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Renzi frente a su espejo

El primer ministro italiano basó su brillante gestión de Florencia en las críticas contra el Gobierno. Ahora tendrá que batallar contra alcaldes como él

El primer ministro italiano, Matteo Renzi (derecha) aplaude durante un congreso del Partido de los Socialistas europeos el sábado en Roma.
El primer ministro italiano, Matteo Renzi (derecha) aplaude durante un congreso del Partido de los Socialistas europeos el sábado en Roma. REMO CASILLI (REUTERS)

Hay un primer ministro que cuando se mira al espejo ve reflejada la imagen de un alcalde reciente que lo mira burlón y le pregunta: ¿y ahora qué? Los dos se llaman Matteo Renzi y en las últimas horas han vivido -casi naufragado- en la difícil intersección entre el encargo anterior y el actual.

No hace ni un año, asomado al balcón de su despacho de alcalde en el palacio Vecchio de Florencia, Renzi señalaba con el dedo unas obras que ya formaban parte del paisaje: “Ahí está, ese es el problema de Italia. Para construir un aparcamiento, o para una mera variante urbanística, un alcalde necesita 494 días. Y eso solo para cumplir con los procedimientos de la ley regional y nacional. A continuación hay que publicar la contrata y ya después empezar las obras propiamente dichas. Hace 30 años que Italia necesita emprender la reforma de la burocracia. Si hubiera un Gobierno que se decidiera por fin a podar la burocracia, que tuviera el valor de poner patas arribas un sistema que parece inventado para hacer más difícil las cosas, ya eso sería una liberación”. Aquel Renzi reivindicativo representa ahora al Gobierno y la primera bronca, justicia poética o bruta realidad, se la ha llevado de parte de un alcalde, el de Roma, Ignazio Marino, también del Partido Democrático (PD), que lo amenazó el jueves públicamente con bloquear la capital de Italia si el Consejo de Ministros del viernes no aprobaba un decreto --llamado Salva Roma-- para conceder 485 millones de euros a una ciudad entrampada y caótica hasta la indecencia.

El decreto se aprobó. Y el gran enfado entre Renzi y Marino --una eminencia de los transplantes en Estados Unidos que tropieza un día sí y otro también con el gran socavón en que se ha convertido Roma-- parece que amaina, pero basta darse una vuelta por Florencia para comprobar que el actual primer ministro, que fue alcalde de la ciudad desde junio de 2009 a febrero de 2014, lo tendrá muy difícil para mantener la coherencia de su discurso. “Aquí en Florencia, Matteo hacía y deshacía a su antojo, a unos le gustaba más y a otros lógicamente menos, pero lo que sí está claro es que hacía, y eso, en Italia, ya es muchísimo. Mire esta calle, está perfecta. Antes de que llegara él, yo no me atrevía a pasar por miedo a romperme una pierna”. Quien así habla es Stefano Benelli, un técnico ya jubilado de la industria textil que nació y sigue viviendo en el barrio de la Santa Croce, prácticamente pared con pared con el antiguo monasterio de Le Murate, construido en 1424 para dar acogida a unas monjas que malvivían de las limosnas junto al río Arno y que luego, del 1883 a 1985, alojó la cárcel de la ciudad. Una vez que dejó de ser prisión, el solar de Le Murate --situado a 10 minutos andando de la plaza del Duomo-- pasó a engrosar la larga nómina de inmensos edificios abandonados que el Estado italiano posee en Florencia y que, durante los años de Renzi en la alcaldía, se convirtieron en una de sus principales banderas reivindicativas:

En el corazón de Florencia hay 11 cuarteles abandonados. Enormes. De 30.000, de 40.000, hasta de 110.000 metros cuadrados. Pensemos en lo que supone una estructura de este tipo vacía, abandonada, ante la que debo colocar a la policía municipal para evitar que venga ocupada por los anarquistas o por personas en apuras. Y tengo 11 como esas solo en Florencia. Cada una de ellas podría ser un hotel de cinco estrellas, o casas para jóvenes parejas, residencias para jóvenes artistas. Pero, ¿qué nos frena? La burocracia. Donde sí hemos conseguido vencer a la burocracia, en la antigua cárcel de Le Murate, se puede ver de lo que Italia es capaz si un Gobierno empieza a liberar patrimonio para que revierta en los ciudadanos...

El discurso no solo sonaba bien, fresco, reivindicativo, sino que además Matteo Renzi -un genio de la autopromoción- logró revestirlo de credibilidad al apoyarlo en una serie de medidas tangibles. “Usted mismo puede ver”, explica el jubilado del barrio de la Santa Croce, “lo que logró hacer aquí. Aunque fue el alcalde anterior quien inició los trabajos, fue él quien los convirtió en realidad. Después de que quitaran la cárcel, esto quedó abandonado y hasta daba miedo pasar, pero ahora hay apartamentos, librerías, plazas”. El alcalde Renzi instaló allí el instituto tecnológico de bienes culturales y lo exhibió, una vez envuelto en el papel de regalo de su retórica, junto a otros de sus logros más vistosos. Al poco de llegar convirtió en peatonal la plaza del Duomo --un lujo del que se benefician vecinos y turistas--, más tarde se deshizo de los costosos e impopulares coches oficiales y a continuación redujo al 50% el número de concejales. Mitad hombres y mitad mujeres. Bueno, no. “Cuando empezaron a criticarme por la paridad”, suele recordar con un gesto de picardía, “quité a un hombre y puse a una mujer para que fueran mayoría”. Renzi mezcló muy hábilmente su innata capacidad de provocación, la reivindicación constante contra el Gobierno de turno, la crítica a los viejos vicios de la política y una batería de medidas vistosamente acertadas hasta lograr el coctel que lo llevó -las primeras etapas en bicicleta y luego ya en tren de alta velocidad- hasta la presidencia del Gobierno.

Pero ahora, como diría su propia imagen en el espejo, ¿qué? La bronca reciente con el alcalde de Roma es el mejor ejemplo de que, hasta ahora, la película se llamaba “Matteo contra el mundo”, y ahora se llamará “el mundo contra Matteo”. “Yo tengo”, decía a este corresponsal hace menos de un año, “120 millones de euros en la cuenta corriente de la ciudad y debo pagar 80 millones para los colegios y para las calles, pero el pacto de estabilidad no me deja pagarlas”. Si hasta ahora tenía que rendir cuentas ante la ciudad, ahora deberá también hacerse merecedor de la confianza de Europa y de los mercados. Un viaje difícil entre una ciudad con el mejor de los pasados y otra con el peor de los presentes.

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La izquierda europea vota a Schulz

Los líderes socialdemócratas confirmaron durante el fin de semana en Roma al alemán Martin Schulz como su candidato a la presidencia de la Comisión Europea. Desde el estrado, Schulz, que recibió 368 votos a favor, dos en contra y 34 abstenciones, se dirigió a los que han perdido la fe en el proyecto europeo: “Queridos compañeros, me dirijo a los decepcionados. Comprendo vuestra rabia, pero debe ser dirigida hacia quienes han provocado la crisis, no contra los ciudadanos europeos o de otros países. Tenemos que luchar por una Unión Europea mejor, basada en el respeto recíproco”.

A su lado, el primer ministro italiano y secretario del Partido Democrático (PD), Matteo Renzi, aseguró: “Yo creo que la más grande apuesta que debemos vencer es la de la educación”. El PD no decidió adherirse a la cumbre del Partido Socialista Europeo (PSE) hasta la noche del viernes, un hecho que fue calificado como “histórico para el centroizquierda italiano” por el anterior secretario, Pier Luigi Bersani.

El encuentro, que contó con la presencia por parte española de Alfredo Pérez Rubalcaba y Elena Valenciano, aprobó un documento de 10 puntos en el que la lucha por las políticas de empleo ocupa el primer lugar.

Según dijo Valenciano, “debemos abrazar la causa del empleo juvenil como la madre de todas las causas, porque no aguantaremos una generación más si los jóvenes europeos siguen lejos de nosotros y del proyecto de la Unión. Las fracturas de la crisis ya no son solo entre países ricos y pobres, sino que afectan también a la relación de los ciudanos con la política”.

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