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Columna
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Los amigos de Israel

Sucedió hace dos días en un restaurante madrileño. Antiguos alumnos de una de las universidades norteamericanas más prestigiosas -forja de cuadros de élites, cuna de líderes del futuro, que diría un poeta- escuchaban a Miguel Ángel Moratinos el largo relato de sus experiencias, preocupaciones, pesadillas y también esperanzas de siete años de viajes y negociaciones febriles como representante especial de la UE en Oriente Próximo. Moratinos está como siempre, brillante en la exposición de sus conocimientos, deprimido por el deterioro de la situación, con su buena fe intacta y consciente de la mala fe que despliegan tantos otros protagonistas del gran drama palestino-israelí que nos roba vidas día a día, con abrumadora constancia, en Haifa como en Gaza, en Beirut como en Bagdad: allí, ayer, un compatriota nuestro, el sargento y segundo agregado en la Embajada española en Bagdad.

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Un comensal, que sin mayor complejo se presentó como extremista de derechas, protestante ultrarreligioso y ciudadano norteamericano, comentaba sus discrepancias con Moratinos mientras éste hablaba. No son las que ustedes suponen. Moratinos hacía una decidida defensa del derecho de Israel a gozar de seguridad dentro de sus fronteras. El ultra, figura por lo demás infrecuente en las buenas universidades norteamericanas, venía a decir que la pretendida necesidad de seguridad de Israel nos estaba generando inseguridad a todo el resto del mundo y que la culpa de todo lo que sucede, de los muertos en Irak, de la guerra, del terrorismo y sus horrores "es de los judíos". "La Casa Blanca está infiltrada por la gente de Sharon". No hablaba así un neonazi de Dresde, un cabeza rapada de Parla, un estibador en paro en Chicago ni un miembro del Ku Klux Klan. Era un miembro del mundo financiero de Madrid, norteamericano, que hoy puede estar comiendo frente a cualquiera que lea estas líneas en un restaurante madrileño de cierto nivel. Moratinos no tuvo que escuchar estas palabras que le habrían amargado la cena. Le habrían disgustado profundamente. Porque lleva muchos años defendiendo a Israel frente a muchos árabes pero no pocos israelíes asimismo. Y sabe que todo Oriente Próximo tendrá paz y prosperidad o guerra y miseria según lo que pase en esos pocos kilómetros cuadrados que son Israel y los territorios ocupados. Nuestros muertos en Bagdad son muertos de la tragedia junto al Jordán.

Pero sí conviene que lleguen a oídos de todos aquellos que insultan por sistema a quienes critican el suicida proceder del actual Gobierno de Ariel Sharon. En las últimas semanas, el nuevo embajador israelí en Madrid se prodiga en los medios de comunicación descalificando a todo el que no aplauda la alegría de los llamados asesinatos selectivos de selección bastante aleatoria con frecuencia. No es fácil tener que defender lo indefendible, cierto. Pero no lo es menos que en Madrid se echa mucho de menos al anterior embajador, Herzl Imbar, un hombre sabio que sabía identificar a los amigos del Estado de Israel y era plenamente consciente de los enemigos que éste tiene a medio plazo en su propia Administración. Sharon huye hacia ninguna parte cual un Ibarretxe obeso, intentando hacerle un órdago a la historia y a la realidad inmediata. Parece no darse cuenta de que Washington, en su confusión general, no ha dejado de perder respeto internacional por su disposición a la humillación pública por parte de ese primer ministro que, según las leyes de la guerra, debió ser juzgado por rebelión durante la guerra de Yom Kipur, hace ahora treinta años.

¿Cuántos muertos le costaron al Ejército israelí entonces la obscena vanidad de este hombre cuando se negó a ayudar a otra unidad? ¿Cuántos le está causando ahora que intenta, con la inapreciable ayuda de su letal aliado Yasir Arafat, buscar una guerra total supuestamente redentora en la que todos los demás han de morir por sus ambiciones que son tan antipalestinas como antieuropeas, tan antinorteamericanas como antiisraelíes. Este gran sacerdote del odio cree eterna la impunidad que le volvió a dar Washington en el Consejo de Seguridad de la ONU a principios de semana. Pues no lo es. El derechista anglicano que escuchaba a Moratinos le manda el mensaje. Dentro de veinte años, EE UU tendrá más electores musulmanes que judíos. El comentario del comensal norteamericano del miércoles en un restaurante de lujo en Madrid será lema electoral. Ni la histeria antimusulmana, ni la prepotencia nuclear ni los judíos norteamericanos con su mala conciencia, su dinero y su poder, van a evitar que algún día, si nadie convence a Israel de que debe cambiar el rumbo y deshacerse de sus enemigos internos, los saboteadores sistemáticos de su convivencia con los pueblos de la región, los judíos en Palestina vuelvan a sentir el vértigo de la enemistad global y de la soledad ante la tragedia que sintieron en Europa en el siglo pasado. Aún hay tiempo. Despreciar los consejos de los auténticos amigos, como Moratinos, es malo. Lanzarse al abismo por indicación de los supuestos amigos y líderes que no escatiman muertos en su épica criminal puede ser fatal.

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