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Estupor en la república independiente de Londres

La capital británica apoyó masivamente la permanencia en la UE y ahora trata de asimilar la derrota

Una bandera británica ondea junto al Big Ben de Londres, Reino Unido.
Una bandera británica ondea junto al Big Ben de Londres, Reino Unido.HANNAH MCKAY (EFE)
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Londres amaneció ayer enfadado y avergonzado ante el mundo que durante décadas ha encontrado en la capital británica inspiración cosmopolita y multicultural. A medida que la sensación de incredulidad comienza a disiparse, gana terreno la incertidumbre y la indignación entre los perdedores del referéndum sobre la permanencia en la UE, que daban por ganado.

La consulta ha dejado claro que la brecha que divide la capital británica del resto del país es muy profunda. Que al contrario del resto del país, el corazón de la capital británica quiere quedarse (75,3%) y le espanta la idea de cerrarse al mundo exterior y recrearse en su ensimismamiento. Que la república independiente de Londres es abierta y diversa y quiere seguir siéndolo. Así lo ha declarado Sadiq Khan, el nuevo alcalde de Londres, musulmán y símbolo de la tolerancia y la diversidad que define a la capital. Al millón de europeos que viven en Londres les ha dicho: “Sois bienvenidos aquí. Valoramos la enorme contribución que hacéis a nuestra ciudad y eso no va a cambiar”. Circula además una petición por Internet que ya suma 150.000 apoyos y que pide la salida de Londres de Reino Unido y su incorporación a la UE.

Puede que para el resto del mundo Londres represente un modelo de sociedad a emular, pero para muchos británicos representa lo contrario, el origen de todos los males, según explica George Parker, el jefe de política nacional del británico Financial Times. “Londres es una ciudad-Estado y lo ha sido durante muchos años. Pero si viajas 30 kilómetros, te encuentras en otro país, y a allí, la gente asocia a Londres con los banqueros, los políticos y establishment, al que culpan de todos sus males”.

El Londres multicultural, cool y desconectado del resto del país es el que florece en Hackney, uno de esos barrios londinenses poblado por gente de todos los colores, en el que reina el buenrollismo y los hípsters se han hecho fuertes. Aquí, el 78,5% de los vecinos votó in, dentro de la UE. Hoy hace un sol espléndido y los vecinos han salido a disfrutarlo. A las puertas de un centro de arte, los alumnos de un curso de profesores de yoga hacen una pausa. Son jóvenes que circulan por Europa con la naturalidad que sus compatriotas del mundo rural van de casa al pub y vuelta. Que dan la Unión Europea por hecho y que no conciben su país ni su ciudad como una nación desconectada del continente y su sistema de valores.

Al shock inicial de saber que su país dejará pronto de pertenecer a la UE, le ha seguido el enfado e incluso una cierta sensación de vergüenza ajena ante la decisión mayoritaria de los británicos. Matthew Harding (32) dirige un centro de yoga y hoy ejerce de alumno: “Estoy avergonzado. Pido perdón al mundo por lo que ha hecho el resto del país”. Rachel Walsh (26) ha venido también al curso: “Yo no pienso pedir perdón. No es mi culpa. Esto es culpa de los viejos que han votado en contra del futuro de los jóvenes, ¿Cuánto tiempo se creen que van a vivir?. Ha sido un voto irracional, contrario a la progresión natural de la humanidad. Odio el nacionalismo, es destructivo”.

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Merengue de jenjibre

Harding, tatuado y con barba pelirroja dice que casi no ha pegado ojo desde que conoció el resultado. “No tiene sentido. Los problemas en el futuro los vamos a tener que afrontar cada vez más globalmente. El cambio climático, el terrorismo… es imposible pensar que lo haremos solos. Estoy incluso pensando irme de este país”. Él tiene una medio relación con una española que va y viene. Ella, un novio italiano que vive en Londres. Si se lo ponen difícil para seguir con sus parejas, dicen que buscarán un tercer país.

Unas manzanas más allá en el mercado de Broadway sirven tortitas veganas, hamburguesas de confit de pato y merengue de jenjibre. A la entrada, un puesto de vinilos, de los que durante generaciones han fascinado jóvenes de toda Europa que venían a Londres a buscar las rarezas. Suenan los Beach boys. En otros tenderetes venden ropa con estampado africano, chaquetas de segunda mano, libros y discos. “Me gustaría que nos pudiéramos independizar del resto del país. Estoy triste y decepcionado, hemos cometido un error ridículo”, piensa Gabriel Schucan, que trabaja en películas de animación y que se pregunta cómo van a ser capaces de retener el talento extranjero del que viven en su sector. “En el resto del país solo conocen a los inmigrantes por lo que dice la prensa, que solo habla de crímenes. Nosotros convivimos con los de fuera y por eso sabemos que no es un problema”. Neil Burgiss, un librero que defiende “la mezcla de culturas”, hace examen de conciencia: “No hemos sido capaces de comprender la división profunda de los sentimientos de los ricos y los pobres en este país”.

“Entramos en un terreno desconocido. Estaba convencido de que al final no habría Brexit, pero me equivoque´”, como Howard Lester, que vende bagels con la bandera arcoíris gay son multitud los británicos que hasta el último momento pensaron que era imposible que acabaran fuera de la UE, que todo era una pataleta que terminaría pronto. Lo confiesan también muchos de los que votaron Brexit, que no creyeron posible que fuera a triunfar una decisión contraria a los deseos de banqueros, sindicatos y gran parte de los partidos y la prensa. Pero triunfó y ahora, ganadores y perdedores tratan de digerir como pueden lo sucedido.

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