Ciampi renuncia a un nuevo mandato como presidente de Italia
Carlo Azeglio Ciampi, popularísimo presidente de la República italiana, dejó anoche helados a los italianos: el viejo estadista anunció de forma definitiva, con un comunicado oficial, que no está "disponible" para un nuevo septenio que, a sus 87 años, habría constituido casi una condena a perpetuidad en el palacio del Quirinal. La negativa de Ciampi abrió las puertas de la presidencia al poscomunista Massimo d'Alema, candidato del centro-izquierda pero rechazado por el centro-derecha, o a una opción menos conflictiva como la del ex presidente del Gobierno Giuliano Amato. La presión sobre Ciampi, única persona aceptada por las dos coaliciones, había llegado a niveles casi irresistibles. Romano Prodi, Silvio Berlusconi, los obispos, la patronal y hasta el delantero centro del Livorno, Cristiano Lucarelli, su equipo del corazón, le habían rogado que siguiera.
Toda Italia estaba pendiente de Ciampi. El presidente, de visita oficial a Livorno, escuchó ya por la mañana a unas 100 personas que, a la puerta de su casa, gritaban "Ciampi bis, Ciampi bis". El anciano estadista hizo un comentario lacónico: "Ya veremos". Un poco más tarde pronunció una frase que fue interpretada como un paso hacia la continuidad: "Mi ciudad, Livorno, fue la primera que quise visitar como presidente y es ahora la última visita de mi septenio". No dijo "presidencia", sino "septenio". En un país habituado a la sutileza, ese matiz dio mucho que hablar. Pero la interpretación resultó errónea.
Para Berlusconi y el centro-derecha, Ciampi habría constituido un dique contra D'Alema, la probable alternativa tras el no del actual presidente, cuyo mandato expiraba el próximo día 18. Hombre de ideas moderadas y más bien conservadoras, Ciampi fue elegido presidente en 1999, con una mayoría parlamentaria de centro-izquierda. Antes fue ministro de Economía en el primer Gobierno de Prodi (1996-1998) y en el de D'Alema (1998-1999). Su buena relación personal con los dirigentes de la coalición prodiana y la maestría con que mantuvo al Gobierno de Berlusconi dentro de los límites de la Constitución le convirtieron en un tótem del progresismo.