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BUSH EN EUROPA
Columna
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Un rufián entre exquisitos

Ya está aquí. Ya tenemos entre nosotros al gran rufián del nuevo siglo, George W. Bush, al que en Madrid unos equiparan a Hitler, y en París, otros al camboyano Pol Pot, el gran villano responsable directo de que los terroristas islamistas asesinen a la población en Irak, de los muertos de hambre en Sudán, de que no se alertara a tiempo del tsunami en Indonesia y de la malaria africana, de robar a los pobres para enriquecer a los ricos. Ha llegado, al iniciar su segundo mandato como gran jefe del Imperio del Mal, con la peor de sus sonrisas porque esta vez no viene a amenazarnos como otras veces, sino -algo mucho más perverso aún- a intentar embaucarnos. Pero aquí, en una Europa cada vez más convencida y autosatisfecha con su papel como Reino exquisito del Bien y exportador neto de bienaventuranzas al mundo entero no nos vamos a dejar engañar. Sabemos que, lejos de haberse caído del caballo, de confesar y expiar sus pecados, errores y perversiones, Bush está aún lejos de aceptar el hecho incontrovertible de que nuestro gran eje de la bonhomía ha tenido y tiene siempre razón cuando se opone frontalmente a él y a su política. Adalides de la franqueza y el talante y el diálogo hasta con los enemigos declarados de la democracia, los europeos sabemos que Bush, igual que Condoleezza Rice -traidora ha de ser siendo negra y mujer en la siniestra corte de allende el Atlántico-, viene a lograr los mismos fines monstruosos con diferentes argucias. Y además no han pedido perdón.

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Estos vienen a ser -y perdón por la burda caricatura en la que nada he inventado yo- los trazos gruesos de argumentación que se han prodigado en la prensa europea estos días con motivo de la gira europea del presidente de los EE UU. Los políticos europeos por su parte -nobleza obliga- destacan en público como éxito propio el nuevo tono del presidente norteamericano hacia la Unión Europea, pero con igual énfasis dejan claro quién ha de cambiar su política de forma radical para recibir la bendición de esta gran Tabla Redonda del humanismo que se consideran.

Nadie defiende aquí a la Administración de Bush de unas acusaciones más que fundadas de indigencia política, de sus aberraciones retóricas, de los graves desastres de su gestión en el Irak de posguerra, ni sus reformas fiscales tan ajenas al llamado "conservadurismo compasivo" -detestable término- que en su día propugnó. Muchas serían las rectificaciones justificadas y bienvenidas por todos los que creen que un buen funcionamiento de la alianza transatlántica es vital para la seguridad de EE UU y la UE, y más para la de esta segunda. Pero no deja de tener gracia la autosuficiencia con que responden algunos de los grandes adalides del mundo multipolar a los intentos de la nueva Administración norteamericana de cerrar heridas.

Quienes durante más de dos años han celebrado con mayor o menor disimulo las dificultades de EE UU en Irak y apenas han ayudado simbólicamente a poner fin a una situación que amenaza la seguridad de Europa más aun que a la de EE UU, ahora adoptan una pose de superioridad moral que fácilmente puede volverse contra todos y la imprescindible cooperación en Oriente Medio, ahora que surgen esperanzas tanto en Irak -gracias a los esfuerzos y muertos iraquíes y norteamericanos- como en Palestina, en gran parte gracias a la muerte de aquel adoptado favorito de la Europa biempensante. Los errores, exquisitos humanistas, no son sólo del villano tejano.

Y mientras aquí se da lecciones a Bush, Washington y Tokio han firmado un importante pacto de defensa para hacer frente a amenazas comunes en el Pacífico, probable nuevo centro geoestratégico del mundo, e Iberoamérica mira a China. Está claro que nuestro villano se equivocó cuando se creyó poder reorganizar por su cuenta el mundo. Nosotros nos seguimos equivocando cuando nos creemos su ombligo.

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