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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Convulsión, no revolución

Pablo Iglesias celebrará la victoria de Tsipras. Pero ambos dependen solo de sí mismos

Tsipras, junto a Pablo Iglesias esta semana en Atenas.
Tsipras, junto a Pablo Iglesias esta semana en Atenas.YANNIS BEHRAKIS (REUTERS)

El término revolución es uno de los más devaluados internacionalmente. La victoria de Syriza en las elecciones legislativas griegas no cambia los términos básicos de la democracia, deficiente pero no inexistente, del país. Pero sí es una convulsión porque destruye el bipartidismo histórico de las dos formaciones políticas que habían construido, con muy malos materiales, el sistema.

Revolución habría sido que votaran al partido comunista griego, KKE, lo que estaba fuera de lugar, que propugnaba la salida de la UE, de la OTAN y, en definitiva, del cuadro marco del mundo occidental. Diferentemente, Syriza quiere hacer bien lo que sus antecesores hicieron muy mal; así como cambiar la forma de ver el mundo de los profesionales de la política griega; esto es, renegociar los términos de la deuda obteniendo una quita sustancial y las condiciones de permanencia de Grecia en el euro. La opinión pública no les habría permitido otra cosas porque descolgarse de la moneda común se habría percibido como una derrota nacional. Grecia, la presunta cuna de la Democracia en el mundo, convertida en una entidad política de tercera clase. ¡Qué humillación!

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Con arreglo a todos los baremos no ideologizados en contra, Syriza es un amable y voluntarioso partido socialdemócrata que, si pretende hacer algo radicalmente nuevo es limpiar los establos, lógicamente de Augías, erradicando el clientelismo, la corrupción, el despilfarro, la falsificación de la esencia misma de la democracia; o sea un revolcón, todo lo radical que se quiera, pero que no pasa de hacer de verdad y profesionalmente lo que sus antecesores, Nueva Democracia y Pasok, habían transformado en una lúgubre charlotada.

¿En qué medida la victoria de Alexis Tsipras conforta las esperanzas electorales de Podemos en España? ¿Acaso los españoles estarán en su día electoral mirando por encima del hombro al otro extremo del Mediterráneo para que les soplen lo que tienen que votar? Otra cosa es si, sobre la base de indignados e indignaciones relativamente similares entre las dos penínsulas, un sentimiento más o menos común anima a sus respectivos electorados. En este caso no hay efecto contagio, sino que la enfermedad que se quiere erradicar se combate por idénticos procedimientos en las urnas.

Pablo Iglesias se ha alegrado indudablemente de la victoria de su compadre Tsipras, pero uno y otro dependen exclusivamente de sí mismos y de su capacidad de atraer votantes.

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El voto griego no ha sido, con gran probabilidad, el de la fe ciega en la nueva formación izquierdista, sino el de la desesperación ante la que no ha podido nada el miedo orquestado por la derecha. Es en ese terreno, el de las convicciones de futuro, en el que se consolidan los partidos que llegan casi por sorpresa al poder. Syriza y su negociación con Europa, si la UE entiende cuál es su mejor conveniencia, una Grecia dentro antes que fuera, decidirá si la convulsión electoral ha valido la pena.

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