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China, decisiva para un acuerdo en París

El mayor emisor de gases de efecto invernadero del mundo apuesta por un pacto vinculante

Ciudadanos cruzan este lunes una calle de la plaza de Tiananmen, Pekín.
Ciudadanos cruzan este lunes una calle de la plaza de Tiananmen, Pekín.REUTERS

Que la cumbre contra el cambio climático de este año en París termine con un acuerdo significativo bajo el brazo depende en gran parte de China. Es, con diferencia, el primer emisor de gases de efecto invernadero del mundo e históricamente ha rechazado fijarse un objetivo para limitar la cantidad de dióxido de carbono (CO2) que libera a la atmósfera. Ahora que ha sacado todo el jugo a un modelo económico altamente contaminante y las protestas por los problemas medioambientales aumentan, Pekín llega a París con un nuevo enfoque y una contundente ofensiva diplomática. Esta iniciativa podría ser decisiva para limar asperezas entre las demandas polarizadas de los países en desarrollo y los desarrollados.

Por primera vez, el gigante asiático está dispuesto a aceptar un acuerdo legalmente vinculante. A diferencia de Copenhague, donde China se presentó más como espectador que como parte implicada, las autoridades han dejado claro que en esta ocasión asumirán un papel más proactivo. “Esperamos que la conferencia en París termine con un acuerdo legal y vinculante. Existe ya un pacto básico, pero sigue habiendo diferencias con respecto a las diferentes capacidades y responsabilidades históricas entre países desarrollados y en vías de desarrollo. Deberíamos poder llegar a un consenso en la fase final de las negociaciones”, aseguró el representante del país en las negociaciones, Xie Zhenhua.

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China ha emergido como portavoz de las naciones en vías de desarrollo y a su vez como puente entre estas y las desarrolladas. Por un lado, Pekín ha cerrado filas con otras potencias emergentes como India o Brasil para defender que la mayor responsabilidad debe recaer en los que históricamente han emitido más gases en la atmósfera. Por otro, ha llegado a acuerdos con Estados Unidos para acelerar el ritmo de reducción o con la Unión Europea para que los compromisos de cada país se sometan a revisiones al alza cada cinco años.

“China ha creado una nueva categoría en el espectro de la responsabilidad internacional que va más allá del enfoque bifurcado entre países en desarrollo y desarrollados. Si bien defiende la preocupación genuina sobre la responsabilidad histórica de los países desarrollados, también acepta que hay un problema de proporciones enormes y que actualmente China es quien está contaminando más. Esta actitud es buena para el medioambiente y un movimiento inteligente en lo diplomático”, explica Li Shuo, responsable de Política Climática y Energética de Greenpeace en el este de Asia.

El gigante asiático se ha comprometido a reducir para 2030 las emisiones de dióxido de carbono por unidad de PIB entre un 60% y un 65% con respecto a los niveles de 2005. Esto no significa necesariamente una bajada en valores absolutos, porque el indicador se centra en la eficiencia energética y está condicionado por el crecimiento económico del país. Por ejemplo, entre 2005 y 2014 se ha logrado una bajada del 33,8% en emisiones por unidad de PIB, pero la cantidad de CO2 liberado ha pasado de los 6,6 millones de kilotones a los 10,5 millones, según datos de la Comisión Europea.

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Sin embargo, teniendo en cuenta la progresiva ralentización de la economía china y la transición hacia un modelo menos dependiente de la industria pesada, los expertos estiman que en el horizonte de 2030 -o incluso antes- sí es probable una bajada en términos absolutos de las emisiones, otra de las promesas de Pekín. La tercera es que entonces un 20% del consumo de energía del gigante asiático deberá proceder de combustibles no fósiles, principalmente energía nuclear pero también renovables (la proporción era del 11,2% en 2014). Estos objetivos se anunciaron en el marco de un acuerdo con Estados Unidos, el segundo mayor contaminante del planeta.

“En este frente diplomático se han abordado las cuestiones más importantes de cara a las negociaciones. Tenemos la esperanza de que este nuevo lenguaje pueda ser utilizado como punto de referencia a partir del cual otros países puedan ponerse de acuerdo. Esto no sucedió en Copenhague”, sostiene Li, quien confía en que esta vez no sea su país el que acapare los titulares en caso de que no fructifique el esperado acuerdo.

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