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Obama refuerza la presión a Netanyahu tras la reelección

La Casa Blanca esgrime la posibilidad de aislar a Israel en la ONU

Marc Bassets
El primer ministro israelí junto al presidente Obama durante el encuentro que ambos celebraron en la Casa Blanca en 2013.
El primer ministro israelí junto al presidente Obama durante el encuentro que ambos celebraron en la Casa Blanca en 2013.Charles Dharapak (AP)

"¿Quién demonios se ha creído que es?", dijo en 1996 el presidente Bill Clinton tras su primera reunión con el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu. Clinton quería hablar de la paz entre israelíes y palestinos; Netanyahu le impartió una lección sobre la historia del conflicto.

Seis años antes, James Baker, el secretario de Estado del presidente George Bush padre, prohibió a Netanyahu, entonces un alto cargo en el ministerio de Exteriores israelí, entrar en la sede del Departamento de Estado. Los ataques de Netanyahu a la política de EE UU le convirtieron en persona non grata.

La historia de desencuentros entre los líderes de EE UU y el primer ministro israelí es larga y rica en desavenencias. Pero pocas veces la tensión había alcanzado los niveles de esta semana.

El martes, el conservador Netanyahu ganó las elecciones en Israel. El miércoles, el portavoz de la Casa Blanca, Josh Earnest, le reprochó su retórica hostil a los árabes israelíes. Y el jueves, el mismo portavoz esgrimió la posibilidad de retirar a Israel el apoyo incondicional en la ONU.

Elliott Abrams: "

Elliott Abrams, especialista en Oriente Próximo del Consejo de Relaciones Exteriores, asesoró a George W. Bush durante los años de la guerra de Irak. Es uno de los miembros más destacados del movimiento neoconservador. El viernes respondió por teléfono a unas preguntas sobre las recientes tensiones entre Estados Unidos e Israel.

El argumento de la Administración Obama es que, puesto que durante la campaña Netanyahu dijo que se oponía a la creación de un Estado palestino, quizá deje de tener sentido que EE UU impida las iniciativas para reconocer el nuevo Estado en la ONU. Netanyahu se retractó dos días después de las elecciones.

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La amenaza —imaginarse al aliado más sólido y duradero de Israel, participando en su aislamiento diplomático— es insólita. Como lo fue el discurso de Netanyahu ante el Congreso de EE UU, en marzo, orquestado a espaldas del presidente Barack Obama y destinado a torpedear las negociaciones con Irán por el programa nuclear de este país.

"Lo diferente esta vez, creo, es el grado de odio personal, y no creo que sea una palabra demasiado dura, que esta administración siente hacia Netanyahu", dice por teléfono Elliott Abrams, destacado neoconservador, asesor de George Bush hijo durante su presidencia y adscrito al laboratorio de ideas Consejo de Relaciones Exteriores.

Abrams recuerda que, cuando trabajaba con Bush, la invasión de Irak propició un episodio similar con el presidente francés Jacques Chirac. La relación entre Bush y Chirac era pésima. Pero la Casa Blanca aisló el problema y, por medio de otros canales, logró que no interfiriera en las relaciones entre ambos Estados. Algo similar, dice, sucedió con la España de José Luis Rodríguez Zapatero tras la retirada de las tropas españolas de Irak, en 2004.

"Ahora la Casa Blanca no parece querer esto. Parece perfectamente contenta con una relación muy mala", dice Abrams.

Stephen Walt: “El problema es la política, no las personalidades”

Walt es profesor de relaciones internacionales en la Harvard Kennedy School y coautor, con John Mearsheimer, de El lobby de Israel y la política exterior de EE UU, un libro sobre la influencia de los grupos de presión proisraelíes en la diplomacia estadounidense.

Stephen Walt, profesor en Harvard y coautor del ensayo El lobby de Israel y la política exterior de EE UU, sostiene que las tensiones no son solo por la antipatía entre ambos líderes.

"Está claro que Obama y Netanyahu no se respetan demasiado, pero el problema real es la política, no las personalidades", dice en un correo. Walt cita dos diferencias. La primera: EE UU —no sólo Obama— cree en una solución de dos Estados —Israel y Palestina— para resolver el conflicto; Netanyahu, no. Y segunda: Obama quiere un acuerdo con Irán; Netanyahu —y la mayoría republicana en el Congreso de EE UU— se opone.

Desde posiciones contrarias, Walt y Abrams citan como antecedente en las tensiones bilaterales la crisis de Suez en 1956, cuando Israel, Francia y Reino Unido atacaron Egipto sin avisar a EE UU. Walt cita otro antecedente más reciente: en 1992, la primera Administración Bush suspendió las garantías a los préstamos a Israel por la negativa de este país a parar la construcción de asentamientos en los territorios ocupados.

La alianza militar y de seguridad no peligra. Desde el final de la Segunda Guerra Mundial, ningún país ha recibido tanta ayuda de EE UU como Israel: 121.000 millones de dólares. Y esto no variará: aunque el presidente lo quisiera, no podría, porque es competencia del Congreso.

La Casa Blanca puede actuar en otros ámbitos. Estudia, por ejemplo, medidas como una resolución del Consejo de Seguridad de la ONU para crear un Estado palestino o abstenerse ante resoluciones de condena a Israel. Obama confía en que la sola mención de estas posibilidades modere a Netanyahu.

"El choque de intereses es cada vez más aparente y el comportamiento de Israel hace que sea más difícil defenderlo para las personas que le apoyan en EE UU", dice Walt. "El apoyo de EE UU no desaparecerá de la noche a la mañana, pero probablemente hayamos dejado atrás el momento culminante en la amistad entre EE UU e Israel".

Decisiones de veto

Estados Unidos es el miembro del Consejo de Seguridad de la ONU que más a menudo ha ejercido su derecho a veto. Lo ha hecho en 79 ocasiones frente a las 10 de China.

En 41 ocasiones, la resolución vetada por EE UU estaba relacionada con Israel. Washington usó el veto por última vez en febrero de 2011 respecto a un texto que consideraba ilegales los asentamientos construidos desde 1967 por Israel.

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Sobre la firma

Marc Bassets
Es corresponsal de EL PAÍS en París y antes lo fue en Washington. Se incorporó a este diario en 2014 después de haber trabajado para 'La Vanguardia' en Bruselas, Berlín, Nueva York y Washington. Es autor del libro 'Otoño americano' (editorial Elba, 2017).

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