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Donald Trump, el enemigo número uno de México

Las amenazas y castigos del republicano han puesto a su vecino al borde del abismo. Un estallido es posible

Jan Martínez Ahrens
Decenas de personas saquean tiendas en el puerto de Veracruz tras el gasolinazo.
Decenas de personas saquean tiendas en el puerto de Veracruz tras el gasolinazo.EFE

Nadie lo esperaba. Hace tan sólo dos años, con una economía creciendo muy por encima de la media latinoamericana, la esperanza aún tenía sitio en México. Aunque se vivía, moría y sufría luchando contra el narco, en el horizonte no había despuntado la crisis del petróleo y muchos esperaban que las reformas de Enrique Peña Nieto dieran sus frutos. México acariciaba un futuro y nadie temía a aquel tipo de 1,91 de altura, fanfarrón y eternamente rodeado de diosas rubias. En aquel tiempo, Donald Johnson Trump no era más que un multimillonario, vagamente conocido por los reality shows, cuyos negocios en México habían terminado en clamorosos fracasos. Desde hoy será el presidente de Estados Unidos. Y el enemigo número uno de los mexicanos.

“Tenemos que tomar consciencia plena de la magnitud del problema. Con Trump, nos enfrentamos a un cambio de paradigma. El que había se ha roto, y hay que buscar uno nuevo. Esto puede terminar en una guerra en todos los sentidos, salvo el militar”, señala el historiador Enrique Krauze.

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La escalada del republicano a la cima del mundo ha desatado el pánico al sur del río Bravo. No hay indicador que no haya detectado el peligro. El peso, la inflación, la inversión extranjera hasta el precio de la tortilla bailan desde hace semanas en la cuerda floja.

Un día tras otro, el republicano ha multiplicado sus ataques a México y, lo que es peor, los ha materializado. Lejos quedan los tiempos en que se esperaba que la púrpura imperial le fuera a calmar. Desde su cuenta de Twitter ha logrado, bajo amenaza de castigos fiscales, que un gigante como Ford retire una inversión de 1.600 millones de dólares, que General Motors saque parte de su producción o que Fiat Chrysler considere una “gran locura” abrir nuevos proyectos en el país. Para rematar el cuadro, ha acusado a México de “haberse aprovechado de Estados Unidos” y ha dejado claro que el muro no sólo será construido sino que lo pagará el vecino del sur. Con Trump, la frontera se ha vuelto, más que nunca, un abismo.

“Está cumpliendo sus amenazas. El daño ya se siente y lo que viene es aún más complicado. Podemos acabar viendo deportaciones masivas, cortes en las remesas, el fin del Tratado de Libre Comercio y la construcción de un muro. Se acerca una mala época y Peña Nieto sigue con su actitud sumisa y débil. Hasta ahora sólo ha conseguido que nos vaya peor”, afirma el tres veces candidato presidencial Cuauhtémoc Cárdenas, el último patriarca de la izquierda mexicana.

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“México vive atrapado en un choque múltiple: en el interior, el Gobierno no deja de ajustar el gasto, y en el exterior tenemos a Trump amenazando a la economía. La incertidumbre es total. El riesgo es muy serio”, dice el economista del Colegio de México Gerardo Esquivel.

Pocas veces, desde el siglo XIX, la tensión bilateral había sido mayor. Unidos por 3.180 kilómetros de frontera, las patadas de Trump se sienten como terremotos en México. Entre la ciudadanía crece el temor a una catástrofe, mientras el PIB se resiente y la moneda toca su mínimo histórico (22 pesos el dólar). Pero las grandes protestas aún no han hecho su aparición. En parte porque el Gobierno y la oposición evitan azuzar un fuego que puede llevar a un camino sin retorno.

En un país donde el simple aumento del precio de la gasolina ha desatado una oleada de saqueos y muertes, el peligro siempre anda cerca. Los mismos servicios de inteligencia estadounidenses han alertado de que la inestabilidad puede dispararse y romper el equilibrio político. De ocurrir, el gran beneficiado sería el izquierdista Andrés Manuel López Obrador, el eterno adversario del PRI y del PAN, las dos grandes fuerzas de gobierno mexicanas.

Consciente de ello, el Ejecutivo se ha refugiado en una política de perfil bajo. No quiere irritar al gigante del Norte ni alimentar el odio patrio. Prefiere aguantar lo que pueda y abrir un canal de comunicación capaz de minimizar daños. “No pensamos responder a todas sus provocaciones, iremos a nuestro paso”, afirma una fuente gubernamental.

El hombre elegido para aquietar las aguas es el antiguo secretario de Hacienda, Luis Videgaray. Íntimo de Peña Nieto y arquitecto de su reunión con Trump en agosto pasado, cayó en desgracia tras el fracaso del encuentro. Pero la victoria electoral del republicano le ha rehabilitado. Su tesis de que es mejor negociar con el adversario que evitarlo ha sido asumida por el presidente.

Nombrado canciller, Videgaray ya ha declarado que no caerá en “el conflicto ni en la sumisión” y que su objetivo es abrir una negociación sin puertas falsas. En su apuesta, no anda solo. Tiene a su favor el propio peso de la economía mexicana, generadora de 6 millones de empleos en Estados Unidos, y su conexión áurea con Jared Kushner, el esposo de Ivanka Trump y uno de los asesores más influyentes en la nueva corte imperial.

En su contra, juega la imprevisibilidad de Trump y un factor insoslayable: el tiempo. Su valedor, Peña Nieto, ha entrado en la recta final de su sexenio. Con la valoración por los suelos, su pulso es cada vez más débil y muchos le consideran ya el pasado. Trump, en cambio, estrena puesto rebosante de energía y dispuesto a cumplir sus promesas. Para desgracia de México, él es el futuro. Y quiere demostrarlo a puñetazos.

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Sobre la firma

Jan Martínez Ahrens
Director de EL PAÍS-América. Fue director adjunto en Madrid y corresponsal jefe en EE UU y México. En 2017, el Club de Prensa Internacional le dio el premio al mejor corresponsal. Participó en Wikileaks, Los papeles de Guantánamo y Chinaleaks. Ldo. en Filosofía, máster en Periodismo y PDD por el IESE, fue alumno de García Márquez en FNPI.

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