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EL FUTURO DE LA UNIÓN EUROPEA

El populismo arraiga en Europa

La crisis y la falta de respuestas de los partidos tradiciones impulsan estos movimientos

Seguidores del Frente Nacional francés en un mitin de Marine Le Pen, líder del partido, el pasado 1 de mayo en París.
Seguidores del Frente Nacional francés en un mitin de Marine Le Pen, líder del partido, el pasado 1 de mayo en París. pierre andrieu (afp)

El cómico italiano Beppe Grillo alerta a Europa de una contienda muy particular. “No estamos en guerra con el Estado Islámico ni con Rusia, sino con el Banco Central Europeo”, sentenciaba esta semana, micrófono en mano, en el Parlamento Europeo. El líder del Movimiento 5 Estrellas, uno de los mejores ejemplos de cómo el descontento ciudadano revoluciona la política, arremete contra Alemania y pide un referéndum para que Italia decida si sale del euro. Pero Grillo no está solo. La semilla populista arraiga cada vez más en el continente y se propaga por dos vías: el creciente apoyo popular a los movimientos a contracorriente y el contagio que provocan en los grandes partidos, incluso en los gobernantes.

Los grupos que explotan ese malestar para oponer los deseos del pueblo a los de la clase dirigente suman casi una cuarta parte de los escaños de la Eurocámara. Diferentes opciones eurófobas, populistas y antiinmigración han ganado peso en Alemania (Alternativa por Alemania), Austria, los países nórdicos (Demócratas de Suecia) y casi en cualquier lugar con elecciones, con los casos paradigmáticos de Francia y Reino Unido, donde los nacionalistas y anti-UE Frente Nacional y UKIP fueron las fuerzas más votadas en las elecciones europeas. “El comportamiento, especialmente en la extrema derecha, es una vergüenza para el Parlamento. Tenemos que mostrárselo a los ciudadanos”, sugiere Manfred Weber, presidente del Partido Popular Europeo en la Eurocámara. Este líder de la familia a la que pertenecen muchos gobernantes europeos, avisa sobre el efecto arrastre de esos discursos: “Lo peor es intentar copiarlos; los fortalece”.

Pero eso es precisamente lo que ocurre. Un buen ejemplo lo ha propiciado esta semana una sentencia del Tribunal Europeo de Justicia, que alivia a quienes creen que las prestaciones que reciban ciudadanos europeos en otro país comunitario diezman los recursos públicos. El regocijo mostrado por los Gobiernos alemán y británico por un fallo que denegaba ayudas a una mujer rumana afincada en Alemania porque no buscaba empleo muestra hasta qué punto la tentación populista magnifica el problema.

“El ascenso de estos grupos es lógico por la combinación de una grave crisis económica y los desafíos que enfrenta la democracia representativa. No es difícil ser pesimista: la atmósfera política, no solo en Europa, se envenena con el ascenso de los populistas, en paralelo a los guiños de los grandes partidos a algunas de sus propuestas debido al desdén que cosechan los partidos tradicionales entre unos votantes cada vez más desesperanzados”, apunta el analista Branko Milanovic.

Los grandes partidos se sienten acechados por fuerzas que los consideran parte de una casta alejada de los ciudadanos. Podemos, el partido que ha acuñado este término, tiene una intención de voto directa cercana al 17%, según la última encuesta del Centro de Investigaciones Sociológicas. “Los partidos de izquierda tradicional los acusan de populismo, pero la cuestión es si deberíamos pensar en el populismo como algo peyorativo o simplemente como una estrategia política particular. Creo que es una estrategia política que debería probarse”, argumenta Lasse Thomassen, experto de la Universidad de Londres.

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Como Milanovic, Thomassen distingue entre el populismo de derechas, habitualmente nacionalista y que acusa a la inmigración de los problemas del mercado laboral, y el de izquierdas, que engloba una amalgama de grupos que suelen compartir su desdén por los más ricos, incluidos los políticos “que entienden la política como una forma de enriquecerse, según ese punto de vista”.

Las crecientes muestras de populismo en Europa han multiplicado el interés de los académicos, que advierten, no obstante, de la ambigüedad de la etiqueta. “Esa categoría es como una gran cesta en la que metemos todo aquello que no nos gusta. Grupos como Aurora Dorada en Grecia o Jobbik en Hungría no son populistas, sino antidemocráticos. Yo diría que los populismos son los que orientan su discurso hacia la parte emotiva del cerebro, como puede hacer el Tea Party en EE UU”, abunda Takis Pappas, investigador de la Universidad de Salónica.

La falta de horizontes que ha generado la crisis alimenta a todas estas formaciones. “Hace falta un cambio en las políticas: salir de la austeridad y crear puestos de trabajo. De esa forma aumentará la confianza de los ciudadanos. Los populismos no proponen soluciones, solo una negación de la clase dirigente europea y nacional”, reflexiona Gianni Pittella, presidente del grupo socialdemócrata en la Eurocámara.

Catherine Fieschi, directora de Counterpoint —laboratorio de ideas británico—, recuerda que estos movimientos “estaban en Europa desde mucho antes de la crisis: en los ochenta en Francia y en Holanda, por no hablar de los años treinta”. Para Fieschi, muchos son tóxicos: la cúpula de Aurora Dorada fue encarcelada por asociación criminal, y el Jobbik húngaro ve en los judíos “un riesgo para la seguridad nacional”. Pero lo fundamental es la semilla que plantan en la ciudadanía. “En casi todos los casos insisten en que no estamos gobernados por la derecha o la izquierda, sino por políticos que solo se preocupan de sus bolsillos. Y la crisis les ha dado un ímpetu increíble”, cierra esta experta. La paradoja es que puede que solo ese fenómeno sea capaz de despertar a las democracias liberales del sopor en que andan sumidas desde hace tiempo.

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