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El futuro de la OTAN
Columna
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La seguridad de Europa

Todos lo saben, pero pocos se la juegan por defender lo obvio: que la seguridad europea depende en una parte importante del triunfo de la Alianza Atlántica en Afganistán. No existe lugar más peligroso para la paz del mundo que la frontera paquistaní, donde se combinan, en un cóctel explosivo, el fundamentalismo talibán e islámico de un lado de la frontera, con una potencia nuclear que inaugura un régimen civil presidido por un impopular ex general, Pervez Musharraf, de incierto futuro, al otro.

Pero, claro, Afganistán y Pakistán son temas incómodos para una gran parte de los líderes de la Unión Europea. Los dos países están muy lejos y es mejor recordarlos como escenario de las novelas de Rudyard Kipling, en lugar de presentarlos ante sus ciudadanos como elementos vitales para la presente y futura seguridad europea y no sólo como una amenaza para Estados Unidos. Después de todo, el gran novelista y poeta británico nació en Lahore, ahora parte de Pakistán desde la partición del subcontinente en 1947, y a relativamente poca distancia de la famosa Línea Durand, que estableció en 1893 la frontera entre la India británica y el reino de Afganistán.

Por la libertad y seguridad europeas siempre acaban sacrificándose y muriendo los mismos
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No hay nada tan rentable políticamente como ignorar o pasar de puntillas por los temas espinosos, especialmente si éstos hacen referencia a gastos militares y acciones bélicas. Y más si estas acciones han sido iniciadas por el malvado Estados Unidos, que es el que aporta el mayor número de víctimas, junto con británicos y canadienses, en la lucha contra los talibanes y Al Qaeda. Los canadienses, hartos de sufrir bajas en su sector, han amenazado con retirar el año próximo su contingente de 2.500 efectivos si no reciben un refuerzo de 1.000 hombres. ¡Sólo piden 1.000 soldados a una Unión Europea con un PIB superior al de Estados Unidos y que tiene más de 1.500.000 efectivos movilizados! Parece que, finalmente, Nicolas Sarkozy se presta a aumentar el contingente francés, hasta ahora desplegado en torno a Kabul, en aproximadamente 1.000 hombres, que se unirán a los 3.200 marines que Estados Unidos piensa enviar a la provincia de Helmand, en el sur, y a la frontera oriental.

En el fondo, por la libertad y la seguridad europea, a la hora de la verdad, siempre acaban sacrificándose y muriendo los mismos. El 6 de junio de 1944, en las playas de Omaha, Utah, Gold, Sward y Juno, en Normandía, morían en un solo día por la causa de la liberación europea 1.465 estadounidenses, 1.003 británicos y 340 canadienses. Repito, en un solo día. Los granjeros de Kansas, los obreros de la industria automovilística de Detroit y universitarios de la Ivy League se alistaban en sus Fuerzas Armadas porque sus líderes políticos les exponían con claridad lo que estaba en juego. Justo lo contrario de lo que hacen ahora algunos responsables europeos, incluyendo los españoles, que quieren maquillar una situación de guerra con medias verdades para no sufrir ningún desgaste electoral. Invocan hasta la saciedad las resoluciones de la ONU sobre la misión de asistencia en Afganistán (UNAMA) para recalcar, como si fuera algo novedoso, que, desde el principio, la misión en Afganistán estuvo amparada por la ONU, en contraposición a la invasión de Irak hace cinco años, que no contó con el apoyo del Consejo de Seguridad. Curiosamente, olvidan que desde octubre de 2003 y, muy especialmente, desde la Resolución 1.546 de junio de 2004, votada por España, las decisiones del organismo internacional sobre los dos países parecen gemelas, como "los arbolitos del rancho". Apoyo a la reconstrucción de los dos países, a petición de sus gobiernos respectivos. Y no se puede olvidar que para que se pueda reconstruir un país y crear las estructuras que lo hagan viable, lo primero que tiene que existir es el país. Hablar sólo de reconstrucción para evitar referirse a la dura realidad de los hechos constituye un engaño que, al final, se volverá contra los partidarios de las verdades a medias.

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El presidente Abraham Lincoln, no precisamente famoso por su autoritarismo, decidió en 1861, pocos días después del inicio de la guerra civil estadounidense, suspender el hábeas corpus para hacer frente a los desórdenes y a los motines de Maryland, un Estado clave para la supervivencia de la Unión. Acusado de autoritario por la oposición demócrata, Lincoln respondió con una frase histórica: "Para aplicar el hábeas corpus en el país, lo primero que necesito es el país". Si la OTAN, con la ayuda militar efectiva de todos sus miembros, no derrota a la conjunción talibán-fundamentalista, no habrá reconstrucción posible porque Afganistán volverá a caer en manos de los Omar y los Bin Laden.

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