza.

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Para muchos analistas, el mandatario colombiano le apuesta a que la historia reconozca la paz como el logro más importante en 50 años. De ahí que la responsabilidad sobre la forma como el Estado cumplirá esos acuerdos y a las poblaciones víctimas sea el centro de los próximos doce meses. Si el premio de montaña ya fue la dejación de armas, bien vale el símil del periodista Mauricio Arroyave: necesitará piernas, como los ciclistas, para pedalear la última etapa y consolidar su obra de gobierno.

Los bajos índices de popularidad del gobierno, en general debido al desgaste del proceso de paz, cuyos efectos sobre la disminución de muertes por el conflicto no han sido suficientemente valorados en las zonas urbanas, ya no deben, en efecto, importar al Jefe de Estado.

En este último año, más que porcentajes en su imagen necesita gobernabilidad para enfrentar los temas de seguridad; recuperar la agenda social en educación, vivienda y empleo; y mirar para los lados, donde está un vecino en llamas.

Los egos y la polarización que aparecen como los monstruos de la noche no son nuevos, como tampoco lo son el carácter cada vez más agresivo, que no aguerrido; la mentira que reemplaza el argumento; la cifra mutilada y acomodada, y, sobre todo, no es nueva la incapacidad para la autocrítica y la humildad.

Lo nuevo es que la ciudadanía está empoderada en Colombia y en el mundo, lista para hacer valer su molestia con la forma como los líderes son incapaces de darnos algo de paz. Y, como siempre, la historia se encargará de equilibrar las cargas, ojalá sin que nos veamos sometidos a la inconmovible ley del péndulo en la política.

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