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Reportaje:Elecciones legislativas en EE UU

Un Congreso para olvidar

El legislativo saliente ha sido uno de los más impopulares e ineficaces de los últimos años

Irak fue el elemento central en las legislativas, que son un termómetro para tomar la temperatura al electorado entre dos elecciones presidenciales. El rechazo o la desilusión con la guerra y la crítica dirigida contra George W. Bush han sido la razón principal del deterioro republicano. Pero no la única. La renuncia del Congreso a su papel de control del Ejecutivo, el despilfarro y la ineficacia y los escándalos económicos y personales han marcado el Capitolio. Si en las elecciones de ayer no hubo más cambios es porque el diseño de los distritos favorece la permanencia del congresista, sea republicano o demócrata.

El 109 Congreso de Estados Unidos ha batido récords de impopularidad, y por primera vez desde 1994 -precisamente el año en el que se hundieron los demócratas- más de la mitad de los electores veía inadecuada la reelección de la mayoría de los congresistas, según un sondeo del Pew Center. Sólo tres de cada 10 votantes aprueban la labor del Capitolio, dice una encuesta de la cadena de televisión Fox. Casi siempre complacientes con la Casa Blanca, los congresistas se han rebelado en las peores ocasiones (para bloquear un acuerdo sobre la venta de las operaciones portuarias en Estados Unidos a una empresa de Dubai o para torpedear el aceptable plan de reforma de la inmigración de Bush).

Sólo tres de cada diez votantes aprueban la labor del Capitolio, según un sondeo de Fox
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"En los últimos seis años, el control del Gobierno en una amplia gama de temas, pero especialmente en asuntos exteriores y seguridad nacional, prácticamente ha desaparecido", escriben dos de los mejores conocedores del Congreso, Norman Ornstein, del American Enterprise Institute, y Thomas Mann, de la Brookings Institution, autores del libro. La rama rota. En los seis últimos años, los de la presidencia de Bush, el control parlamentario se ha debilitado, añaden: "Desde la seguridad nacional hasta la guerra de Irak, desde las acusaciones de tortura en Abu Ghraib hasta el control electrónico de las comunicaciones, el Congreso casi siempre ha ignorado sus responsabilidades". Los dos expertos proponen una reforma a fondo, porque "si el Congreso sigue fallando, las posibilidades de que haya problemas políticos, mala gestión, corrupción y errores nacidos de la arrogancia o la terquedad serán cada vez más elevadas, demasiado para que lo toleren los estadounidenses".

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En la Cámara se han multiplicado los proyectos individuales de inversiones (earmarking) en los que cada congresista trata de barrer para su distrito, y que, además de disparar el gasto, son como la miel para las moscas de la corrupción: las contribuciones financieras a las campañas de los congresistas tienen una relación directa con los earmarkings. La corrupción, según un sondeo de la CNN, "afecta a la mayoría de los miembros del Congreso", piensa el 50% del electorado. No es que los escándalos sean algo nuevo, y afectan a los dos partidos, pero en los últimos años han florecido los casos protagonizados por los republicanos. Al menos 15, de los 231 que hay en la Cámara de Representantes, han sido objeto de investigaciones o acusaciones por diversos problemas.

El caso de Tom DeLay ilustra bien la ceguera del poder, sobre todo cuando los republicanos clamaban por el regreso de la integridad al Capitolio después de haber pasado 40 años en minoría. El tejano DeLay, uno de los artífices de la revolución conservadora de 1994, lanzó en 1995, con su amigo Grover Norquist, el Proyecto de la Calle K, un plan para que los grupos de presión de Washington -muchos de ellos con sus sedes en la calle K- contrataran a directivos republicanos, a cambio de facilitar el acceso de las grandes empresas a los poderes legislativos y ejecutivos. Apodado El Martillo -y el procesamiento de Bill Clinton tras el caso Lewinsky tuvo mucho que ver con sus implacables golpes-, DeLay fue líder de la mayoría republicana de la Cámara tras las legislativas de 2002. Para preparar las elecciones de 2004 en su Estado de Tejas, impulsó un rediseño de los distritos electorales que dio su fruto, pero que le costó la acusación de un Gran Jurado de conspiración para violar las leyes de financiación de las campañas electorales. DeLay negó las acusaciones y está pendiente de juicio (que probablemente ganará), pero el partido le obligó a dimitir de su puesto.

DeLay tenía contactos peligrosos heredados del Proyecto de la Calle K: cuatro congresistas, hasta ahora, y una veintena de asistentes, se han visto tocados por el tráfico de influencias manejado por el poderoso lobbysta caído en desgracia Jack Abramoff, quien se confesó culpable en enero de cinco diferentes acusaciones (fraude a las tribus indias que le pagaban para conseguir licencias de explotación de casinos, corrupción de funcionarios, conspiración, fraude y evasión fiscal). Abramoff fue condenado a cinco años de cárcel y a devolver más de 21 millones de dólares. Dos de sus socios estaban en el equipo de DeLay

Hay más: Robert Ney, republicano de Ohio, se confesó culpable hace un mes de acusaciones de corrupción; Curt Weldon, de Pensilvania, está siendo investigado por canalizar contratos públicos hacia su hija.

El escándalo personal también ha estado presente con el dimitido Mark Foley, que mantuvo contactos inapropiados con jóvenes ayudantes del Capitolio. El presidente de la Cámara, Dennis Hastert, pasó apuros porque no pudo dar explicaciones claras sobre cuándo supo de la afición de Foley a intercambiar ardientes comunicaciones a través de Internet con los chicos. Thomas Reynolds, que ha dirigido el Comité para la reelección de los republicanos, tuvo que pedir perdón porque sí conocía el asunto.

En el lado demócrata, al menos tres congresistas -William Jefferson, Alan Mollohan y Jane Harman- están siendo investigados, pero sus casos no han sido muy aireados. Bob Menéndez tuvo una investigación federal en Nueva Jersey por corrupción. En la campaña demócrata de la denuncia de la cultura de corrupción republicana ha sido algo embarazosa la situación de Harry Reid, líder de la minoría en el Senado. Reid recibió decenas de miles de dólares para su campaña de las tribus indias para las que trabajaba Abramoff tras haber mediado ante Interior a propósito de un problema con un casino. Además, ha tenido que explicar la confusa venta de unos terrenos en Nevada por los que se embolsó más de un millón de dólares.

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