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El mito de Magú, el pueblo de México que no paga impuestos

La realidad y la ficción chocan en una pequeña comunidad otomí a 50 kilómetros de la capital

Elías Camhaji
La vía principal de San Francisco Magú, en el Estado de México.
La vía principal de San Francisco Magú, en el Estado de México.Karlo Reyes
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San Francisco Magú es un mito: el único pueblo exento del pago de impuestos en México. Un antiguo pergamino virreinal deja constancia del privilegio, supuestamente ratificado por los expresidentes Benito Juárez y Luis Echeverría, pero nadie fuera del lugar lo ha visto. Hace casi 20 años se divulgó el secreto. Medios locales e internacionales asediaron al pequeño poblado otomí con preguntas y vilipendiaron a las autoridades estatales y municipales por permitir la existencia de "un paraíso fiscal" a unos cuantos kilómetros de la capital. El beneficio, contra todo pronóstico, ha sobrevivido y el mito se ha asentado en una comunidad convencida de un origen heroico y de un destino místico.

Magú pertenece al municipio de Nicolás Romero, en el central Estado de México, y tiene cerca de 20.000 habitantes, la mayoría campesinos u obreros, que se distribuyen en 12 barrios. A los ojos del intruso, es un paraje común y corriente del país. Rural, remoto y profundamente católico. Los "maguneros" —como se identifican— están orgullosos de su iglesia, justo al frente de las oficinas de Gobierno, y anticipan por estas fechas la celebración del carnaval, la fiesta más importante junto al onomástico de san Francisco de Asís, el 4 de octubre. "Pero si algo ha hecho mención de Magú es el famoso mito del pergamino", comenta Gilberto Vargas Arana, el jefe del archivo municipal.

El tema es ineludible y existen varias versiones. Los diarios Reforma y El Universal afirman que el virrey Juan Antonio de Vizarrón, quien gobernó de 1734 a 1740, otorgó la concesión tras ser acusado de traición por la Corona española. Vargas señala que otra hipótesis es que fue el virrey Juan Francisco de Güemes y Horcasitas, que estuvo en el poder entre 1746 y 1754. Otra posibilidad, citada por el historiador, es que un hacendado haya llegado a un acuerdo con el Virreinato para asumir el pago del tributo como agradecimiento a la fidelidad de los pobladores.

"En ningún momento cuestiono la existencia del pergamino, no me ha sido posible tener en mis manos ni el documento colonial ni el decreto juarista ni el de Echeverría, pero se comienza a crear un imaginario colectivo y comienza a trascender el mito… dentro y fuera de Magú", cuenta Vargas, quien ha estudiado el pueblo por más de 20 años y no ha encontrado ningún indicio en el Archivo General de la Nación. "Algo de heroico hizo el pueblo para que surgiera todo esto, el beneficio no fue gratuito ni accidental", agrega.

Magú es más grande que el mito Gilberto Vargas, historiador
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"Sabemos que existe, pero sería mentirte decirte dónde se encuentra, pero que existe, existe", rebate Julián Polenciano, primer delegado del pueblo, quien se niega “por seguridad” a confesar siquiera si lo ha visto.

Magú se gobierna por usos y costumbres, un régimen del Estado mexicano que respalda la autonomía de las comunidades indígenas. El poder tiene cuatro pilares. La delegación se encarga de validar las escrituras de los terrenos, ya que al no pagar impuestos sobre la propiedad ni la renta, los documentos notariales no son considerados. El Consejo de Participación Ciudadana recauda "el peso", la contribución comunitaria para las obras públicas —ronda los 60 pesos (3 dólares) al año—, y organiza "las faenas", acciones colectivas para atender los problemas del pueblo. Ambos se eligen en votaciones cada tres años. Un comisariado ejidal y una junta que regula el suministro de agua, cuyo pago se fija en cuotas asamblearias, completan el cuadro de autoridades.

El "paraíso fiscal" del que se hablaba no tiene nada que ver con los de las islas del Caribe o del Pacífico. Las calles secundarias se desprenden de la vía principal, que serpentea entre pendientes inclinadas al pie de las montañas. No hay bancos, gasolineras ni negocios de las grandes cadenas. La modernidad se cuela por pequeñas grietas, en antenas parabólicas, cafés internet que aglutinan a los más jóvenes y locales de los que se oye música de banda.

La presencia del Gobierno ha aumentado en los últimos años en obras y en servicios. "Lo que se recauda con ‘el peso’ no es suficiente, tocamos puertas con el presidente municipal, con los diputados", reconoce Javier Zamora, el segundo delegado. La construcción de fraccionamientos aledaños ha abierto otro frente, con organizaciones que alegan que el Gobierno estatal y municipal ha intimidado a los habitantes y amenaza con acabar la sostenibilidad ambiental y la autogestión del pueblo. El otro bando acusa que son personas que se quieren apropiar de la identidad de Magú, en algunos casos, siendo ajenos a los otomíes. Los proyectos inmobiliarios se encuentran, por ahora, suspendidos. "La raíz de estos enfrentamientos son los usos y abusos del mito", sentencia Vargas.

Juarista y virreinal. Indígena y mestizo. Cercano y remoto. Con certezas y contradicciones. El poblado gestiona el agua, se rige por usos y costumbres, lucha contra la pobreza, la violencia y la falta de oportunidades… como otras comunidades en México. Pero es dueña de una leyenda de identidad, la del pueblo que no paga impuestos. "Todos lo hemos validado y contribuido para que siga creciendo, pero Magú es más grande que el mito", concluye el historiador.

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Sobre la firma

Elías Camhaji
Es reportero en México de EL PAÍS. Se especializa en reportajes en profundidad sobre temas sociales, política internacional y periodismo de investigación. Es licenciado en Ciencia Política y Relaciones Internacionales por el Instituto Tecnológico Autónomo de México y es máster por la Escuela de Periodismo UAM-EL PAÍS.

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